Marcelo Jacinto Calvo
| 15 de Febrero de 2011 | 00:00

Batalló incansablemente para que los disminuidos visuales tuvieran igualdad de oportunidades, lo hizo por sus hijos, pero también por las personas afectadas por esa discapacidad; por eso el fallecimiento de Marcelo Jacinto Calvo provocó una profunda tristeza entre quienes lo conocieron.
Había nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, el 24 de marzo de 1917, en el seno del hogar conformado por Sara Vergara y Eugenio Calvo y creció junto a sus 4 hermanos. Luego de completar sus estudios secundarios, ingresó a la carrera de Farmacia en la Universidad de Buenos Aires, pero al conocer a Irma Noemí Soler, decidió trasladarse a La Plata para conformar su propia familia. Se casaron el 14 de agosto de 1942 y se afincaron en la zona de plaza Rocha.
En junio de 1943, cuando aún le faltaban 2 materias para completar su carrera, nació su hijo Marcelo, director de la biblioteca Braille de la Provincia. La paternidad fue uno de los acontecimientos más esperados, pero también el que después de numerosas consultas con distintos médicos, lo enfrentó a la dolorosa noticia de saber que su hijo no vería. Sin embargo el inmenso amor que sentía le hizo redoblar su fuerza y afirmar que lo sacaría adelante; lucha que volvió a encarar cuando al año siguiente nació su hija Cristina, también afectada por la ceguera.
En tiempos en los que la escolarización de un niño con discapacidad visual era imposible en la Región, se sobrepuso al dolor y se esforzó por contarles cómo era la sociedad en la que crecerían. Además los introdujo al mundo del conocimiento con las más variadas técnicas de aprendizaje y hasta desarrolló instrumentos de madera y plastilina para que dibujaran.
Luego los internó en el hogar Santa Cecilia de capital federal, que estaba a cargo de monjas muy preparadas en el tema de la ceguera. Luchó por conseguir un trato igualitario para sus hijos y los dotó con herramientas que les enseñaron a detectar ruidos y olores. Movió cielo y tierra para crear una escuela para ciegos en la Región y en ese afán también aprendió Braille para poder escribirle cartas a sus hijos.
La paternidad fue su gran sacerdocio al que se entregó de tiempo completo hasta saber que sus hijos podían valerse como personas de bien y cumplir un rol dentro de una sociedad compleja.
En materia laboral se desempeñó en la dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, además tuvo una empresa constructora y un transporte escolar.
En el año 1992 el fallecimiento de su esposa lo enfrentó a otro duro revés, pero la contención de sus afectos, a los que ahora se sumaban sus 8 nietos y más recientemente sus 4 bisnietos, mitigaron en parte ese vacío.
Había nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, el 24 de marzo de 1917, en el seno del hogar conformado por Sara Vergara y Eugenio Calvo y creció junto a sus 4 hermanos. Luego de completar sus estudios secundarios, ingresó a la carrera de Farmacia en la Universidad de Buenos Aires, pero al conocer a Irma Noemí Soler, decidió trasladarse a La Plata para conformar su propia familia. Se casaron el 14 de agosto de 1942 y se afincaron en la zona de plaza Rocha.
En junio de 1943, cuando aún le faltaban 2 materias para completar su carrera, nació su hijo Marcelo, director de la biblioteca Braille de la Provincia. La paternidad fue uno de los acontecimientos más esperados, pero también el que después de numerosas consultas con distintos médicos, lo enfrentó a la dolorosa noticia de saber que su hijo no vería. Sin embargo el inmenso amor que sentía le hizo redoblar su fuerza y afirmar que lo sacaría adelante; lucha que volvió a encarar cuando al año siguiente nació su hija Cristina, también afectada por la ceguera.
En tiempos en los que la escolarización de un niño con discapacidad visual era imposible en la Región, se sobrepuso al dolor y se esforzó por contarles cómo era la sociedad en la que crecerían. Además los introdujo al mundo del conocimiento con las más variadas técnicas de aprendizaje y hasta desarrolló instrumentos de madera y plastilina para que dibujaran.
Luego los internó en el hogar Santa Cecilia de capital federal, que estaba a cargo de monjas muy preparadas en el tema de la ceguera. Luchó por conseguir un trato igualitario para sus hijos y los dotó con herramientas que les enseñaron a detectar ruidos y olores. Movió cielo y tierra para crear una escuela para ciegos en la Región y en ese afán también aprendió Braille para poder escribirle cartas a sus hijos.
La paternidad fue su gran sacerdocio al que se entregó de tiempo completo hasta saber que sus hijos podían valerse como personas de bien y cumplir un rol dentro de una sociedad compleja.
En materia laboral se desempeñó en la dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, además tuvo una empresa constructora y un transporte escolar.
En el año 1992 el fallecimiento de su esposa lo enfrentó a otro duro revés, pero la contención de sus afectos, a los que ahora se sumaban sus 8 nietos y más recientemente sus 4 bisnietos, mitigaron en parte ese vacío.
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