Por los viejos boliches, ¡salud!
| 9 de Julio de 2011 | 00:00

La evocación de los viejos boliches platenses perpetrada en la lúcida nota de Alejandro Salamone, sacudió duro a los nostalgiosos lectores de EL DIA. Desde el fondo de la memoria habrán revivido más de un sabor hoy idealizado: Cinzano con fernet, previo chorrazo de soda; Gancia con gin o limón; el Campari; maníes, queso, salame o mortadela, galletitas saladas, aceitunas verdes... y el "¡Otra vuelta, patrón!".
Para el caso -lo confieso, además- tenemos todo el derecho a sentirnos aludidos cuando oímos el tango de Battistella (No aflojés, 1933) que reclama: "Por tu ausencia,/ en las borracherías/ cambió en la estantería/ el gusto de las cañas".
Y razones no faltan. Hoy la runfla prefiere whisky, Punt d'Mes o Negroni... ¡y tapas! Ya no están la Cubana Sello Rojo o Sello Verde, el coñac Tres Plumas, el Doble W ni el Paddy; y hasta la grappa se hizo finoli y te la ofrecen como aperitivo en los restaurantes pretensiosos.
¡Las cosas que hay que ver!
'LO DE CIRIACO'
A la multitud de bares que se perdieron con los años, y que enumeró Salamone, cada uno podrá agregar su recuerdo. ¡Cómo olvidar, entre otros, el boliche de Ciriaco! En 7 y Plaza Italia, cuando en Plaza Italia estaba la terminal del Expreso Buenos Aires y también convergían los micros de la Costera Criolla, el Cóndor, y la Empresa Argentina.
'Lo de Ciriaco' era la posta final de las madrugadas de tipógrafos y periodistas de los diarios de los años '60, de taxistas y de otra gente, que coincidían con el desayuno de café negro y ginebra de obreros que partían hacia los frigoríficos de Berisso.
Después, para algunos el hígado dijo basta. Para otros, lo que sentenció el retiro fue el miedo que ya empezaba a diezmar la noche.
EL PAJARITO
No quiero olvidarme del primer boliche de La Plata que conocí en enero del '58. No puedo recordar su lugar exacto. Pero era un galpón -seguramente antes asiento de una forrajera para pour sangs- al que llamaban El Pajarito, y estaba en esa zona tanguera de la calle 115 a 120, entre las diagonales 80 y 74.
Allí iban a matar el hambre peones del Mercado viejo, vareadores y jockeys perdedores.
Tres pesos el cacho de carne asada, al horno o en estofado, con una papa hervida; cincuenta centavos el plato de sopa; diez o quince el pancito Felipe, y ochenta el minúsculo vaso de vino. Por algo así como cinco pesos de los viejísimos se podía suponer que uno había comido.
¿Qué cómo fue que yo -recién llegado a la ciudad- caí en El Pajarito? Todo fue producto de una confusión y de la amable acogida de un grupo de vagos que pegaba carteles para la Unión Federal en la campaña que preludiaba las elecciones que iba a ganar Frondizi).
MÁS RECUERDOS
Otro bar emblemático que perduró hasta los '60 o más, estaba en calle 8, entre 51 y 53. Estaño que respiraba un definitivo ambiente burrero. En las paredes, fotos de caballos ganadores, compositores, dueños y jockeys, que alternaban con sobretodos caros, bufandas y catalejos aguardando en la percha. Atendía un flaco púa, que no se cansaba nunca de rellenar con vermouth y soda esos largos vasos de vidrio grueso cual conos invertidos.
Y, para el estribo: el bar de la esquina de 23 y 72, pasando la barrera. Con cancha de bochas, billar, metegol, la infaltable mesa de veteranos jugando al truco o al mus, y el televisor, donde los viernes Horacio Aiello relataba con su particular estilo los partidos de fútbol; esto ya a partir del '66. El dueño era un taxista, que engordaba sus ganancias entre vinos y picadas.
Seguramente habrá más boliches que sólo perduran en la memoria de los sobrevivientes. Por eso, ¡bien hecho por evocarlos, amigo Salamone! Para que nunca se vayan del todo. ¡Salud!
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