DESTAORIYA 6

Recuerdo como si fuera ayer el día que obtuve de las aguas del río Uruguay, en el Puerto de Concordia, la mayor pieza que jamás había pescado. La alegría me había invadido los sudores que el verano provocaba a todos los aficionados al deporte infantil de la cañita, la boya, las plomadas, los anzuelos y tantos otros elementos que componían la valijita de nuestra excursión sabatina en busca de pasar el rato y retornar, al menos, “con algo para mostrar”.

 

La boga pesó 2,700 kg. Era una joven tan peleadora como gordita, que mordió uno de mis mejores anzuelos junto a un viejo barco que aguardaba la descarga de cereales, cuyas “bolsas pinchadas” le dieron oportunidad a la escamosa para alimentarse bien antes de que se topara con mi carnada...

 

En mis pagos, las aguas dulces del río de los pájaros y de los arroyitos cercanos a la ciudad, fueron en mi niñez el candor hecho bagres, tarariras, sábalos, doraditos, dientudos y, obviamente, mojarritas y bogas, entre otras especies del lugar.

 

El asunto fue que mi instalación, años después, en Montevideo, me dejó sin demasiadas pretensiones de pesca ante la bravura de la costa desconocida para mí y la precariedad de mis conocimientos y mis artificios. Eran tiempos de olvidarme de aquellos nombres tan propios de las riberas de la entrerrianía y, sobre todo, comenzar a adquirir y llevar al paladar platillos en base a ejemplares extravagantemente nuevos para mí.

 

Hoy ya parecen haberse instalado definitivamente en la gastronomía de entrecasa desde brótolas a lenguados, desde abadejos a pejerreyes, desde angelito a los salmones, desde pez espada a los besugos, desde cazón a merluzas, desde anchoas a tamberas y muchos, muchísimos, variados ejemplares que se ofrecen en pescaderías y en ferias vecinales de la capital uruguaya, sin dejar de lado a todos los demás frutos del mar como moluscos bivalvos y mariscos (que, lamentablemente, nunca alcancé a que pasaran a integrar parte importante de mis predilecciones).

 

Montevideo se presentó a mis ojos con platillos desconocidos en mi trayectoria pescaderil de aguas dulces y me llevó a incorporar, siquiera mínimamente, conocimientos de cocción a las brasas desde la corvina a la palometa, desde el atún al mochuelo.

 

Oportunamente, si me animo, podré incorporar a estos espacios algunas sencillas recetas gourmet al respecto. Mientras tanto la invitación queda hecha para la imaginación que provoca que se nos haga agua la boca.

 

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