Enrique Pazzaia

Exigente en el terreno académico, leal en el vínculo cotidiano con sus estudiantes, Enrique Pazzaia -quien falleció a los 90 años- hilvanó a lo largo de varias décadas una rica, vasta y apreciada trayectoria como docente y traductor de latín, francés e italiano en varios establecimientos emblemáticos de la Región.

Hijo de Lucía Doimo y Juan Pazzaia, hermano de Enriqueta, Rita y Rafael, Enrique nació el 28 de agosto de 1921 en la localidad italiana de Moriago, provincia de Treviso. Graduado como profesor de Lenguas Vivas, quedó envuelto en la vorágine bélica de la Segunda Guerra y pasó dos años como prisionero, turbulencias que lo decidieron a probar fortuna en el Nuevo Mundo.

Un contacto familiar determinó su llegada a La Plata, entrado el año 1950. Radicado en la zona aledaña a la Estación de Trenes, comenzó a trabajar en la Dirección General de Escuelas bonaerense, y un año después fue designado profesor de Latín y Francés en el Liceo Naval.

En las aulas de la Isla Santiago permaneció hasta 1982, lapso en el que colegios como el Sagrado Corazón, San José, Nacional y San Francisco de Asís -Villa Elisa- requirieron también sus servicios. El afecto que se granjeó entre sus alumnos a lo largo de su carrera le valió ser convocado en reiteradas oportunidades para reuniones de egresados, encuentros que consideraba verdaderas citas de honor.

Casado en 1952 con Leonor Teresa Galli, catequista de la iglesia San Antonio a quien conoció en sus visitas al templo, tuvo dos hijos, Adriana y Juan -actual secretario de la Agremiación Empleados por Reunión del Hipódromo-, que se prolongaron en dos nietos: Augusto y Octavio, con quienes Enrique forjó una relación entrañable que se extendió a su nuera Silvia.

Fanático de Estudiantes, de impronta paciente y carácter tranquilo, se consideraba platense por adopción y era un referente entre sus convecinos, primero en Barrio Hipódromo y luego de su casamiento en Barrio Norte -en las inmediaciones del Hospital Español y plaza Olazábal-. Este reconocimiento fue convalidado por la Comuna local cuando, con motivo de la celebración del Bicentenario, lo incluyó en la nómina de figuras destacadas en cuyas viviendas se colocarían placas alusivas.

Su jubilación, en 1987, no implicó el retiro ni el abandono de su avidez siempre renovada por los idiomas: siguió trabajando como traductor -tal como lo había hecho décadas atrás para el Centro de Documentación Museográfica, entre otras dependencias oficiales-, en ocasiones ad-honorem y centrándose en textos escritos en italiano. "Era un apasionado de su profesión, de la excelencia y de compartir sus conocimientos" lo recordaron los suyos: "exigía dedicación, pero predicaba con el ejemplo, y el hecho de que sus alumnos nunca olvidaran lo que habían aprendido con él lo llenaba de orgullo y alegría".

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