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"La voz de los artistas tiene que ser potente"

Daniel Suárez Marzal, cantante, director escénico, autor teatral, con notables actuaciones en América y Europa. Ahora acaba de estrenar Yerma en el Cervantes. Sus viajes por el mundoPor MARCELO ORTALE

"La voz de los artistas tiene que ser potente"

Daniel Suárez Marzal

10 de Junio de 2012 | 00:00

"No hago teatro porque me haya gustado siempre o porque haya respondido a un deseo profundo. Creo que el motivo es otro, que hago teatro porque siento como una responsabilidad. Una responsabilidad de naturaleza social. Lo que siento es que la voz de los artistas tiene que ser potente".

Hay demasiados estudios, demasiados viajes y vivencias creativas en la larga carrera artística de Daniel Suárez Marzal, nacido en La Plata en el seno de una familia de origen español y vasco-francés, con infancia en la zona de plaza Paso y el clásico derrotero educativo de la Escuela Anexa, el Colegio Nacional y la Universidad Nacional, de donde salió con un título de abogado, una carrera que nunca ejerció.

Tenía buena voz de barítono, estudió canto en Bellas Artes, ganó una beca y se fue a Buenos Aires con menos de 20 años a estudiar con la maestra de repertorio Linda Raustenstrauch. Seis años después ya estaba en Viena, donde después de estudiar con Anton Dermota y Erik Yerba, comenzó a cantar profesionalmente en el Volksoper de Viena. Después de seis años volvió a la Argentina y cantó numerosas óperas en el Colón y el Argentino. En este último, le tocó actuar en el "Cosi fan tutte" de Mozart, que fue la última función que se ofreció en la vieja sala poco antes del incendio.

Tiene, con la memoria del Argentino, esa "tremenda herida" que lograría restañar años después con su gestión como director del nuevo complejo, casi recién inaugurado, a principios de la década pasada. "Me tocó entrar en años muy difíciles, donde había pocos recursos, casi un presupuesto cero. Trabajé muy tranquilo, acompañado por un buen equipo. La gente colaboró mucho y quiero decir que conté con el respaldo de un director administrativo eficiente como Ricardo Spalletti. Hicimos una muy buena gestión".

La cambiante y colorida vida de Suárez Marzal tiene, entre sus facetas múltiples, dos etapas muy intensas: las de sus contactos con el mundo gitano -con el cante jondo y el universo de García Lorca- y la de sus reiterados viajes a Oriente, a países como la India, Birmania, Camboya, Japón y China, de los que habla con devoción.

Nada de lo que sea ópera y teatro clásico o contemporáneo le es ajeno a este hombre que, además es autor de otras teatrales ya estrenadas con éxito como Ciudades Perdidas, El sacrificio del cordero, El otro Fausto, Cabaret de dos guerras y Tango italiano, Pepino el 88 o la Dama de Birmania, a punto de estrenar.

Como director de teatro de prosa tuvo a su cargo la presentación de obras de diferentes estilos: clásicos como Shakespeare, Lope de Vega, Calderón, Cervantes, Goldoni, Moliere y Marivaux; o modernos como Heiner Müller, Frida Khalo, Horvart, Montherlant, Puskin, Bertold Brech, Kart Weill o Eduardo De Filippo.

Durante cuatro años, de los doce que estuvo allá, fue director, en Sevilla, del Instituto de Teatro, en donde presentó, en el teatro La Maestranza de esa ciudad, en 1992, la obra "Cien años de cante": "ahí trabajé con los gitanos, el regalo más grande que me hizo Sevilla".

Y cuando ya casi era andaluz, sintió literalmente que la patria lo llamaba. "Soy casi un patriota. Me gusta mucho este país. Y aquí estoy". Y acá está, a cargo de la dirección de Yerma en el Cervantes, recién estrenada y a teatro lleno, en funciones que se extenderán a lo largo de junio y julio.

La entrevista se desarrolla en una casa poblada de cuadros maravillosos, algunos del tío de Suárez Marzal, y otros de su hermana Graciela, una conocida pintora. El fotógrafo Alex Meckert no encuentra problemas para retratar a un hombre que vive literalmente sobre los escenarios y a quien las luces no le meten miedo. Ven un espejo, un cuadro o un jarrón y allí van los dos, con absoluta naturalidad, a cumplir sus tareas de retratista y modelo.

¿Cómo le está yendo a Yerma?

"Estoy contentísimo de que esta Yerma le guste tanto a los jóvenes. Yerma plantea el problema de elección de su protagonista. Ocurre que lo tradicional es acudir a actrices maduras. Yo digo que García Lorca no presentó en su obra el tema de la fertilidad de esa mujer, sino que vio otra cosa más profunda. En el texto de Lorca se dice que la mujer es una veinteañera, de modo que el tema es el amor o no de esa pareja. Si puede haber amor sin hijos. Eso atrae a los jóvenes ahora. Por eso elegí como actriz a Malena Solda, que es muy joven. Y antes descarté a muchas actrices maduras que pidieron ese papel".

¿Qué es el público para usted?

"El público sólo es para quien uno trabaja. Tanto en la ópera como en el teatro de prosa hay un público conocedor, que a mí no me interesa. Me interesa el público nuevo, de no entendidos, el público virgen.

¿Qué fenómeno es ese, el de los gitanos?

"Estuve mucho en la baja Andalucía, en Lebrija, Jerez, Cádiz, donde está lo más rancio de la gitanería. Allí están como separados, escondidos, preservando esa esencia misteriosa. Entrar al corazón y a la casa del gitano es muy difícil y yo pude hacerlo. Estaba bien en Andalucía, allí estrené el Julio César de Shakespeare, en el teatro romano de Mérida, con una boca de escenario de 180 metros de ancho.una maravilla.

Usted vivió varios años en un centro musical de alto nivel, como Viena. ¿Qué es lo que le enseñó?

"Curiosamente, me enseñó que yo estaba rumbeando mal. Allí descubrí que me interesaba más el teatro de prosa. Y pocos años después abandoné el canto".

Después volvió a la Argentina y se sintió más patriota...

"Sí, me gusta este país nuestro. Me gusta que todo siga siendo nuevo. Lo único que me molesta es que sea inmaduro políticamente.Pero hay fuerza.Como hombre de teatro le digo: en el mundo las tres mejores ciudades para el teatro son París, Moscú y Buenos Aires.Y al decir Buenos Aires, ahora, digo todo el país. Hay una energía teatral enorme en La Plata, en otras ciudades. Y el teatro Cervantes tiene un programa de federalización que es maravilloso. Yo viajo mucho por el mundo, tres o cuatro viajes al año. Pero no podría vivir ya en otro país".

¿Cuántas obras promedio dirige por año?

"Este año haré tres o cuatro, con Yerma. En agosto estrenaré La mujer del domingo, con Virginia Lago, Claudio García Satur y Laura Novoa; luego la Tormenta, de Ostroski, en septiembre. Hay otra en ciernes, para noviembre.

¿Cuáles son sus autores preferidos?

"Calderón, García Lorca, Lope de Vega, De Filippo, Heiner Müller y Brecha. Y entre los autores argentinos.Kartun, Gorostiza, Palant y Diana Raznovich.

Una de sus obras -Dama de Birmania- está dedicada a la heroína de ese país Aung San Suu Kyi, que vive en la actualidad, que fue Premio Nobel de la Paz y que cumplió veinte años de prisión por oponerse al dictador de ese país.

"Si, es un caso como el de Mandela, pero sin la repercusión internacional de Mandela, Ella ahora está en su casa. Es un caso flagrante de violación de los derechos humanos.En realidad, a esta mujer se la acusó por el hecho de que en 1988 ganó en forma abrumadora una elección, con el 88 por ciento de los votos. Por múltiples motivos, el mundo miró demasiado tiempo hacia otro lado. Ahora, por suerte, las cosas han cambiado y hace poco tiempo esta mujer tan valiente fue visitada por Hillary Clinton.

Usted admira la cultura oriental, ¿qué es lo que le dejan esas culturas?

"Oriente es todo enseñanza. Me ha dejado, fundamentalmente, al budismo. Creo que la salvación del mundo está en el budismo. El budismo enseña que Dios está dentro de uno. Enseña a no creer en el progreso constante, a saber que hemos nacido y vamos a morir, a ser conscientes de la propia finitud.

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Clic para ampliarNuevos proyectos cubren el futuro de Suárez Marzal. Claro que le gustaría volver a dirigir en el Colón o en el Argentino. No hay retiro a la vista. "No me voy a retirar nunca. Seguiría dirigiendo obras en el geriátrico... Pero estoy feliz con mi presente, muy feliz..." Habla de sus viajes a Oriente. Recuerda que en la India el guía que lo llevó a un lugar, un chico pequeño, de unos diez años sonreía todo el tiempo. "Entonces yo le pregunté al chico por qué sonreía.Y ese chico, tan jovencito, me dijo: señor, la felicidad no existe... todo va para arriba y para abajo... E hizo el gesto de una ondulación con la mano. ¿Cómo no te va a enseñar Oriente?", se pregunta.

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