Astor Piazzolla: a 20 años de su adiós
| 4 de Julio de 2012 | 00:00

A 20 años de su muerte, la figura del bandoneonista y compositor Astor Piazzolla impone una certeza: ya nadie escribe tango sin acudir a su referencia y, a la vez, por el enfoque personal de su estética, su huella es difícil de seguir sin incurrir en la copia o en los límites del ejercicio de estilo.
Con la ambición de cruzar el lenguaje de lo popular y lo culto, Piazzolla emergió del mejor linaje de la tradición tanguera -la orquesta de Aníbal Troilo- e impulsó una transformación que lo desplazó del reconocimiento inicial al refugio en otros lenguajes para, finalmente, volver al canon que hoy ocupa. Su legado trasciende un género (las bateas universales de Amazon lo ubican simultáneamente en las categorías del tango, el jazz, la música clásica y la “world music”), pero la pericia compositiva y la amplitud de su enfoque prevalecieron por afirmarse en ese lenguaje popular y local que tan bien conocía a pesar de su crianza neoyorquina.
Formado en la música erudita y entrenado en el discurso musical del jazz, Piazzolla impregnó al tango de una estética más rica y compleja, con un estilo singular y poderoso que combinó elementos nuevos con el pulso natural del género. Fue un derrotero árido y, por momentos, errático.
Astor Pantaleón Piazzolla nació el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata; vivió 71 años en los que modeló una obra con alrededor de mil composiciones originales.
AL FIN, RECONOCIDO
En sus últimos años, acaso los de mayor difusión de su música, intensificó su exploración en la música sinfónica. Murió el 4 de julio de 1992 afectado por una trombosis cerebral.
Su obra, inmensa, encontró inspiración en las innovaciones de Osvaldo Pugliese en piezas como “Negracha” o “La Yumba”, pero sobre todo en aportes extraños al género como los del pianista y compositor de jazz estadoundiense George Gershwin.
Incorporó al tango sonoridades hasta entonces consideradas disonantes, cadencias armónicas propias de otros géneros e impuso una célula rítmica diferente de la tradicional: agrupando las ocho corcheas del compás clásico de cuatro por cuatro en subgrupos de tres, tres y dos, con acentuación en las corcheas uno, cuatro y siete.
Fue también un gran polemista. Desde las trincheras de la palabra enfatizó contradicciones que, en más de un sentido, señalaban una distancia que su música no trazaba de forma tan categórica.
Su obra lo trasciende y muchas de sus creaciones han pasado a ser parte del repertorio ineludible de la música: “Adiós Nonino”, “Balada para un loco”, “Libertango”, “La bicicleta blanca” y “Verano porteño”, son apenas algunas de ellas.
Al cabo, Aníbal Troilo, un guardián de la tradición fue, acaso y a pesar de las críticas que ambos se lanzaron en público, también quien mejor lo comprendió.
Hoy, uno y otro, son parte de un mismo eslabón.
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