María Elena De Falco de González
| 4 de Julio de 2012 | 00:00

A los 86 años falleció María Elena De Falco, una caracterizada vecina de la Ciudad que se distinguió por sus férreos valores humanos entre los que se destacó su bondad. Esas cualidades le valieron el afecto de cuantos tuvieron la oportunidad de conocerla y hoy se entristecen con su partida.
Había nacido el 11 de julio de 1925 en La Plata. Fue la hija menor de Mariana Errecart y Juan De Falco y creció junto a sus cuatro hermanos en la zona de barrio Norte.
Cursó sus estudios primarios en la Escuela Nº 5 y en esa etapa de su infancia, entabló amistades duraderas con las que mantuvo un vínculo inquebrantable. Al completar ese ciclo de su formación, cursó los estudios secundarios en la Escuela Misericordia, institución por la que también sentía un profundo afecto, algo que con el tiempo le supo inculcar a sus hijas.
En abril de 1950 se casó con el médico Miguel Baltazar González, jefe del Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital Italiano y uno de los fundadores de la clínica Perinat. A partir de ese momento se dedicó sin ningún tipo de mezquindades a apoyar la vida profesional de su esposo. Esa relación, marcada por el afecto y el gran compañerismo, permaneció inalterable durante los 70 años que estuvieron juntos.
Con la llegada de sus tres hijos, María Cristina -Pochi-, Alicia Elena y Miguel Eduardo -Pancho- , se abocó por entero a su cuidado y formación hasta verlos convertidos en profesionales. Sus hijas, docentes de trayectoria en los ámbitos educativos de la Universidad Nacional de La Plata; y su hijo, un médico que continuó los pasos de su padre, fueron su principal orgullo.
Pero la empresa familiar extendió sus raíces con los nacimientos de sus 8 nietos. Ese gran motivo de alegría la llevó a ser una abuela dedicada, una figura siempre presente y con continuos proyectos que la impulsaron junto a su esposo a compartir numerosos viajes en los que los más jóvenes de la familia fueron el centro de todas las atenciones.
En el tiempo libre también le gustaba frecuentar el Jockey Club de Punta Lara y concretar salidas junto a su esposo. Además fue una lectora curiosa e incansable, actividad que estaba entre sus pasatiempos preferidos.
Pina, como la llamaban sus allegados, fue una mujer detallista, atenta y generosa que estaba regida por un profundo sentimiento solidario. En ese contexto, durante mucho tiempo se dedicó a tejer ropa de bebé y diseñó esmerados ajuares que fueron destinados a los niños alojados en la Casa Cuna.
En relación a su forma de ser fue una mujer conversadora, alegre y sociable, por lo que su presencia nunca pasaba inadvertida. Lúcida y vital hasta el final de sus días, le encantaba compartir extensas caminatas junto a su esposo, lapso en el que además encaraba amenas charlas en las que siempre estaban presente sus afectos.
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