La estrella original

Por FACUNDO BAÑEZ

El título de 1913 es una estrella que no muchos conocen, pero su brillo original y remoto tal vez explique todas las estrellas que vinieron y se conocieron después.

Las crónicas de la época o las viejas fotos que retrataron alguna vez a esos jugadores de pelo engominado y camisetas de escotes con cordones, muy serios, muy lejanos, nos traen una historia de belleza sepia y, a través del tiempo y sus raros destinos, nos hacen volver la vista hacia esa estrella noble y silenciosa, hacia ese origen signado por la gloria.

Cien años después, al repasar esos recortes y mirar las postales de aquel equipo que supo gritar campeón cuando el fútbol era fútbol y nada más, uno no se encuentra con pasado sino más bien con evidencias que acaso expliquen el futuro.

Porque hay que decirlo: nada de lo que ahora llamamos mística, grandeza o simple humildad del cabal vencedor, hubiese sido posible de no haber existido esa primera estrella y aquellos tiempos donde la pelota era de tiento y los sueños de hacer un club podían gestarse en una zapatería de la calle 7. Ni la hazaña de Old Trafford. Ni las conquistas épicas de la Libertadores. Ni los campeonatos locales. Ni las goleadas paternales ni los maestros de laboratorio y pizarrón que este club tuvo la sabiduría de engendrar. Nada. Ninguna de esas gestas deportivas podría haber existido si antes, mucho antes, aquellos primeros muchachos no hubiesen sentado las bases de lo que sería la verdadera esencia de este club: su humildad. Su temple. Esa fuerza misteriosa y noble que lo hace más fuerte cuando todos lo creen más débil.

Acaso el recuerdo no sea más que un acto de justicia con el pasado. O apenas una forma, por qué no, de buscarle intenciones retrospectivas al azar. Sea lo que sea, es justo decir que para que existieran los Verón o un Zubeldía debió existir antes un Ludovico Pastor, un Julio Lamas o incluso un Federico Bond, aquel zaguero inglés que murió como un león en la trinchera de la primera guerra mundial. Debió existir, ante todo, el sueño lúdico y genuino de un puñado de jóvenes que sólo quisieron una cosa: jugar a la pelota. Y debió existir, en honor a la efeméride, aquel 23 de noviembre de 1913 en el que, luego de empatar como visitante, Estudiantes de La Plata consiguió el primer título futbolístico para la ciudad.

Su estrella no figura en el escudo. Tampoco cuenta en la larga lista de campeonatos que ostenta la historia del club. Y está bien.

Es una estrella que coronó el origen amateur y sentó las bases para el profesionalismo. Su fulgor tiene que ser silencioso y noble, como silencioso y noble es el espíritu que hizo de este club un grande del mundo. Es una estrella que no se ve pero poco importa: su brillo, como la mística, ilumina desde siempre.

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