La utilidad de tener memoria
| 7 de Noviembre de 2013 | 00:00

Por FERNANDO EVANGELIO (*)
Para el ejercicio que os voy a proponer no hace falta retroceder mucho. Solamente un mes y pico. Vayámonos a un periódico brasileño y busquemos en su archivo de noticias del 26-27 de septiembre. Luis Felipe Scolari, el seleccionador de (casi) todos los brasileños, después de haber ganado brillantemente la Confederaciones, anunció su lista de convocados para sus dos próximos amistosos. En ella no estaba Diego Costa (algo que todos recordaréis). Si buscamos un poco, hallaremos detalles de aquella rueda de prensa. Que dura aproximadamente 40 minutos, y que la primera pregunta sobre Diego Costa llega… casi a la media hora de haber comenzado. La primera pregunta al seleccionador no fue sobre Diego Costa. Ni la segunda. Ni la quinta.
La respuesta del ‘abuelo’ Felipao, lacónica y neutra como un tazón de leche desnatada, fue la siguiente: “Todos los jugadores llamados para las anteriores convocatorias son susceptibles de poder entrar en la lista para el Mundial”. Pero después, cuestionado de nuevo por el asunto, llegó la ‘Felipina’, ese pescozón que te llevas del hombre que un día tuvo pinta de bonachón y al final no lo es tanto.“Creo que la FIFA está volviendo a las reglas de los años 30, y me parece extraño”. Es decir… “yo no le llamo, ni aclaro si lo haré en el futuro, pero como le dejen irse con los otros, me cabrearé”.
Nadie hablaba de Diego Costa en Brasil a mediados de septiembre. Un mes y medio después, cuando el jugador se decide por España a través de una carta en vista del circo que se ha montado, Scolari le “desconvoca” (es la primera vez que oigo esto), dice que “le da la espalda a millones de compatriotas” y un portavoz de su Federación pide que le quiten la ciudadanía y que se ha vendido por dinero (en un extraordinario golpe de ‘lucidez’). Algo que no se planteó Scolari cuando convenció a Pepe o a Deco de jugar con Portugal, y no con Brasil. Pero ¿por qué?
Porque hay tres cosas en la vida que no se le pueden negar a un brasileño. Porque las lleva en la sangre. La samba, el carnaval, y el fútbol. Puede indignarse (incluso, enfurecerse) con su clase política, con la falta de seguridad que hay en la calle, o con las falsas esperanzas de futuro, pero hay cosas, en sus raíces, a las que no está dispuesto a renunciar. Por eso, para alguien que ha ganado cinco campeonatos del mundo, que jamás faltó a competir en uno, es demasiado duro poder entender que alguien que nació en tu país no se quiera poner tu camiseta en tu Mundial, el que se juega en tu país.
(*) Periodista de la Cadena Cope de España
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