La psiquis en un cambio tan radical

Frente a casos como el de René Zellweger, la pregunta resulta difícil de eludir: ¿qué pasa por la cabeza de alguien dispuesto a someter su cara a un cambio tan radical? ¿Hasta qué punto una transformación así no puede alterar la imagen que uno tiene de sí mismo, la percepción de la propia identidad?

Sin pretender hacer un análisis del caso en particular, para el psicólogo Leopoldo Mancinelli, “el cambio de rostro, como estrategia para diferenciarse o impactar a los demás, constituye sin duda un triunfo del atrevimiento, un `salto de calidad` a la locura que se consideraba en algún momento colocarse implantes mamarios, un acto de osadía difícil de superar”.

Pero cómo entenderlo más allá del acto en sí. “Llegada cierta edad, a mucha gente no le gusta su cara o no se siente ya representado por ella: se mira al espejo y dice éste no soy yo. De ahí que tal vez, sin ser la propia, la cara resultante de la cirugía les resulta más cercana a cómo se sienten en realidad”.

Y aunque para el común de las personas, el hecho de abandonar la cara con que son reconocidas por sus seres queridos pueda ser traumatizante, “tal vez no lo sea para una actriz -especula el psicólogo-. Alguien que vive de interpretar a otras personas es posible que esté acostumbrado a verse a sí mismo de diferentes formas, y bien podría asimilar con mayor facilidad una cara elegida por catálogo, como un figurín”.

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