Fuerte reclamo tras el salvaje crimen de 63 y 29

DOLOR E INDIGNACIÓN DE LOS VECINOS QUE AYER SE CONCENTRARON ESPONTÁNEAMENTE EN LA ESQUINA DE 63 Y 29 POR LA MUERTE DE “DON PEDRO”

Pedro Moabro (62), el comerciante asesinado durante un robo en su almacén de 29 y 63 el sábado a la noche, la peleó desde joven: pasó de ser bancario a empleado de correo, remisero y otras changas que iba sacando de la galera para mantener a su familia. Hasta que al final pudo establecerse y abrió su negocio hace cinco años.

Así fue que todos los días se levantaba a primera hora, caminaba una cuadra y media desde su casa y empezaba a atender a los vecinos del barrio. Lo conocían todos y, a pesar de su carácter reservado, supo cosechar el afecto de quienes viven cerca. Esa historia, al mejor estilo de las que sólo se encuentran entre mates y charlas de mostrador, se apagó por el disparo certero de un delincuente.

Moabro se mudó a ese barrio hace alrededor de 25 años, al mismo tiempo que empezaba a agrandar su familia. Pablo (24), el mayor de los tres hijos, es uno de quienes se turnaba con el padre para atender el local.

Si bien la familia pudo salir adelante con este nuevo emprendimiento, ese progreso creció aparejado con el castigo de la delincuencia: fueron seis los robos en total y, tras cada uno de ellos, hubo cambios en la manera de trabajar.

“Mi hermana del medio, que ahora tiene 20 años, iba a atender el negocio igual que nosotros. Pero después de un robo se quedó asustada y dejó de ir”, le contó a EL DIA Pablo Moabro.

A medida que la delincuencia le pegaba un nuevo cachetazo, el comerciante fue confeccionando distintas medidas de prevención del delito junto a otros vecinos (ver aparte). “Pero mi papá siempre siguió trabajando igual”, destacó Pablo.

La paradoja se detecta de inmediato: nada sirvió para evitar que un ladrón llegara en auto al local, hacia las 19 del sábado y, después de intentar sacar la plata de la caja, le pegara un tiro en el pecho, sin que la víctima pudiera siquiera resistirse.

El testigo directo del episodio fue un vecino de la cuadra que estaba comprando junto con sus dos nietas. Las veredas se llenaron de la gente, que escuchó los gritos de auxilio del cliente, aunque nadie pudo hacer otra cosa que ver cómo el auto del ladrón aceleraba haciendo chirriar los neumáticos.

Después de terminar el secundario, Moabro ingresó como empleado al ya desaparecido Banco Crédito Provincial, de 7 y 50. En esa entidad hizo carrera y fue ascendiendo escalafones a lo largo de 25 años.

Después, el hombre fue alternando distintos trabajos en una empresa de correos y al volante de un remís junto con dos de sus hobbies preferidos: salir a pescar con amigos y construir modelos de aviones a escala. “Hasta llegó a dar clases sobre eso, porque era muy bueno”, se animó a decir un vecino.

El futuro que le aguarda al negocio familiar es todavía incierto. “No quiero que un día llamen a mamá para decirle que me pegaron un tiro”, soltó Pablo, todavía envuelto en el dolor. La familia indicó que no habrá velatorio.

Un ramo de flores que alguien dejó en las rejas del almacén es tal vez la postal más significativa para ilustrar que el barrio aún sigue de luto.

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