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También en la Región avanzan contra la cultura del desperdicio

Ya sea por ética o consciencia ambiental se multiplican en La Plata las experiencias que apuestan a formas más responsables de consumir

4 de Enero de 2015 | 00:00
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Sin más que un teléfono, un depósito y una empecinada voluntad, Liliana Ilari y quienes integran el Banco Alimentario de La Plata recuperan cada año más de 300 mil kilos de alimentos con que abastecen regularmente a unos 90 comedores infantiles de nuestra Región. Con todo, su mayor mérito quizá no deba medirse tanto en kilos de comida como en su capacidad de ver soluciones al hambre donde otros sólo ven desechos; y salir a buscarlas donde nadie más las parece aprovechar: restos de cosechas a punto de perderse, partidas de alimentos próximos a su fecha de vencimiento, decomisos de mercaderías, rezagos de los mercados de abasto..

Para algunos, como Liliana, se trata de una cuestión moral: “en un mundo con tantas carencias resulta un crimen convertir en basura todo lo que no vamos a usar”, dicen. Para otros todo se reduce a una cuestión de mera supervivencia: “los recursos del planeta se agotan y los procesos industriales son una de las mayores amenazas al equilibrio ambiental”, sostienen. Cualquiera sea el caso, lo cierto es que la cultura del desperdicio parece estar llegando a un punto de inflexión.

Desde la recuperación de alimentos hasta el reciclado de materiales para la construcción, cada vez más iniciativas prueban que es posible una nueva forma de consumir

Desde la recuperación de alimentos a punto de perderse hasta la selección de desechos domiciliarios y el reciclado de materiales para la construcción, cada vez más iniciativas exitosas muestran que existen caminos posibles hacia formas más responsables de producir y consumir.

CONTRA EL HAMBRE

Las cientos de toneladas de alimentos en buen estado que el Banco Alimentario de La Palta recupera cada año para combatir el hambre en la Región “no son casi nada en comparación con todo lo que desperdicia”, sostiene Liliana Ilari, una abogada jubilada, madre de seis hijos, que desde hace años preside esa ONG.

Para Liliana, lo mismo que para quienes integran los distintos bancos alimentarios de nuestro país, el problema del hambre en Argentina es menos un fantasma que un desafío a resolver con ingenio, logística y voluntad. “Sólo en el cinturón hortícola del Gran La Plata -asegura- se desechan más alimentos de los que hacen falta para mantener abastecidos a todos los comedores comunitarios del país”. ¿Por qué? Porque parte de las cosechas, aunque perfectamente aprovechables, no reúnen los requisitos para ir al mercado y muchas veces los productores no las consiguen vender en su totalidad.

A su vez, en el propio Mercado Regional quedan a diario toneladas de frutas y verduras en malas condiciones, pero aptas para el consumo. Y existen también muchas empresas de productos alimenticios que en ocasiones se encuentran con partidas a punto de vencer que no pueden comercializar. No se trata sin duda de un fenómeno local. Según datos de la FAO -la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación-, en un mundo con más de 800 millones de personas hambrientas cerca de un tercio de los alimentos producidos al año se tira o se echa a perder.

CONTRA LA BRECHA DIGITAL

Así como el Banco Alimentario aprovecha los remanentes de alimentos para paliar el hambre en barrios marginales de la Ciudad, un pequeño grupo de estudiantes y docentes de la Facultad de Informática de la UNLP repara computadoras en desuso para reducir la brecha digital que existe entre los distintos sectores de nuestra población.

“La idea es generar conciencia de que los equipos informáticos rotos o en desuso no tienen que ir parar a la basura con el resto de los residuos, porque además de ser altamente contaminantes muchas veces tienen utilidad”, cuenta Damián Candia, unos de los promotores del proyecto E-basura. Por eso “si uno tiene la suerte de comprarse una computadora nueva debe pensar que la anterior tal vez puede servirle a alguien más”, dice.

Con esta filosofía, ocho estudiantes de Informática de distintos niveles se turnan todos los días en un galpón de Tolosa para recibir los equipos donados por particulares, repararlos e instalarles un sistema operativo de uso libre desarrollado en la propia facultad. Gracias ello, computadoras destinadas a terminar en un basurero han servido en los últimos años para que cientos de chicos de comedores comunitarios y escuelas rurales tengan acceso al mundo digital.

CONTRA LA CONTAMINACIÓN

Aunque gran parte de las iniciativas que buscan soluciones en los desechos tienen una finalidad social, también hay quienes apuestan a esta filosofía al llevar a cabo algún proyecto propio. Tal es el caso de Fernando Zaparart, un agente inmobiliario apasionado por la arquitectura, que a fuerza de revolver contenedores de escombros y juntar materiales en la calle terminó armando el bar que alguna vez soñó. Ubicado frente a la vieja Estación Provincial, “Un lugar que” recibe hoy a sus clientes entre paredes decoradas con mosaicos de cerámicos y vajillas, vasos hechos con botellas y un ambiente que recuerda al estilo de Gaudí.

Más allá de una exploración estética, el uso de materiales reciclados para la construcción constituye una estrategia muy efectiva para reducir el impacto ambiental que implica su fabricación. Y es que, por otra parte, “cerca del 60% de los escombros y materiales que hoy terminan en basurales comunes podría reutilizarse”, sostiene Mathieu Larouche, un investigador de la Universidad de Sherbrook, Canadá, quien se ha dedicado a estudiar el fenómeno en nuestra ciudad.

Frente al progresivo calentamiento global, “es necesario cambiar el concepto de `demolición` por el de `deconstrucción`. “Deconstruir es más complejo que demoler, porque implica separar los materiales en origen, pero esos materiales, que hoy se tiran en basurales comunes, tienen un enorme valor y podrían aprovecharse. ¿Por qué no se lo hace? Simplemente porque faltan políticas que incentiven económicamente a quienes deconstruyen -dice Larouche-. En La Plata hay muchas normas sobre demolición, pero ninguna se ocupa de su impacto ambiental”, asegura.


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