Desbordes impropios en los festejos estudiantiles por el fin de las clases

Con la inminente llegada del fin del ciclo lectivo en la Provincia y, una vez más, tal como suele ocurrir año tras año, hace pocas jornadas un grupo de estudiantes secundarios que terminaba de realizar una fiesta de egresados de un colegio de nuestra región, protagonizó en horas de la mañana y antes del horario de entrada a las aulas, una serie de desmanes que incluyeron la rotura de carteles y otros destrozos en el frente del establecimiento educativo, en una situación que volvió a dejar en evidencia los desbordes impropios en que suelen incurrir algunos jóvenes.

Si bien las autoridades de ese colegio reaccionaron con presteza y cuestionaron la conducta de sus alumnos, a la vez que anunciaron que se profundizarán distintos análisis a nivel institucional para, en su caso, actuar en consecuencia, corresponde poner de relieve que en estas fechas todas las comunidades educativas debieran permanecer atentas y, al mismo tiempo, extremar aquellas medidas que puedan servir para prevenir estos habituales desórdenes.

Corresponde aquí reseñar que, en los últimos años, surgió la modalidad de festejar el llamado “último primer día” por parte de los alumnos de sexto año, en celebraciones que dieron margen a desórdenes e incidentes. En algunos de esos casos, algunos estudiantes se mostraron alcoholizados y víctimas de una suerte de descontrol ajeno a quien pretende ingresar luego a las aulas para iniciar su aprendizaje. Cabe también recordar que la polémica sobre este nuevo festejo por parte de los egresados surgió a partir de un episodio ocurrido años atrás en la entrada de un colegio del centro platense, cuando un perro terminó agonizando después de estallarle un petardo en el hocico.

Cuando se presentan estas situaciones negativas y se formulan luego advertencias, no faltan quienes argumentan que nada tiene de malo que los jóvenes busquen realizar este tipo de celebraciones. Afortunadamente no piensan así los directivos de algunos colegios que, en los últimos ciclos lectivos, decidieron impedir el ingreso de los alumnos que se encontraban alcoholizados y les pusieron una inasistencia, entre otras medidas disciplinarias.

Las crónicas reiteradas por el diario en los últimos años, destinadas a reflejar los diversos festejos estudiantiles, dejaron a las claras que suele desatarse una suerte de rutina de grescas, destrozos e incidentes, absolutamente impropia para un ámbito educativo.

En torno a esta cuestión, daría la impresión de que, en muchas oportunidades, tanto las autoridades del área -como los padres, a quienes también les incumbe esa responsabilidad- no aciertan a notificarse acerca de hábitos que amenazan instalarse, consistentes en confundir, por parte de los jóvenes, la natural algarabía de quienes ven una próxima finalización de sus estudios con la realización de actos que perjudican a terceros. Y con no valorar debidamente lo que significa la cultura del esfuerzo.

Es verdad que la sociedad muestra hoy, a profusión, niveles de violencia y conductas descomedidas, en algunas oportunidades casi promovidas como “modelos” a imitar. Pero, justamente, la educación consiste también en eso: en no dejar que prevalezcan criterios permisivos y, por el contrario, en inducir a los jóvenes a conocer dónde se encuentran los límites y en comprender la importancia de que se capaciten como personas valiosas y útiles para la convivencia social.

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