Cazarse
| 6 de Diciembre de 2015 | 00:21

Por JOSE SUPERA
Escritor
1.
Sombra dotada de arco y flecha se mueve en la espesura de este bosque de cemento. El lugar donde siempre se para es el lugar donde nadie la ve. Ese altar miserable. Erigido sobre cúmulo de aspiraciones y fantasías y sueños que ya pocos quieren soñar. La casa propia, el autito, los hijos corriendo por el parque. Pero primero debe cazar. Avistamiento. De otra sombra. Otra sombra como él, como todos. Pone la flecha. Tensa la cuerda y también otras cosas. Apunta. Dispara. Silbido desapareciendo entre sus dedos. Velocidad, gravedad, resistencia. Forjado hierro afilado penetrando carne moldeada para la vida. El depredador de soledades ahora se lleva a su cueva la presa que todavía se sacude. Todo para no volverse silencio, para no morir de soledad. El cazador, caza; lo que no sabe es que, cazando, está siendo cazado.
2.
Para escribir esta nota tengo que caminar hacia una pared negra. En la pared alguien escribió esto con tiza blanca: “Y Dios dijo a la mujer: yo multiplicaré tus afanes y tu gravidez. Parirás a tus hijos con dolor. Estarás sujeta al poder del varón, y él te dominará. Génesis 3:16”. Después hay más paredes negras. En todas las paredes negras hay vestidos de novia blancos. Estoy en subsuelo del Teatro Argentino. La muestra se llama “Blanca y radiante”, de Kitty di Bártolo y Rosa Arena, con curaduría de Ángela Márquez. También veo un vestido blanco con agujas de tejer clavadas a la altura de la panza. Pienso: elementos de creación y destrucción al mismo tiempo. Al lado de ese vestido hay otra anotación en tiza blanca: “Los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos: habrá menos madres muertas. René Favaloro”. Hay otro vestido sobre una balanza. Otro con cientos de etiquetas de ofertas. Me pregunto por qué nunca pasa de moda casarse. Me contesto diciéndome que se acerca fin de año y tengo dos casamientos de amigos. Tengo que pensar que voy a ponerme. Después de todo, una fiesta es una fiesta.
3.
Unos días después de ver la obra “Blanca y radiante”, me contacto vía mail con las dos artistas plásticas. Le hago unas preguntas a Rosa Arena y me contesta más o menos algo como que “la palabra clave es necesidad. Nos crean necesidades: a las mujeres, desde que el mundo es mundo, nos dijeron que necesitábamos del hombre y allí fuimos y vamos por el mundo a la pesca. El mandato de nuestra generación (somos del 60) eran esos modelos de madre y esposa ejemplar, quizás quede algún resabio. Ahora estas palabras pertenecen a la artista Kitty di Bártolo, pero también al lector de esta nota: “No estamos hablando sólo de las bodas en esta muestra, no hablamos del casamiento en sí, sino de todo lo que trae aparejado el mismo: el tema femenino, el abuso, la indiferencia de las clases sociales y de las diferentes épocas que nos atravesaron a nosotras, a nuestras madres o abuelas, pero también a nuestras hijas”.
“No estamos hablando sólo de las bodas en esta muestra, no hablamos del casamiento en sí, sino de todo lo que trae aparejado el mismo: el tema femenino, el abuso, la indiferencia de las clases sociales y de las diferentes épocas que nos atravesaron a nosotras, a nuestras madres o abuelas, pero también a nuestras hijas”
4.
Y en esta ciudad pueblo, en este río de humanos en el que nos movemos todos a través de una corriente, hay un grupo de teatro, un puñado de locos que se animó a hacer una fiesta de casamiento, pero como en clave de teatro performático: la fiesta como ficción pura, una obra triste e insolente y llena de color y ruido y copetín, una fiesta para unos pocos, porque la obra de teatro que retrata esta fiesta de casamiento se hace una vez al mes y uno tiene que reservar con anticipación, porque la gente quiere ir a mirar, a participar de esa historia que ya es conocida por todos. Este grupo de teatro se llama “Vuelve en Julio” y la obra se llama “La fiesta de casamiento de Clara y Diego”. La cosa es más o menos así: Uno, como espectador, llega y es ubicado en una de las mesas del salón. En las mesas hay tantos espectadores como actores. Uno no sabe quiénes son los actores. Después llega el video de los novios. Llegan los novios al salón. La música. El baile. La comida. El brindis. Más baile. Carnaval carioca. Uno dentro de ese casamiento se siente en un sueño pesado, interminable: La realidad es a veces una obra teatro confusa que se prende fuego desde adentro, como nos prendemos fuego todos. Pero la fiesta sigue. La gente baila. Nosotros como espectadores estamos obligados a bailar. La cosa se pone rara. Mejor no sigo. Paro acá. Porque no quiero contar ese sueño/obra de teatro. Entonces me hago a un lado, la dejo hablar a una de las directoras, Natalia Maldini, que en la obra interpreta a una wedding planner, de alguna forma, la que dirige el barco que supone cualquier fiesta de casamiento: “La idea nace el año pasado cuando fuimos convocados a participar del ciclo ‘Supervivencias’ junto con Iván Haidar, para montar una obra para dicho ciclo en el espacio ‘El Puente’. La wedding planner que interpreto pertenece a un mundo completamente grasa, la resaca de los noventa menemistas… como son los novios, su familia y todo el resto de la fiesta. Ellos se casan en un salón berreta, con copas de plástico pero no se hacen cargo de eso: se sienten reyes y quieren hacer todo lo que pertenece a ese ritual. Una fiesta de casamiento real tiene procedimientos casi como una obra: ‘la entrada de los novios’, ‘el vals’, ‘la tirada del ramo’, ‘el trencito del carnaval carioca’: está todo cronometrado; la diversión se pagó en cuotas y así deberá ser administrada durante la fiesta. Los novios y sus invitados repiten esos rituales a lo largo de las generaciones al pie de la letra, nos parece interesante re-pensar ‘esa ficción’. Podemos definirla como una obra performática porque en ella conviven características y recursos diversos. La obra tiene una estructura dramática, conflictos y personajes construidos en un trabajo previo al estreno, durante el proceso creativo de la obra. Sin embargo, es una propuesta abierta que se termina de completar con la participación del público. El espectador-actor tiene la posibilidad de sorprender a los actores y construir nuevas escenas; proponer nuevos conflictos y jugar dentro de la estructura que propone la obra”.
5.
Miro el remolino en mi vaso de Campari con jugo de naranja. Una guirnalda fluorescente colgando de mi cuello. Un moño violeta y verde. Alrededor mío todos bailan cumbia pop. Frené un segundo. No sé por qué. Alguien me agarra del brazo para que siga bailando. Me resisto. Sigo quieto. Mi cuerpo repleto de un ácido que me corroe desde adentro. Miro al gran espejo que hay en el salón. Entre cuerpos que se mueven puedo ver a los cazados. Tomo más Campari. Mezcla amarga y dulce como mi realidad. Me veo reflejado en el espejo. Soy una caricatura, soy una forma difusa de mi realidad. Estoy en el casamiento de un amigo. Dejo de bailar para pensar en que voy a escribir una nota de todo esto. Pero antes tengo que aceptarme. Lo acepto. Soy uno más de este montón. Nunca voy a despegarme de lo que soy, de lo que fuimos, de lo que vamos a ser. Me sumo al trencito de la alegría. Me río y me escucho y me doy miedo. Todo está bien, todo está bien, piensa el maquinista que gobierna el tren de mi cordura. La fiesta tiene que seguir.
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