¿Y ahora Boca?
| 19 de Mayo de 2015 | 02:21

El proyecto incluía la obtención del campeonato argentino con el Vasco Arruabarrena Gran-DT. La vuelta inmediata de Carlitos Tevez para formar ataque con Daniel Osvaldo. Y hasta Andrea Pirlo de amarillo y azul. La reconquista de la Libertadores y, de postre, la vuelta a Japón para dirimir duelo, por qué no, contra el Barcelona de Leo Messi. Se invirtieron diez millones de dólares en refuerzos y parecía haber más en la chequera, porque el proyecto de grandeza deportiva iba de la mano con algo más grande. Porque un Boca exitoso, hay que decirlo, porque así sucede en el fútbol argentino, ayudaba también a la campaña Mauricio Macri presidente de Argentina y a Daniel Angelici reelegido en el club, fortalecido en la AFA y lanzado luego también él a la política nacional. ¿Y ahora Boca?
Boca ganaba todo. Inclusive, por momentos, con un fútbol asociado, de toque y audaz. Pero la aparición de River en la Libertadores, mucho antes de lo que podía esperarse, fue el inicio del desastre. El primero de los tres clásicos en la Bombonera, por el campeonato local, fue cosa menor. Para el segundo capítulo, River se portó como un señorito. Garantizando el club ubicaciones seguras para la dirigencia de Boca en el Monumental. Pero, dentro del campo, con jugadores que abusaron de la violencia, al punto que debió haber sufrido tres expulsiones. No fue así. Y nadie podía imaginarse que un mal pase de Fernando Gago en una salida derivaría en un penal torpe e infantil de Leandro Marín. Y que la conversión de Carlos Sánchez marcaría algo mucho más grave que la primera derrota de Boca en el año. Que marcaría acaso el principio del fin del gran sueño.
El clima se fue recalentando en las redes sociales. Hinchas furiosos de Boca comenzaron a sentirse más que nunca como los únicos defensores del club. Que los jugadores se habían dejado avasallar por River. También Angelici, por “permitir” la designación del árbitro Germán Delfino para el juego de ida. Fue un victimismo peligroso. Que derivó en revanchismo. Allí fue Daniel Osvaldo apenas iniciada la revancha a patearlo a Sánchez, para avisarle que ahora estaban en la Bombonera. Pero Boca jugó todavía peor que en el Monumental. Sin juego asociado. Y sin el uruguayo Nicolás Lodeiro, figura del Boca de hasta semanas atrás. Fue una extraña renuncia de Arruabarrena, acaso también él desbordado por el Superclásico. En esos minutos, la trasmisión por TV de Fox mostraba un cartel que, en rigor, no parecía muy diferente de otros que ya forman parte del paisaje natural de nuestras canchas: “Pasa Boca, o no se Ba nadie”. Fue toda una premonición.
Ahora sabemos que el ataque en la manga fue un gas pimienta casero arrojado con una botella de litro y medio a través del alambrado. Boca ya elevó a la justicia una lista de siete posibles sospechosos. “Inadaptados”, insistió ayer Angelici, que una y otra vez afirmó que “no es un problema de barras bravas”. Los Di Zeo, los Martín, son los “adaptados”, la barra oficial. El club que sea, no sólo Boca, siempre eligió para negociar a la barra con más poder. La que garantizara paz en las tribunas a cambio de prebendas. El problema es que quienes quedan afuera del acuerdo siempre reclaman lo suyo. Y lo hacen, obvio, a punta de pistola, porque así ascendió también en su momento el propio Di Zeo cuando desplazó al “Abuelo” José Barritta. Los métodos, eso sí, no parecen tener fin en la escala de la salvajería. Matar a un jugador ya no es una ficción.
Si el ataque contra los jugadores de River fue obra de pocos, lo que sucedió después no. “Se cagó, River se cagó”, cantaban ya miles en el estadio. La mayoría ovacionó la aparición del drone burlón que recordaba al fantasma de la B. Arruabarrena y los suyos sólo querían recomenzar, aunque algunos tuvieron luego algún gesto más humano. En el medio, jugadores de River shockeados, sin ver, con quemaduras en el cuerpo, sin siquiera poder salir del campo para ir a un hospital. El comentarista de TV comienza a hablar de un fútbol y también de un país desquiciado, pero ni siquiera menciona el nombre del dueño de casa, un amigo, principal organizador del espectáculo. Muchos, para no tener que mencionar a los principales responsables, eligieron la sociología antes que el periodismo. “El fútbol es un reflejo del país”, fue el latiguillo más usado. Otros cronistas, ya intuyendo que el partido no seguía, arriesgaban que el segundo tiempo se iba a jugar al día siguiente. Ese sábado, sí, la Conmebol terminó anunciando la sanción, que al final no fue tan grave como Boca temía. El jueves por la noche, cerca de cincuenta mil personas dejaron la Bombonera sin provocar incidentes, un dato no menor. Pero la TV quedó fija en el bochorno que fue la salida de River del campo, con hinchas insultando y arrojando de todo. Y no era un grupito de “inadaptados”. La TV mostraba a plateístas de celulares caros y con niños. Y hasta un intendente insultando a los jugadores rivales heridos. Lo peor fue cuando, tardío, pero gesto al fin, Arruabarrena indicó a sus jugadores que lo mejor era salir del campo junto con los de River. El equipo, de actitud horrible cuando por altavoces se anunció la suspensión y se desplegó en la cancha como indicando que “acá estamos para jugar”, no siguió al DT. ¿Un equipo también rehén de su propia barra? ¿O un líder casi barra, como pareció comportarse el arquero Agustín Orión?
Son muchos los que también parecen barras, aún sin gas pimienta. El último sábado por la tarde, un conocido programa en un canal de noticias de la TV de cable comenzó sin su conductor, sancionado por cruzarse contra colegas de su misma empresa por el Boca-River. Hasta el director de un diario exprimió rabia por las redes sociales, que suelen dar piedra libre para el escupitajo. La Conmebol, que cambió dirigencia pero no hábitos, demoró siglos la suspensión del jueves en la Bombonera, insistiendo hasta último momento en que River jugara. Si hasta el pobre veedor de la AFA parecía buscar con su celular a Julio Grondona, rey del “Todo Pasa”. Desde Asunción me negaron que la demora se haya debido a supuestos llamados desde altas esferas que partieron desde Buenos Aires al propio presidente de Paraguay, Horacio Cartes, hombre de fútbol. Sí me dijeron que a la Conmebol no le quedó más que echar a Boca de la Libertadores después del reclamo de Joseph Blatter, presidente de la FIFA.
Angelici, conciente del daño de su imagen, que no remedió siquiera viajando ayer a último momento a Paraguay, ahora dice que renunciará a la vicepresidencia de la AFA. El club no recibirá el dinero que esperaba y se anuncian demandas de socios. Boca ya no servirá en 2015 para campañas deportivas ni políticas. El Superclásico será otra cosa a partir de ahora. Las burlas tienen otra dimensión. Algunos ironizaban recordando a Ramón Díaz, cuando afirmaba que él, con sus declaraciones picantes, le ponía “pimienta” al clásico. La trilogía de Superclásicos terminó siendo una gran ocasión desperdiciada para el fútbol argentino. Primero, porque se jugó mal y se desperdició la ocasión del camino hacia un fútbol más atractivo y más audaz que pareció iniciar River en 2014. Y, segundo, y acaso más importante, cuando Boca se resistió a salir del campo abrazado con River, se perdió la batalla hoy más importante. La del fútbol que comience a decirle basta a la barra.
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