Castillos, reyes y emperatrices; amores traiciones y muertes
| 26 de Julio de 2015 | 00:53

Por SILVANO JORGE TREVISAN
INGENIERO
Aunque toda Europa está sembrada de castillos y palacios, es en Escocia, Inglaterra, Francia, España y Alemania, donde están los que más atraen la atención del viajero. Algunos fueron imponentes fortalezas defensivas, otros una mezcla de fuerte y vivienda y muchos sólo residencias de familias nobles. Su fastuosidad proclamaba la gloria y la grandeza del soberano que lo habitaba quien, de ese modo, generaba en la población una sensación de poder, admiración y acatamiento. El paso del tiempo ha convertido a muchos en museos y casi todos conservan en el relato, verbal o escrito, actual o antiguo, descripciones, más nostalgiosas que objetivas, de su origen y antiguo esplendor. Otros, ya son sólo ruinas.
Vale la pena introducirse en algunos de ellos, recorrer sus lujosos salones y sus bien cuidados jardines para conocer a quienes los construyeron, habitaron o heredaron, y los hechos, felices o trágicos, que allí ocurrieron.
NEUSCHWANSTEIN
Seguramente el castillo más hermoso del mundo; un hito en la bella Baviera alemana, íntimamente ligado a la vida y muerte de su constructor, el Rey Ludwig (Luis) II. Castillo de nombre difícil, que sin embargo se simplifica si lo disociamos en los tres vocablos que lo componen;: “neu”, nuevo: “schwan”, cisne; y “stein”, piedra. En definitiva; “Nuevo castillo de Ludwig”, puesto que en el medioevo “piedra” era sinónimo de castillo y “cisne” el apelativo del joven Rey de Baviera.
Luis II nació en 1845; asumió el trono a los 19 años, comenzó este castillo en 1869 y lo terminó 17 años después, en 1886.
Dos son las razones por las cuales este edificio atrae tanto al visitante: sus especiales características arquitectónicas, y la personalidad de su ejecutor, incluyendo su dramático final.
Cuando uno transita a pie el breve camino que, desde el lugar de estacionamiento de los vehículos conduce hasta el castillo, y llega al Puente de María (Marienbrücke), queda paralizado ante la súbita aparición de algo que parece irreal y se semeja a un cóndor quieto en su nido. El castillo surge, mágicamente, en la cima de un risco, rodeado de abetos y cedros, cursos de agua y pequeños lagos. Ya más cerca, es posible contemplar su fachada rosada y sus altos muros blancos; sus magníficas arcadas, lo mismo que sus elevadas y elegantes torres almenadas que culminan con delicadas agujas de pizarra gris oscuro que se esconden entre las nubes, junto a conos y pequeñas cúpulas multicolores. Y si, como telón de fondo, le ponemos los picos nevados de los Pre-Alpes bávaros, habremos completado una escenografía fascinante, que parece surgida de un cuento de hadas y explica por qué Disney se fijó en él para diseñar los castillos de Blancanieves y La Bella Durmiente.
Tiene aspecto de castillo medieval aunque su interior, algo austero, contiene cuadros, frescos y tapices de gran valor, muchos de ellos inspirados en óperas y composiciones musicales de Richard Wagner, amigo íntimo del Rey. Además, también incorporó elementos de confort aún poco utilizados en esa época como calefacción central, luz eléctrica, agua corriente, desagües e, incluso, una línea telefónica interna, todo lo cual hacía más placentera la vida en sus 200 habitaciones y salas.
En síntesis: Neuschwanstein es la mejor expresión material de las ideas y principios sustentados por Ludwig II, quien había construido para si un reino imaginario más cercano a los románticos paisajes de Baviera que a los quehaceres de la política y la cosa pública, algo que, como veremos, era sumamente peligroso para un gobernante de ese tiempo.
LUDWIG II
Ludwig Otto Frederic Wilhelm von Wittelsbach - tal su nombre completo -, nació el 25 de agosto de 1845, en un castillo cerca de Münich, la capital de Baviera. Hijo mayor del rey de esa región germana, alto (1.92m), buen mozo y elegante, había recibido una esmerada educación de príncipe. Mostraba destacadas condiciones personales y una increíble incapacidad para la gestión de gobierno, además de una falta total de interés por las cuestiones del imperio germánico en plena transformación industrial. Su espíritu de soñador melancólico y solitario no concordaban con las obligaciones de un monarca, lo que implicaba un gran riesgo en tiempos de reinos enfrentados política y militarmente.
Primo hermano de la duquesa Isabel de Baviera (“Sissi”), convertida en emperatriz de Austria al casarse con el Emperador Francisco José, compartía con ella el desprecio por el protocolo imperial y las tareas burocráticas Sin interés por la política, se refugió en la construcción de castillos, en cabalgatas por los verdes prados de Baviera y en la música de Wagner, de quien fue su generoso mecenas. Y tenía un modelo: Luis XIV, el Rey Sol francés (1638-1715)
Llegó un momento en que el gobierno consideró que gastaba demasiado dinero y que ello ponía en peligro la economía del Estado. Genial para algunos, loco para otros, el Primer Ministro hizo crecer los rumores sobre la esquizofrenia del Rey, para derrocarlo y designar un regente que gobernara en su nombre. “Acepto que me impidan reinar, pero no que me declaren loco”, escribió a su pueblo, que lo consideraba cuerdo y lo amaba. En junio de 1886 fue declarado “incompetente para gobernar por enajenación mental”, y depuesto. Se lo detuvo en Neuschwanstein y, contra su voluntad, se lo recluyó en el castillo de Berg, donde había pasado parte de su infancia.
A las 6 de la tarde del 13 de junio de 1886 salió a dar un paseo acompañado por su médico carcelero. A las 10.30hs. de esa noche ambos fueron hallados muertos al borde del Lago Starnberg, cerca de Münich, en circunstancias jamás aclaradas. El informe oficial, que excluía al gobierno del magnicidio, informaba: “el Rey, en un ataque de locura, estranguló al médico y luego se suicidó”. Investigaciones posteriores demostraron, en cambio, que se trató de un asesinato. Pero aún hoy, las circunstancias de su muerte siguen siendo un enigma.
Su cuerpo, embalsamado, se guarda en la Iglesia San Miguel de Münich. Los bávaros aún lo recuerdan con respeto y lo consideran un defensor de las artes y el buen gusto.
Y los delirantes castillos que él erigió: Neuschwanstein (donde sólo habitó 172 días), Linderhoff (su preferido), Herrenchiemsee, etc., que, según el gobierno, arruinaban las arcas del estado, hoy, ciento cuarenta años después, atraen multitudes de turistas que generan enormes ingresos para el Tesoro de Baviera.
Cuando uno anda por allí, vale la pena repetir la última caminata del Rey de Baviera al borde del Lago Starnberg y tomar una foto, o depositar una flor junto a la cruz que señala el sitio en que pereció Luis II, el joven monarca cuya principal locura fue tratar de imitar a Luis XIV de Francia.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE