El más provinciano de los escritores
| 16 de Agosto de 2015 | 00:44

Por MARCELO ORTALE
Carlos Mastronardi, el más provinciano de los poetas, el más interior, el más ensimismado, el más tímido de todos, nació en 1901 en la urquicista ciudad de Gualeguay y estudió el secundario en la cercana Concepción del Uruguay. Leído sólo por entendidos, ignorado por muchos años, su nombre comenzó a circular con más fuerza cuando la Universidad del Litoral publicó sus obras completas en 2010.
Con una formación ya sólida, veinteañero entonces, viajó a Buenos Aires en donde se relacionó con los más conocidos escritores. Fue amigo de Macedonio Fernández, de Roberto Arlt, del alucinado Jacobo Fijman y del enorme Borges con quien mantuvo una relación callada y afectuosa de más de medio siglo. También vino a La Plata, para conocer y aprender con ese maestro que fue Pedro Henriquez Ureña.
De él dijo Borges: “Pocos hombres conservaron la soledad con la minuciosidad de Mastronardi. Era un inseparable amigo de la noche que sabiamente abusó de la noche y del café, que tanto se le parece a la noche. Para vivir eligió la avenida de Mayo; acaso una de las zonas más tristes de Buenos Aires. Como Augusto Dupin, el primer detective de la literatura policial, que de noche recorría las calles de París en compañía de sus amigos, Mastronardi recorría las calles de Buenos Aires buscando ese estímulo intelectual que sólo puede dar la noche de una gran ciudad”.
Sin embargo, pese a ese detenido porteñismo, ninguna provincia argentina le debe tanto a un escritor como Entre Ríos a Mastronardi. Ensimismado en la belleza quieta del paisaje, en el silencio del verano en las cuchillas, imaginó a su tierra mecida entre el Paraná y el Uruguay y escribió en las primeras estrofas de su extenso y cautivante poema “Luz de provincia”:
“Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre;
sus costas están solas y engendran el verano.
Quien mira es influido por un destino suave
cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado.
La conozco agraciada, tendida en sueño lúcido.
Da gusto ir contemplando sus abiertas distancias,
sus ofrecidas lomas que alegran este verso,
su ocaso, imperio triste, sus remolonas aguas.
Y las gentes de ahora, que trabajan su dicha,
los vistosos linares prometiendo un buen año,
las mañanas de hielo, los vivos resplandores,
y el campo en su abandono feliz, hondura y pájaro”.
Sobre esta paradigmática obra dijo también Borges: “El caso de Mastronardi me parece raro en la historia de la literatura, porque, aunque ha publicado varios volúmenes, y últimamente un admirable libro de recuerdos titulado ´Memorias de un provinciano´, él sigue siendo una suerte de ‘homo unius libri’, (hombre de un solo libro): él sigue siendo autor de ese poema dedicado a Entre Ríos, a la nostalgia de Entre Ríos. Y yo diría que una de las razones que hacen que Mastronardi viva, solitario y noctámbulo, en Buenos Aires, es que en Buenos Aires puede sentir mejor la nostalgia de su Entre Ríos, que él quiere tanto”.
EL DESTIERRO INTIMO
En sus años de Buenos Aires, Mastronardi se encerró aún más. El poeta platense Osvaldo Ballina lo recuerda: “Fue el hombre más tímido que existió. Lo vi caminando, reconcentrado, por Avenida de Mayo. Es uno de los máximos poetas nuestros”. Según Alejandro Bekes, Mastronardi careció de patetismo en su vida y dejó que el silencio se hiciera cargo de sus días. Añadió que “estampó la máxima de Epicuro –“disimula tu vida”- sin abandonar nunca su voluntad de perfección literaria” ni “sus virtudes de espléndido artesano”.
Otro brillante poeta, el porteño Luis Tedesco, define a Mastronardi como a alguien que no se interesó en ejercer ningún tipo de hegemonía, ni en vida ni después de muerto: “Reconocido hombre de letras, no exhibió la desesperación arrogante de Lugones, ni el mordaz desapego de Borges, ni el carisma vanguardista de Girondo, o el aura mística que envolvía la figura -más que la poesía- de Juan L. Ortiz. Fue un ciudadano opaco, algo extravagante, desinteresadamente culto, perdido en la lectura minuciosa de Petrarca, de los poetas del Siglo de Oro español, extasiado en las penumbras armónicas del verso de Valéry”.
Merece también una detenida mención el hecho de que Gualeguay –una ciudad pequeña, perdida en la ondulada llanura entrerriana y muy antigua- se caracteriza por el hecho de que nacieron en ella a lo largo del siglo XX poetas de excelencia, empezando por “Juanele” Ortíz, respetado y venerado por intelectuales y lectores de todo el mundo. Pero también son nativos de esa ciudad, entre otros, Juan José Manauta, Alfredo Veiravé, Emma Barrandeguy y el pintor Bernaldo de Quirós.
El ya citado Bekes dice que en la vida retirada de Mastronardi había un detalle conocido por todos sus amigos y por él mismo: “es su costumbre de evitar la luz diurna, de vivir solamente de noche. Heliofobia que algún crítico vinculó a una presunta polaridad presente en su obra”. Para Mastronardi, la luz sólo existía en la provincia, mientras que la oscuridad era patrimonio de la vida urbana.
Poeta de la noche, lo calificaron. La periodista y profesora de letras Silvina Friera –a raíz de la publicación de las obras completas de Mastronardi, editada por la Universidad del Litoral- pone de relieve el regreso a la consideración de ese poeta nocturno: “Uno de los nombres relevantes de la literatura argentina, ha regresado. Quizá sea el tiempo de su revancha, una onda expansiva de justicia post mortem. Carlos Mastronardi, figura mítica aun a expensas de no haber sido leído, vivió en el siglo equivocado. En cientos de páginas ha dejado constancia de que se sentía un provinciano, un antivanguardista, un anacrónico, un simbolista, un obsesionado por el método. Su timidez fue una marca indestructible, típica de ciertos escritores rioplatenses de la primera mitad del siglo XX. Cultivó la discreción y el retraimiento como único refugio posible para ponerse a resguardo de los que ostentaban el poder cultural”.
LOS COMENTARISTAS
Pocos poetas lograron, como Mastronardi, que los mayores investigadores y creadores literarios giraran sus ojos y se concentraran en en su obra. Así se sumaron trabajos de Conrado Nalé Roxlo, Juan Carlos Ghiano, Ricardo Herrera, Martín Prieto, del notable investigador y académico platense Saúl Yurkievich que escribió un libro sobre Mastronardi publicado por Ediciones Culturales Argentinas y que, más tarde, sería albacea de la obra de Julio Cortázar- y, claro, escritores como Borges, César Tiempo o el norteño Héctor Tizón, que a una de sus propias novelas le dio el nombre de “Luz de las crueles provincias”, un título que, dijo el propio Tizón, fue puesto en homenaje a Mastronardi.
El poeta Ricardo Herrera sostiene que, ligando su sensibilidad anacrónica a la disciplina del creador, “Mastronardi optó por transmitir la imagen del paisaje de su provincia envuelto en un eco de la tradición que amaba. Era, a todas luces, una jugada fuera de moda. Contra lo previsible, su fidelidad tuvo premio: su poesía está viva. Entre la de sus coetáneos, sólo la poesía de Borges posee similar belleza e idéntico rigor”.
En lo que podría denominarse vida social del literato, Mastronardi presintió que existía –como lo afirmaban muchos colegas del interior- una suerte de discriminación centralista, la del escritor porteño que desprecia al provinciano. Sin embargo, ese enfrentamiento –si existiera- jamás hubiera resentido su ánimo, ya que Mastronardi unió como pocos su formación simbolista, francesa y también la que provenía del Siglo de Oro español, con la influencia que, sobre su estilo sobrio y recatado, ejercieron los calmos latidos de la tierra entrerriana.
El jujeño Tizón advirtió una vez que “Federico Fellini decía que ningún artista puede darse el lujo de no ser provinciano”. Allí, sin saberlo, claro, tocó la cuerda acaso más sensible y acallada del trabajo poético de Mastronardi, que osciló siempre entre la voz regional y la cosmopolita, sabiendo en el fondo que ambas eran y siguen siendo la misma voz.
Mastronardi murió el 5 de junio de 1976 en la ciudad de Buenos Aires, a los 75 años de edad.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE