"Chiroooola, Chiroooolaaaa"

En un partido dominado por el miedo a equivocarse y en el que el orden derrotó por goleada a la creatividad, Sebastián Romero demostró como se juega un clásico: con el corazón en la mano y los dientes apretados. Por eso, convenció al DT y la gente lo adora.

     Lo jugó como a los 5 años, cuando por primera vez se puso la camiseta blanca con la franja azul al pecho. Corrió, metió, pensó, luchó, aportó claridad, jugó. Con el corazón, pero con la cabeza lo más fría posible. Terminó con los músculos agarrotados, la camiseta empapada, el campo regado con sudor y vergüenza deportiva. Cualquier pibe que recién empieza debe tomarlo como modelo; todo hincha se sintió identificado. Chirola dejó todo. Incluso, tras su gran partido -a los 38 años, demostrando que puede, que siempre pudo- se fue con una mueca de tristeza y decepción porque de todos los protagonistas, fue el que más anheló ganar.

      Esa ambición de Sebastián Romero no fue demasiado seguida ni por propios ni por extraños. Las mejores actuaciones en ambos equipos se encuentran de mitad de cancha hacia atrás, porque fue más fácil destruir que intentar crear, armar la telaraña defensiva que explorar ese territorio inhóspito conocido como "área rival", mantener el orden que intentar un desorden productivo. Por eso, por las ganas y el empuje, Rodrigo Braña fue el mejor de Estudiantes. Otro viejito que demostró que -como Chirola- se va a jubilar cuando quiera, no cuando le digan. Y después, Gorga, Guanini,  Schunke, Desábato...sacaron, sacaron y sacaron casi sin errores. Saldo más favorable para Gimnasia, que venía cuestionado cerca de Alexis Martín Arias.

       Intentó jugar Daniel Imperiale, ningún crack pero sí un buen jugador de equipo. Desde el temperamento, aportó también Facundo Oreja. Y Nicolás Ibáñez algo tiene: un derechazo sin entrarle de lleno a la bocha, un cabezazo y un mano a mano atorado por Andújar dejaron la sensación de que si Gimnasia gritaba un gol, era por él. Fue poco para Gimnasia, que aún con esas limitaciones fue más ambicioso, se sintió más incómodo con la parda en cero. El equipo de Alfaro pareció sacarse el lastre de la década perdida; sus temores obedecieron más a sus debilidades como equipo que al historial reciente.

       A propósito del equipo, 9 de los 11 no fueron titulares en el clásico anterior hace un puñado de meses. Hoy Alfaro espera por la vuelta de Jorge Valdez, Matías Noble y Fabián Rinaudo (en ese orden de reaparición) para encontrar talento, desequilibrio y empuje. El armado de "su" equipo es más complejo y sinuoso de lo esperado, por eso la Copa Argentina (el domingo con Racing en Mar del Plata) asoma como el espaldarazo que el ciclo necesita para seguir creciendo. Solamente quedó una conclusión del clásico 157: Chirola tiene que jugar.

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