La ley de la jungla de cemento
| 2 de Octubre de 2016 | 00:33

Por JOSE SUPERA
ESCRITOR
1.
La sangre queda. Como pintura rupestre sobre el pavimento. Pasa el tiempo y sigue ahí. Las lluvias y las ruedas y los pasos y las noches y los días. Todo pasa y la mancha va a seguir ahí. La sangre de un hombre. Que mató a otro hombre. Me quedo viendo la mancha durante un rato. Una zona de la periferia de nuestra ciudad. “Uno menos”, dicen muchos. Pero pienso que también es uno más. Depende el lugar desde donde se mire, desde donde se entienda.
Mientras tanto, nos cagamos a tiros unos a otros.
Mientras tanto esto es la jungla y morimos.
2.
Unos ladrones atropellaron y asesinaron a un bebé. Otros salieron a matar. Una noticia tras otra. No hay respiro. Uno quiere salir con una antorcha y un crucifijo a cazar demonios. Intento entender pero no entiendo. Entonces le escribo por Facebook a Esteban Rodríguez Alzueta, que es abogado y Magister en Ciencias Sociales (UNLP), que se desempeña como profesor e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata, y que además da clases en varios posgrados sobre sociología del delito, violencia e inseguridad y es autor de varios libros de investigación sobre el tema.
Le escribo y quedamos en su casa, en barrio Hipódromo.
Tiene una pared llena de libros. Literal. De punta a punta.
Un gato en la ventana. El olor a café en la maquina italiana.
Mientras sirve dos tazas me dice que “es legítima la indignación de los vecinos, pero también hay que tener cuidado, porque en gran parte, uno de los factores de esta violencia expresiva que tanto nos preocupa somos nosotros. Cuando etiquetamos a las personas como problemas, los vamos referenciando como peligrosos, como sospechosos; tanto el olfato policial, como el social, van creando condiciones para esa violencia expresiva, poniendo en crisis ese imaginario autoritario que activa pasiones punitivas”.
Me gusta la expresión pasiones punitivas.
Me gusta pero me da tristeza.
Le pregunto si con este gobierno, la mano dura aumentó.
“Sin lugar a dudas el Gobierno, a través de las declaraciones, aporta incentivos políticos, le da un paraguas político a la discrecionalidad policial, o sea, se sienten más envalentonados, pero no sólo la policía, sino lo que yo llamo ‘Vecinocracia’, que también se siente interpelada por esas declaraciones, y enfervorizada a subir la apuesta. Los casos de justicia por mano propia y los casos de linchamientos que se han visto en los últimos meses, no son la expresión de la ausencia del Estado sino la expresión de una frustración ciudadana: que el Estado no está presente de la manera que ellos quieren que esté. Hay un reclamo de mano dura, de que se use la fuerza por parte de las policías, siempre sobre determinados sectores”.
Seguimos hablando de otras cosas, sobre libros de La Plata, sobre la magia que tiene su casa. Hay un cuadro enorme que no puedo dejar de mirar. Después de un rato me despido con un abrazo y le agradezco el café y los amarettis.
“Los casos de justicia por mano propia y los casos de linchamientos que se han visto en los últimos meses, no son la expresión de la ausencia del Estado sino la expresión de una frustración ciudadana: que el Estado no está presente de la manera que ellos quieren que esté”
3.
Debería linchar los sentimientos oscuros que tengo adentro. Me caigo y suelto el arma con la que me apunto siempre y digo que ya está, que ya me tengo, pero no me alcanza, quiero regirme por mi propia ley, no hay tiempo de arrepentirse, solo de acusarme, y me doy patadas y piñas y me escupo y rasgo mi ropa hasta que caigo en la cama muerto. Pero no hay cámara que registre mi muerte. Soy yo el ojo amarillista que se alimenta de esta historia.
4.
Y la violencia y la justicia por mano propia, pero también ajena, la veo como algo descomunal, muy grande, en una pantalla gigante, entre pochoclos, un sábado a la noche. La película es yanqui, y se llama No respires. La dirige el uruguayo Fede Alvarez. La cosa es más o menos así: Tres ladroncitos que nunca usaron un arma, no tienen la mejor idea que meterse a robar en la casa de un excombatiente de Iraq, que quedó ciego y guarda en su casa varios cientos de miles de dólares. Pero no todo sale como lo planeaban. A partir de que entran, la casa se transforma en una trampa mortal comandada por un hombre que no puede ver, volviendo a los cazadores en cazados.
Y después me entero de otra película de nuestra ciudad, con este mismo tema de la justicia por mano propia, que se estrena este jueves y se llama Armonía del caos, con dirección de Mauro López, y con Lorenzo Quinteros, Sergio Pángaro y Carlos Echeverría. La película es un día en la vida de una familia de clase media baja. En un momento queda solo el padre de la casa. Un intruso. Un ladrón. Una puerta con llave. El ladrón atrapado. La decisión de qué hacer. Aparece el hijo. Llama a un amigo para que se encargue del asunto. Va a ser un antes y un después en la vida de ellos.
Cuando hablo con Mauro me cuenta que la película la hizo porque una vez entraron a su casa a robarle y a punta de pistola lo ataron y lo amenazaron y cuando pensaba que lo iban a matar, no lo mataron. Y para sacarse todo eso que le pesaba, que le dolía, Mauro hizo una película. Rodada en un blanco y negro tenso, a tono con el sentimiento horrible de pasar por una situación de esas. Pero creó algo a partir del dolor. Mauro, de alguna forma, a su forma, haciendo la película, hizo justicia por mano propia.
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