Pueban procedimientos científicos para llegar a Marte y no contaminarlo

Especial para EL DIA
de National Geographic

El 4 de julio de 1997, la nave Pathfinder bajó en la Chryse Planitia, en Marte, transportando un pequeño vehículo de exploración llamado Sojourner además de una gran cantidad de “polizones” en forma de microbios terrestres.

En ese momento, la NASA aseguró que era improbable que sobrevivieran dado que sería difícil mantener vida en Marte. Y sigue siendo cierto. Desde entonces, se ha catalogado más de una docena de factores -desde radiación hasta toxinas del suelo- que convierten al planeta rojo en una trampa mortal para la mayoría de los organismos terrestres. En tiempos más recientes, sin embargo, se han descubierto todo tipo de organismos terrestres capaces de prosperar en ambientes extremos, como la tundra helada del Artico e inhóspitos desiertos. Y otras sondas y vehículos han descubierto áreas de Marte que la NASA considera regiones especiales con condiciones ambientales que podrían sostener el crecimiento de microorganismos resistentes.

Recientemente el director de SpaceX, Elon Musk, reveló sus planes de enviar humanos a Marte. El entusiasmo que generó este anuncio tapó un dilema preocupante: las regiones especiales donde podría prosperar la vida terráquea también coinciden con las áreas en las que sería más probable encontrar vida marciana. Eso significa que a menos que seamos muy cuidadosos podríamos arruinar nuestras probabilidades de descubrir organismos extraterrestres en el mismo acto de su búsqueda.

Durante los últimos 10 años en la NASA, Catharine Conley se ha abocado a la difícil y a veces poco reconocida tarea de mantener limpio a Marte. Es la jefa de la Oficina de Protección Planetaria, que tiene la tarea de evitar que organismos alienígenas sean liberados en ecosistemas terrestres, además de evitar que los humanos, sin querer, siembren otros planetas con vida terrestre.

La ciencia se ha preocupado por la protección del espacio desde el comienzo mismo de la era espacial. Con el lanzamiento del Sputnik en 1957, era sólo cuestión de tiempo para que EE.UU. y la Unión Soviética empezaran a mandar naves a la luna, a Venus y a Marte. Se abría la oportunidad de encontrar y estudiar organismos que evolucionaron en circunstancias muy diferentes y que posiblemente revelaran modelos alternativos de vida que jamás encontraríamos en la Tierra. Y al mismo tiempo la contaminación biológica podía arruinar ese objetivo.

Afortunadamente, las medidas de protección espacial pasaron a formar parte del derecho internacional. El Tratado del Espacio Exterior de 1967- firmado y ratificado por todos los países involucrados en la exploración espacial- obliga a los países a evitar la contaminación perjudicial de la Luna y otros cuerpos celestes.

En base a ese tratado, el Comité internacional de investigación espacial trazó pautas de esterilización de las naves dependiendo del tipo de misión que cumplan. No hay forma de construir y lanzar una nave totalmente libre de microbios, pero la NASA desarrolló un enfoque múltiple. En el caso del explorador Curiosity, que pisó suelo marciano en agosto de 2014, sus componentes fueron ensamblados en una habitación estéril y repasados con alcohol.

Las partes que toleraban el calor, fueron sometidas a elevadísimas temperaturas durante 144 horas. Y se aseguró que el escudo de calor se calentara lo suficiente al atravesar la atmósfera marciana como para aniquilar la mayoría de las esporas que transportaba.

La NASA también tomó la precaución de excluir regiones especiales de la lista de potenciales sitios de aterrizaje, incluyendo áreas que tienen hielo cerca de la superficie. Si el Curiosity hubiera caído cerca de agua helada, el resultado habría sido una sopa primordial instantánea ; el calor de su batería nuclear habría derretido el hielo, aportando un ambiente cálido y húmedo donde podrían haber prosperado los microbios terrestres.

Marte es un lugar hostil para la vida que conocemos: se ha identificado 17 factores que podrían matar la mayor parte de los microbios, o al menos dejarlos en estado latente. Por ejemplo, dada la atmósfera fina y la falta de un campo magnético global, la luz solar es una de las fuerzas más mortíferas del planeta.

La radiación ultravioleta del sol destruiría la mayoría de los microbios de la superficie de un vehículo explorador en pocas horas. Incluso los de la parte inferior del vehículo, que no reciben luz solar directa, morirían gradualmente en 50 a 100 días a raíz de los rayos UV reflejados por la superficie del planeta.

Pero no todos los microbios pueden ser domados. Un pequeño número sobreviviría a la radiación solar en las condiciones adecuadas, explica Andrew Schuerger, astrobiólogo de la Universidad de Florida.

“Si una porción de esa comunidad bacterial fuera cubierta por pintura o por restos de líquido de limpieza cuando se ensambla la nave, quedan protegidos”, explica. Un vehículo puede soltar esporas viables en sitios donde pueden prosperar, como en una capa de suelo protector.

“Se necesita apenas medio milímetro o menos de polvo muy fino para atenuar completamente la radiación UV que cae sobre la superficie”, dice Schuerger quien en 2013, junto a sus colegas, probó 26 variedades de bacterias comúnmente presentes en las naves espaciales, incubándolas en una cámara que simulaba los factores presentes en el planeta rojo que podrían afectar el desarrollo: bajas temperaturas y una atmósfera de baja presión principalmente de dióxido de carbono. De las 26 especies probadas, una logró multiplicarse y crecer: Serratia liquefaciens, una bacteria común presente en la piel humana, en las plantas e incluso en el queso.

Si finalmente lográramos mantener limpio Marte para los futuros exploradores, poco podríamos hacer para evitar la contaminación causada por el mismo hombre. “Hay filtraciones, se cometen errores, las cosas se rompen”, afirma Conley. La Planetary Society sostiene que es demasiado temprano para llevar hombres a Marte y que antes hay que iniciar una búsqueda exhaustiva de vida.

Por eso la organización sugiere un primer acercamiento desde la órbita teleoperando robots estériles en la superficie para evitar una contaminación irreversible.

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