Estupendo retrato de un genio solitario

STEVE JOBS, de Danny Boyle.- La película tiene una apertura fascinante: en una imagen de archivo, Arthur C. Clarke, en 1974, anticipa una sociedad en la que todo (información, servicios, amigos...) estará al alcance de las computadoras. Es un visionario presentando a otro visionario.

El film cuenta tres momentos cruciales en el mundo de Steve Jobs o de Apple, que es casi lo mismo: el lanzamiento de la Macintosh, en 1984; la presentación de la computadora Next, que Jobs creó tras su alejamiento de la firma en 1988, y el triunfal a aparición de la primera iMac, diez años después. Con estos datos, Danny Boyle ha hecho una gran película: densa, potente, sentida, sutil.

Jobs es retratado sin piedad: exigente, ambicioso, inconformista, implacable, genial. Las cien caras de un ser humano que es capaz de negar a una hija, que no se anima al amor, que es puro cerebro y que se levanta cien veces sobre sus escombros para seguir doblando la apuesta.

La interpretación de Michael Fassbender es perfecta, aunque nadie desentona en este drama en tres actos que se despliega como una tragedia: habla del poder, la sumisión, el remordimiento, la codicia, la lealtad, la paternidad, el perdón, la mezquindad, el arrepentimiento.

Curiosamente la biografía de este rey de la imagen que nos cambió la vida se construye desde las palabras. Jobs es un personaje que atrapa, no que seduce, que está allí, un tipo cambiante y genial, que desafía su propia alma y que –según lo dicen- no fue ni un gran programador ni un colosal visionario. “No tocaba ningún instrumento, pero tocaba la orquesta”, se escucha. Un solitario que pareció buscar en las máquinas la identidad y el abrigo que no encontró en los efectos ni en los seres humanos.

(**** MUY BUENA)

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