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De Rusia con amor

Por EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES

De Rusia con amor

María Sharapova

22 de Marzo de 2016 | 01:47

Al menos la FIFA ya no le dice a Rusia que quiere quitarle el Mundial de 2018. “Lo que nos mostraron es sencillamente deslumbrante. Estamos ante un Mundial que marcará un antes y un después. Estadios, hoteles, lugares de entrenamiento y concentración...parece que Rusia ofrecerá algo que supera todo lo imaginable”. La expresión del presidente de la AFA Luis Segura, miembro del nuevo Comité Ejecutivo de la FIFA que terminó de sesionar el viernes último en Zurich, parece indicar que ya no habrá objeciones –a menos que la investigación en curso de la justicia suiza encuentre una bomba- al modo en que Rusia ganó la sede del próximo Mundial. Es un alivio para el hoy jaqueado deporte ruso. Desde que el presidente Vladimir Putin decidió poner al deporte en el centro de la escena, los golpes comenzaron a sucederse uno tras otro. El último fue la acusación de uso masivo entre sus atletas de la droga meldonium. El uso era tan masivo y tan extraño que la Agencia Mundial Antidoping (AMA) incorporó al meldonium a su lista de drogas prohibidas a partir del 1 de enero de 2016. Los rusos no se dieron por enterados. El jueves pasado saltó el nombre de la nadadora Yulia Efimova, cuatro veces campeona mundial y medalla de bronce en Londres 2012. Ayer lunes el de otros cuatro atletas que no fueron identificados. Oficialmente, ya van veinte casos, pero se habla de más de un centenar en lo que va del año. Casi todos de los países del este europeo, especialmente de Rusia. El más conocido de todos, por supuesto, el de la tenista María Sharapova.

Pobre Sharapova. Después de Nike, Tag Heuer y Porsche, patrocinadores que la abandonaron con rapidez inusitada, ahora las Naciones Unidas dicen que la bella tenista siberiana dejará de ser su “Embajadora de Buena Voluntad” hasta tanto no se aclare el caso. Sharapova trabajaba desde 2007 con la ONU para promover la educación en zonas de Bielorrusia afectadas por la catástrofe de 1986 en la central nuclear de Chernobil. Algunos quedan. Baron Chocolatier confirmó que lanzará en mayo su línea de chocolates vinculada con la exnúmero uno del mundo. La firma ya produce Sugarpova, caramelos blandos de diferentes formas (zapatos, bolsos, pelotas), buena parte de cuyas ganancias la tenista destina a su Fundación que ayuda a niños afectados por Chernobil. “Cometió un error –la defendió Christopher Mattina, vicepresidenta de Baron Chocolatier- pero es una mujer integra, modelo para millones de personas”. Puede entenderse, la propia tenista es dueña de Sugarpova. También la fábrica de raquetas Head dijo que está “orgullosa” de Sharapova y que le extenderá su contrato, lo que provocó críticas de Andy Murray, patrocinado también por la misma marca. Otros patrocinadores, como Evian y Supergoop, mantienen prudencia. Sharapova es número uno de la revista Forbes en la materia. Cerca de 30 millones de dólares anuales sólo de publicidad. No morirá de hambre con algunas bajas, claro.

El problema tampoco es si Sharapova, como recién ahora apuntan algunas de sus colegas, es una tenista antipática y arrogante, no la cándida persona que exhiben los patrocinadores. “Todos los demás jugadores dicen que es una tramposa”, afirma ahora la francesa Kristina Mladenovic. “Por fin –añade- se cae su imagen de tenista con mala suerte porque las lesiones, según decían, la privaban de lograr más triunfos”. La rumana Simona Halep, número 5 del mundo, afirma que “si jamás hablé antes con ella tampoco tengo por qué hacerlo ahora”. Curiosamente, sólo Serena Williams, actual número uno, y que le ganó dieciocho veces, se mostró comprensiva con Sharapova y elogió su “valentía” para afrontar la situación. “Es que se aisló ella sola, todos sus amigos están fuera del tenis”, contó la formidable Chris Evert, exnúmero uno, actual comentarista de ESPN. Nick Bollettieri, célebre preparador de jugadores, contó que Sharapova ya era así cuando llegó de niña a su Academia de Florida. “Sabía que, algún día, esas otras niñas iban a ser sus rivales”, dijo Bollettieri.

Durante años el tenis fue acusado de “proteger” a sus estrellas. Justo o no, Andre Agassi, las hermanas Williams y Nadal jugaron siempre bajo sospechas

Hay que leer la última novela de Manuel Soriano “¿Qué se sabe de Patricia Lukastic?”, Premio Clarín 2015 para tener una idea de lo que, muchas veces, puede ser el competitivo circuito del tenis femenino y la relación de padres posesivos con niñas que a los seis años toman una raqueta y comienzan a convertirse en una industria. “Es vieja, es gorda, es fea”, dice “Patricia Lukastic” mientras enfrenta a Zina Garrison, nombre real en el circuito años atrás, derrotada por Martina Navratilova en la final de Wimbledon de 1990. Lukastic (su nombre es ficción, pero sabemos que es argentina, de La Pampa) repite su furia en pleno partido contra Garrison pero ahora en inglés, porque así funciona mejor el rito (“She’s old, she’s fat, she’s black”). “No puedo perder contra este mandril”, se dice para odiar al rival con el apodo que le había puesto Elian, su insoportable padre-entrenador-manager. Así creció tal vez Sharapova. “Ellas o yo”. Algo parecido decía Guillermo Vilas. Contaba que era mejor evitar amigos en el circuito. El odio como motor de triunfo. Fue una lógica que, en el circuito masculino, rompieron Roger Federer y Rafa Nadal cuando decidieron admirarse mutuamente, aunque pujaran por la misma corona.

Durante años el tenis fue acusado de “proteger” a sus estrellas. Justo o no, Andre Agassi, las hermanas Williams y Nadal jugaron siempre bajo sospechas. Pero los controles ahora escapan al ámbito más amigable de la Federación respectiva, siempre más atenta para proteger a sus estrellas más rentables. Y escapan también a controles nacionales, también más atentos para cuidar a los ídolos de sus pueblos. Es difícil establecer qué control es verdaderamente “independiente”, pero la AMA ha cambiado la historia. Sharapova ya no era la mejor del circuito (por lesiones apenas jugó tres partidos en los últimos ocho meses), pero sí era la jugadora más rentable. Se ganó ese lugar desde que ganó Wimbledon en 2004 con apenas 17 años. Ese día ganó también su primer Porsche. Los patrocinadores prefirieron su belleza a la imagen más masculina de las Williams. Gana cerca de 30 millones de dólares según los rankings de revista Forbes. Sin embargo, no fue protegida a la hora de la acusación que, irónicamente, se produjo a horas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

Es cierto, se le dio la ocasión de ser ella misma la que anunciara el doping, un privilegio que no todos tienen. Pero fue peor. Nadie creyó que tomó por prescripción médica una droga que, ya está probado, ayuda a tolerar el ejercicio y la resistencia. Ni que falló al no leer no uno sino los cinco avisos que había recibido. ¿Cómo creerle tanta imprudencia a una jugadora que hasta quita la etiqueta del agua mineral que toma si no es la botella del patrocinador? La tenista acaso jamás imaginó que ella también caería en la volteada. Rusia, en un momento caliente de la política internacional, puso al deporte en un primer plano. Casi como una Guerra Fría II. Putin impulsó y aprovechó ese palco. Pero el deporte quedó bajo riesgo. Todos sus atletas todavía están bajo peligro de no poder competir en los Juegos de Río, suspendidos porque su Federación encubrió decenas y decenas de casos de doping. Sharapova ya está suspendida. El Mundial 2018, por ahora, sigue.

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