Los Andes en globo: a cien años de un logro platense

Ayer se cumplió un siglo de que el piloto local Eduardo Bradley hiciera el primer cruce aéreo de los Andes

Histórico, osado y épico. Así puede definirse el cruce de los Andes en globo aerostático protagonizado el 24 de junio de 1916 por Eduardo Bradley, un piloto nacido en nuestra ciudad en 1887, cuando La Plata tenía apenas cinco años de vida.

Hijo del militar y fotógrafo Tomas Bradley -del que aún se conservan fotografías históricas del período fundacional de la Ciudad-, Eduardo sentía la pasión por las alturas y los viajes en globo ya desde pequeño. Su bautismo de aire fue en 1909, cuando participó del ascenso realizado por el globo “Patriota”, piloteado nada menos que por Jorge Newbery en un viaje de dos horas y veinte minutos que lo llevó desde el centro de Buenos Aires a Campo de Mayo. Un mes más tarde, Bradley tendría su segunda ascensión, en el mismo globo, pero ahora con el piloto Felipe Madariaga. Esta vez el globo soltó amarras desde La Plata y Alfredo Palacios fue uno de los pasajeros que viajó junto a Bradley.

Luego de varios años de entrenamiento y de distintas experiencias en las alturas, ya en febrero de 1916, Bradley solicitó al Aero Club Argentino la autorización para llevar a Chile los globos “Eduardo Newbery” y “Teniente Origone” y concretar así lo que él mismo llamó más tarde “La travesía de los Andes en globo”, nombre que dio al libro en el que narra su aventura.

Según cuenta el propio Bradley en aquel libro, la empresa de cruzar la cordillera había sido planeada por Jorge Newbery, quien, tras efectuar algunos estudios en Santiago de Chile, abandonó la idea por considerarla “irrealizable”, básicamente por la dificultad que representaba por entonces fabricar hidrógeno o un buen gas de alumbrado que permitiera alcanzar una altura capaz de sobrevolar los picos más altos del continente.

Decidido a cumplir el desafío, Bradley instaló una fábrica de hidrógeno en la usina de gas de San Borjas, en Santiago de Chile, y comenzó una etapa de ensayos y preparativos que estuvo signada por las dificultades.

“Llega por fin el 24 de junio en el que pudimos ver coronados el triunfo de nuestros esfuerzos y desvelos -escribe Bradley en su libro-. Aquella noche permanecimos en la fábrica y a las 3 de la mañana todos estábamos de pie, ingenieros y obreros por su lado en la producción de gas y nosotros preparando los aparatos meteorológicos y vigilando la tarea de inflar el globo”.

En su minuciosa descripción, el piloto platense agrega: “No hubo adioses ni despedidas: los buenos amigos se conservaron a la distancia tal vez porque el momento tenía algo de solemne. A las 8 y 30 di la voz de larguen, poniendo en libertad al ‘Eduardo Newbery’ que en suave ascenso comenzó a alejarse”. La altura máxima que alcanzó el “Eduardo Newbery” en su travesía fue de 8100 metros y la temperatura mínima de 32º bajo cero. Después de tres horas y media y ser testigos de un espectáculo majestuoso, Bradley su copiloto Miguel Zuloaga lograron el cruce y, ya del lado chileno, comenzaron el descenso hacia la estación Uspallata. La hazaña había sido cumplida.

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