Los que buscan el nombre secreto de la Argentina

El ensayo, uno de los géneros literarios preferidos en nuestro país. Desde Juan Agustín García con “La ciudad indiana” hasta los escritos de Perón, Frondizi y Alfonsín. Los temas recurrentes, más allá de las disidencias ideológicas

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Por MARCELO ORTALE

Buena parte –“la mitad”, dicen los libreros- de los lectores de nuestro país eligen los libros de ensayos, escritos por ensayistas argentinos. La filosofía, la sociología, la psicología son ramas principales del género, pero la columna vertebral del ensayo, el tronco del vigoroso árbol que crece y respira desde la época colonial hasta hoy, se nutre con la savia de la política y la historia de la Argentina. Los autores de estas obras, muchos de ellos actores principales de esa historia, reflejaron el comportamiento social y también lo modelaron por la fuerza de sus ideas.

Los libreros también advierten que existe –en especial, en los últimos años- una exitosa oleada de ensayos efímeros, mediáticos, con buena salida algunos días y que después, a poco de haber sido distribuidos hacia los cuatro puntos cardinales, terminan apagándose en los estantes más altos de las librerías de viejo.

Pero existen ensayistas “eternos”, clavados para siempre en el sentimiento y conocimiento de muchos lectores. Según destacan los críticos, la mayoría de los ensayistas de nuestro país -más allá de las disidencias ideológicas- coinciden en ajustar sus obras al tema nacional, a ir casi desesperadamente por las claves ontológicas, por el nombre secreto de la Argentina.

Las raíces coloniales y la influencia positiva o no de España y de sus instituciones, la gravitación del paisaje, la mejor fórmula de organizar el enriquecimiento económico, la influencia cultural europea, el caudillismo enfrentado a una organización liberal, la reivindicación de las capas sociales más bajas, entre otros motivos e invariantes históricos, son los temas dominantes que están como encarnadas en los ensayos de estos autores.

DESDE LA COLONIA

Hay un libro clásico -“La ciudad indiana”- de Juan Agustín García (1862-1923), uno de los más reeditados ensayos sociológicos sobre la Argentina en la época de la colonia, con 25 ediciones desde 1900. De su calidad dieron testimonio figuras como Paul Groussac, el español Miguel de Unamuno o José Ingenieros, entre muchos otros.

Fernando Devoto lo califica como “un clásico de nuestra historia social” y acaso lo más sorprendente para un lector común reside en descubrir cómo comportamientos y modalidades que se presentan en la actualidad, ya aparecían -idénticas -en las sociedades criollas que vivieron en estas tierras entre los siglos XVI y XVIII. Ninguna novedad bajo el sol de estas llanuras.

En uno de los párrafos finales de “La ciudad indiana” dice García: “Se concluirá por descubrir que en el mundo los mismos personajes aparecen siempre con las mismas pasiones y la misma suerte; los motivos y los acontecimientos difieren, es verdad, en las distintas piezas, pero el espíritu de los sucesos es el mismo”.

La revolución de Mayo cuenta con dos promotores intelectuales de relieve: Mariano Moreno (1778-1811) y Manuel Belgrano (1770-1820) que, sin ser esencialmente escritores, fijaron los rumbos filosóficos que llevaron al rompimiento con España y a la independencia. Hace pocas semanas se presentó el libro “La vida por la patria” de Felipe Pigna, una fascinante biografía sobre Moreno. Lo que surge de los escritos de Moreno es que fue el verdadero impulsor del federalismo –en su escrito “Las miras al Congreso próximo a reunirse” y quien más empujó en esos días por darle una Constitución al país que nacía: “Una Constitución que sí iba a garantizar los derechos individuales y los derechos provinciales con un criterio claramente federal. O sea que hay mucho más federalismo en Moreno que en Saavedra”, dijo Pigna recientemente en una entrevista con Infobae.

El otro motor ideológico, Belgrano, definió en letra propia su conformación filosófica inspirada en el iluminismo: “Se apoderaron de mi las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre fuese donde fuese, disfrutara que unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido”.

Quince años antes de la revolución de Mayo, desde su cargo en el Real Consulado de Buenos Aires, Belgrano se opuso al monopolio comercial de España y fijó en escritos sus pensamientos en materia económica, detallando las que suponía mejores formas para fomentar a la agricultura y a la actividad industrial, no sin dejar de proponer un sistema educativo sorprendentemente evolucionado para la época, que preveía la instrucción obligatoria de las mujeres y la creación de escuelas gratuitas.

LOS TEÓRICOS

Pasados Mayo y la Independencia, cuando las guerras civiles se propagaban por todo el territorio, hacía falta constituir al país, pero antes que ello darle fundamentos teóricos. Y ese fue el rol esencial –según destaca la crítica- de los ensayistas que formaron la llamada Generación del 37, esencialmente Esteban Echeverría (1805-1851) y Juan Bautista Alberdi (1810-1884).

De Echeverría dice Carlos Dámaso Martínez que fue “uno de los intelectuales y escritores más importante de la historia argentina, aunque no ha sido tan valorado como Sarmiento o Alberdi. Quizá porque muere a los 45 años en Montevideo, en el exilio político, antes de Caseros y de la derrota de Rosas (1852), se ha conformado a lo largo de nuestra cultura cierto opacamiento respecto a la consideración de sus aportes fundamentales a la literatura y al pensamiento en la Argentina. Echeverría no sólo fue el primer escritor en proponer una literatura nacional, que inicia con “La cautiva”, sino también el ideólogo de una nueva opción política, fundada en el socialismo saintsimoneano, ante el gobierno de Rosas y diferente a la postura ideológica de los unitarios seguidores de Rivadavia, como los hermanos Juan Cruz y Florencio Varela”.

De Echeverría puede rescatarse esta cita: “Se han dictado leyes y éstas solo han protegido al poderoso. Para los pobres no se han hecho leyes, ni justicia, ni derechos individuales, sino violencia, sable, percusiones injustas. Ellos han estado siempre fuera de la ley”.

A su vez, del ensayista Alberdi puede decirse casi todo en muy pocas palabras: fue el inspirador de la Constitución nacional y uno de los más grandes pensadores argentinos”.

Poco después de ellos, casi contemporáneo, surge la potente figura de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), autor del ensayo biográfico más polémico y representativo de la literatura nacional, el “Facundo”. El sanjuanino estampa citas poderosas, que aún hacen pensar: “El mal que aqueja a la Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes y se le insinúa en las entrañas”, es una de ellas.

El investigador estadounidense Kevin Fagan hermana a dos intelectuales hispoanoamericanos: Sarmiento y Unamuno. Lo hace con estas palabras, sintetizadoras de muchas controversias intelectuales: “Unamuno se confiesa devoto lector y entusiasta panegirista de Sarmiento, junto con las riquezas culturales de Argentina y sus tragedias sociales. Unamuno ve a Sarmiento como un hombre de contradicciones, al estilo español, situado entre la adulación a Europa y Estados Unidos -Ia llamada civilización - y la realidad latinoamericana de raíz española. Bajo el lema de cultura, Sarmiento desea superar la supuesta barbarie latinoamericana con la importación de ideas y personas civilizadas. Sin embargo, Unamuno ve que Sarmiento defiende al partido de la civilización con la energía, violencia, tumulto, agresiones e intemperancias del partido de la barbarie. Pero, igual que Unamuno, su pluma toma el lugar de las lanzas”.

LOS MÁS RECIENTES

Vinieron después ensayistas de la talla de Lepoldo Lugones (1874) en cuya pluma se inspiró el golpe militar de 1930; Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964); José Ingenieros (1877-1925), y ya más acá los forjistas Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche; Fermín Chavez; Aldo Pellegrini; José Luis Romero; Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges; Héctor Murena con su magnífica obra “El pecado original de América” -donde dijo “América es el alma europea expulsada del antiquísimo recinto de la historia”-; los revisionistas Norberto Galasso y Enrique Manson y, ya mucho más acá Juan José Sebrelli, César Aira, Mario Bunge, Ricardo Piglia, Santiago Kovadloff, entre tantos otros y muy talentosos pensadores.

“Unamuno ve que Sarmiento defiende al partido de la civilización con la energía, violencia, tumulto, agresiones e intemperancias del partido de la barbarie. Pero, igual que Unamuno, su pluma toma el lugar de las lanzas”

El que ofreció una variante novedosa sobre la valoración del ensayo en la Argentina en el siglo XX y en lo que va del actual hasta 2009 –año en el que ofreció una entrevista a La Nación cuando presento su libro “Explicar la Argentina”, fue el filósofo Jorge Lafforgue, cuando la periodista la periodista Raquel San Martín le preguntó:

“Si dentro de 50 años alguien se propusiera hacer este libro, para entender los últimos años del siglo XX y esta década, ¿cuáles serían los temas de esos ensayos?”

Lafforgue respondió lo siguiente:

-“Sería totalmente poco representativo tomar nada más que el eje político-social. En la segunda mitad del siglo XX hay ensayo literario y filosófico, muchos con incidencia en el curso de la historia nacional. Habría que incluirlos. Así como están los grandes popes de la política del siglo XIX (Mitre, Sarmiento o Alberdi, por ejemplo), en la segunda mitad del XX, no se pueden dejar a un lado las obras de Perón, de Frondizi, de Alfonsín”.

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