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Información General |“Profe… ¿por que viniste de mujer?”

La historia de la docente que hizo un cambio de género durante el año escolar

Tiene 22 años y es el primer caso que se registra en una escuela local, donde la acompañaron para llevar adelante su decisión

La historia de la docente que hizo un cambio de género durante el año escolar

A Quimey Ramos, docente de inglés en una escuela primaria, le tomó catorce años de su vida y un enorme sufrimiento llegar a mostrarse como siempre se sintió - dolores ripoll

Por Nicolas Maldonado

2 de Octubre de 2017 | 04:55
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Tras dos años de dar clases de inglés en una escuela primaria de la Región, aquel jueves Tomás Ramos (22) se plantó en el comedor frente a sus alumnos de primero a sexto grado para responder una pregunta que muchos de ellos se habían hecho esa mañana al verle llegar: “Profe...¿por qué viniste de mujer?”. Llevaba puesto un guardapolvo femenino, el pelo recogido y un poco de rimel, apenas lo suficiente para subrayar lo que estaba por decir. A su lado, sus compañeras maestras aguardaban inquietas la posible reacción de los chicos: si algo podía esperarse de ellos es que no se guardarían su opinión; sus respuestas eran siempre espontáneas, sinceras e inocentes hasta la crueldad.

”Ustedes me conocieron hasta ahora como Tomás, pero yo hace tiempo que me siento mujer. Y como, por suerte, esto es algo que puede elegirse, yo elegí ser mujer porque me hace feliz”, les explicó a sus alumnos antes de aclararles que seguirían trabajando en clase como siempre, salvo que a partir de entonces esperaba que la llamaran Quimey. Contra los temores de sus colegas, no hubo comentarios por lo bajo, risas maliciosas ni miradas de desconfianza cuando terminó de hablar. Incluso los más indisciplinados entre aquellos chicos de un barrio ciertamente difícil entendieron que era algo serio; acaso más de lo que puede esperarse del resto de nuestra sociedad.

Lo que siguió fue una jornada escolar como cualquier otra, aunque sin duda no lo fue para Quimey. Le había tomado catorce años de su vida y un enorme sufrimiento llegar a mostrarse en ese lugar. Su historia, impensable hace apenas unos años, habla de las tensiones de una sociedad que empieza a abrirse hacia otras manifestaciones de género pero también de la carga insoportable que puede llegar a ser para una persona vivir a contrapelo de su identidad.

LO QUE NOS PERMITEN

“Las personas construimos nuestra identidad siendo lo que queremos dentro de lo que podemos. Y ese podemos tiene que ver con lo que nos permiten los demás. Desde muy chiquita escuché que era un puto, un maricón; ya desde los 5 años recuerdo a los nenes decirme cosas así. Pero para mí eso no era todavía un conflicto: me gustaba jugar con las nenas, me sentía cómoda entre ellas; el problema es que en algún momento empezó a serlo para los demás”, explica Quimey, la tercera de cuatro hermanos de una familia de clase media de La Plata, ciudad donde se crió y vive hasta hoy.

Si bien al principio en su casa la dejaban jugar con muñecas, “porque el discurso era que se podía jugar con todo”, bastó que alguien ajeno a la familia viera esa situación para que no le permitieran hacerlo más. “Todavía me acuerdo del día que mi papá me tiró las muñecas a la basura. También me acuerdo de la vez que mi mamá me descubrió haciendo pis sentada, porque después de eso me obligó durante días a ir al baño con la puerta abierta para asegurarse que hiciera como un varón”, cuenta al reconocer que la mayoría de los recuerdos de su infancia son angustiantes porque vivía sufriendo esa contradicción entre lo que era y lo que le imponían hacer.

Pero aunque le duelen todavía muchas de las cosas que hicieron sus padres, no los culpa. “Hicieron simplemente lo que les enseñaron que tenían que hacer –dice-. Además los padres siempre quieren cuidarte incluso a tu pesar; no quieren que seas diferente al resto para que no te lastimen; y en ese afán pueden ser quieren más te perjudiquen”.

El hecho es que a sus 8 años llegó a “sentir que ya no tenía escapatoria”. “Cuando uno no puede ser en su familia, no puede ser en la escuela y no puede siquiera jugar a ser como quisiera ser, todo se vuelve muy triste”, asegura Quimey, quien a esa edad comenzó a ver a una psicóloga. Desde entonces y hasta el año pasado nunca más volvió a permitirse actuar como mujer.

UNA MUJER TRANS

“Profe… ¿pero entonces usted es puto?”, cuenta Quimey que le planteó aquel primer día un grupo de chicos que la había estado siguiendo por la escuela para observarla y encontrar la oportunidad de preguntar. “¿Y qué les podía decir? –dice- Lo mismo que digo siempre: que ser gay tiene que ver con tu preferencia sexual; y yo no soy mujer porque me gustan los hombres sino porque me siento así”.

Lo cierto es que antes de asumirse el año pasado como mujer trans, vivió un largo tiempo como gay. “No es que no me surgieran dudas; no es que el conflicto estuviera ahí, pero estaba sellado. Me había traído tanto sufrimiento en un momento de la vida que no quería volverlo a sacar. ¿Para qué sacarlo si podía vivir siempre así? Entre los 8 y los 21 años esa fue mi forma de sobrellevar mi vida”, afirma Quimey.

Pero en 2013, al terminar la secundaria en el Normal 3, empezó a sentirse muy mal. “Andaba todo el tiempo triste, como vacía… cierta vez me encontré contándole a una amiga algo que hasta mí me sorprendió. Le dije que aunque no tenía ningún recuerdo de haber sufrido un abuso durante mi infancia, de algún modo sentía como si me hubiera pasado algo tan grave porque había algo atrás que me hacía mucho daño. Más adelante comprendí que realmente había sufrido un abuso; hoy no tengo dudas de que es un abuso privar a alguien de su identidad”.

Amparada en la Ley de Identidad de Género y la confianza que le daba haber trabajado dos años en esa escuela, le compartió su situación al director. Le dijo básicamente lo que le estaba pasando: que se sentía una mujer trans

A partir de entonces aquellas crisis fueron haciéndose cada vez más agudas y frecuentes. Así hasta que el año pasado, después de ir a un festival en Buenos Aires, volvió a La Plata sintiendo que “no podía más”. “Ya me venía sintiendo muy incómoda con mi barba; me miraba en el espejo y no me gustaba la imagen que me devolvía. Pero seguí con mi vida cotidiana y al otro día durante mi clase de danzas algo pasó. Fue como si de repente la cabeza me hiciera clic; salí corriendo al baño y me largué a llorar; no podía parar de llorar. Hay gente que le pasa a los 8 años y otra que le pasa a los 60; a mí me pasó a los 21. En ese momento me di cuenta de que eso que sentía desde hacía tanto tiempo era algo que me podía permitir”.

LA TRANSICION

Entre marzo y agosto del año pasado, meses antes de presentarse en la escuela como “la seño Quimey”, comenzó a animarse cada tanto a vivir una semana como mujer. Pero al principio era tanta la presión que sentía que de repente volvía aliviada a vestirse como varón. Por entonces habitaba un departamento en el centro, del que entraba y salía eludiendo a los vecinos. Había empezado a dejarse el pelo largo por primera vez. Pero en el fondo era “un mundo de dudas, no sabía qué hacer”. Temía seguir avanzando por miedo a ser rechazada por su familia y su entorno laboral.

“A la primera que le conté de mi familia fue a Candela, mi hermana mayor. Fue muy dulce, muy solidaria, muy compañera. Con mi mamá me costó un montón porque teníamos una larga historia atrás. Apenas un año antes me había hecho un escándalo porque caí en su casa con calzas; no sabía ni por dónde arrancar. Pero la encaré y le dije que era trans. Ella se puso muy mal; supongo que por miedo. Después me reconoció que mi decisión no la hacía feliz pero que iba a estar todo bien; que ella se daba cuenta de que me había hecho mucho daño en el pasado y que esta vez iba respetar cómo me sintiera yo”, relata Quimey desde el comedor del departamento donde vive con dos gatos, Marilyn y Chatrán.

Aquella charla con su mamá ocurrió hace un año. Poco después eligió el nombre con que todos la llaman hoy. “Tenía necesidad de ser tratada como yo me percibía y me pareció que adoptar un nombre nuevo era una forma de mostrarle a la gente lo que este cambio representa para mí –explica-. Me hubiera puesto Tomasa de no ser tan feo, pero elegí Quimey que es un nombre mapuche, y los nombres en mapuche no tienen género: pueden ser tanto para hombre como para mujer”

“SEÑO QUIMEY”

La escuela, su lugar de trabajo, vino después. Amparada en la Ley de Identidad de Género y la confianza que le daba haber trabajado durante dos años ahí, le compartió su situación al director. Le dijo básicamente lo que le estaba pasando: que se sentía una mujer trans y que si bien no estaba todavía en condiciones de hacerlo visible, iba en esa dirección. También le pidió que le permitiera ser ella quien se ocupara de contárselo a sus compañeros, cosa que ocurrió tres meses después.

“Aproveché que había una jornada de perfeccionamiento docente y que no iban alumnos para hablar con ellos. No fui vestida con ropa femenina pero ya como Quimey. Les llevé notas sobre otras maestras trans en el país y les dije que no esperaba que compartieran mi decisión pero sí que fueran respetuosos con ella. Con algunos ya tenía una relación de afecto. También hubo gente que no se expresó, lo que me hizo inferir que tal vez no aceptaban mi elección, pero en general la mayoría me apoyó”.

En aquella charla se había acordado que al jueves siguiente se presentaría ya como mujer. Por eso sus compañeros y compañeras sabían lo que venía cuando aquel día se plantó en el medio del comedor para explicarles a los chicos por qué se veía así. “La mayoría de ellos provienen de un barrio con grandes dificultades materiales y no son de callarse la boca. Podía ocurrir cualquier cosa. Algunas de mis compañeras estaban alerta para frenarlos por si empezaban a zarparse conmigo, pero eso no ocurrió. Fue fantástico entender que por la propia realidad de su barrio están más acostumbrados a tratar con personas trans que el resto de la sociedad. Desde el primer momento sentí su aceptación. De hecho ese mismo día escuché por la ventana que algunos de ellos ya preguntaban por mí como Quimey”.

“Me llena de esperanza la idea de que el día de mañana esos chicos van a poder acordarse que tenían una maestra que no nació biológicamente como mujer pero que eligió serlo. Y ese recuerdo les va a permitir relacionarse sin prejuicios ni miedos con personas como yo –dice Quimey-- Para mí es una sanación pensar que estoy haciendo algo para que la gente se anime alguna vez a querernos abiertamente a las mujeres y los hombres trans”.

“Me llena de esperanza la idea de que el día de mañana estos chicos van a acordarse que tenían una maestra que no nació biológicamente como mujer pero que eligió serlo. Y que ese recuerdo les va a permitir relacionarse sin prejuicios con personas como yo”

“Para mí es una sanación pensar que estoy haciendo algo para que la gente se anime alguna vez a querernos abiertamente a las mujeres y los hombres trans”

 

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A Quimey Ramos, docente de inglés en una escuela primaria, le tomó catorce años de su vida y un enorme sufrimiento llegar a mostrarse como siempre se sintió - dolores ripoll

“Yo no soy mujer porque me gustan los hombres, sino porque así me siento desde que nací”, explica Quimey

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