La noche que todo empezó
Edición Impresa | 29 de Octubre de 2017 | 08:50

Por MARCOS NUÑEZ
Es de noche y Raúl Galván se guarece en la habitación de su casa de Vicente López: no le gusta estar en medio de los gritos de sus padres, y menos si hay visitas. Tendría entonces diez años. Poco después todos se han ido a dormir; él no, él permanece despierto porque no logra olvidar los moretones en el cuerpo de su madre. Oye el llanto ahogado y se despoja de las sábanas para mirar hacia afuera, hacia la tormenta que acaba de desatarse: su madre ha buscado un lugar apartado, a la intemperie, para llorar. Esta sucesión de hechos lo convierte en testigo de una escena que marcará su vida: frente a la casa, García Mejuto, el vecino, llega en un taxi y baja abrazando un bulto. Desde la mañana siguiente, el matrimonio de gallegos que vive frente a su casa tendrá un nuevo integrante en la familia. Es verano de 1977.
Alicia Plante, con apenas estos brochazos, sienta las bases de una novela que crece enormemente. Crece porque sus protagonistas, uno a uno, van montando la historia. La autora indaga hábilmente en la subjetividad de seis personajes, algunos con mayor importancia que otros en la trama, pero todos igualmente indispensables para servirle al lector todas las perspectivas por las que vale la pena asomarse a esta historia.
“No hay nada más agotador que el cinismo”, sentencia Gerardo en la novela de Alicia Plante y no hay, quizá, una mejor síntesis de las páginas de “Una mancha más”. El protagonista, de quien ya hablamos, Raúl Galván, pisa los 40 años y se dedica a escribir guiones para El macho films, una productora de películas porno; confía en que el éxito es sólo cuestión de tiempo. Tras la muerte de la gallega, su vecina, vislumbra una idea: investigar a fondo el origen del niño aparecido de buenas a primeras aquella noche de 1977. Sospecha que fue robado como tantos que nacieron en la oscuridad de los centros clandestinos de detención en los que alojaban, torturaban y mataban a militantes por aquellos años. Tras cotejar algunos datos concluye que su asociación es acertada: Daniel, el hijo de los vecinos, fue apropiado por la dictadura, le robaron la identidad. Desde entonces, con esta certeza a cuestas, un inescrupuloso Galván extorsionará al viejo García Mejuto: de manera anónima le pide dinero a cambio de su silencio, lo que funciona durante un tiempo hasta que aparece en escena el mayor Mario Cecchi.
En clave policial, “Una mancha más” avanza sin darle tanta importancia a los hechos –a los crímenes del pasado y a los que van a cometerse–, no es el misterio el centro de la trama: conocemos el juego de cada uno de los personajes en el devenir de las páginas. En última instancia no importa quién cometió los crímenes, sino que lo que importa son sus motivaciones y qué mueve a los personajes a actuar como actúan.
La escritora argentina Alicia Plante construyó una novela protagonizada por personajes sólidos que se mueven en una sociedad que no es otra que la sociedad de nuestros tiempos: Plante presenta mujeres como Julia y Adelaida que, con el tesón como principal virtud, redimen a un género masculino caído en desgracia; desnuda los mecanismos anquilosados del aparato de la justicia; y advierte una escalofriante verdad: los responsables de los crímenes de la última dictadura cívico-militar siguen operando.
Una última mención merecen los escenarios en los que se desarrollan las acciones. La novela inicia en Vicente López, uno de los partidos que conforman el conglomerado urbano conocido como Gran Buenos Aires. Lentamente, con el correr de la trama, el escenario va mudando a una empantanada e inmunda superficie: las islas de Tigre. Al igual que la historia, los espacios también se ensombrecen. El agua oscura y asquerosa, infecta de mosquitos y toda clase de bichos se precipita como el escenario principal, dejando atrás la trama urbana. “Qué lugar de mierda” dice incluso un personaje poco antes de asesinar a sus víctimas.
Editorial: EMECE Precio: $ 360
Páginas: 324
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