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Información General |Tragedias que se repiten

Diversión y descontrol: ¿no cambió nada a trece años de Cromañón?

La muerte de dos jóvenes durante el recital del Indio Solari en Olavarría reinstaló el debate por la nocturnidad

Diversión y descontrol: ¿no cambió nada a trece años de Cromañón?

Una vista aérea del predio de Olavarria donde tuvo lugar el trágico recital del Indio Solari, donde perdieron la vida dos jóvenes - archivo

19 de Marzo de 2017 | 05:18
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“Todo sigue igual. Nadie aprendió nada”, dijo la última semana Liliana Squatrito, la mamá de Miguel Ramírez, el joven que en 2011 falleció como consecuencia del impacto de una bengala náutica durante un recital de La Renga en el autódromo de La Plata. Squatruito hizo declaraciones en el marco del debate instalado por el trágico recital del Indio Solari en Olavarría, que el sabado pasado dejó el saldo de dos muertos. Recordó que aquel recital había sido organizado por la misma productora que el de Olavarría (entonces se llamaba Chacal, hoy En Vivo) y dio detalles del drama que vivió su familia después de aquel concierto fatal. Su hijo Miguel agonizó nueve días. Esa muerte afectó tanto a Leonardo, otro de sus hijos, que, al decir de Liliana, “hizo cualquier cosa”. Poco después moría en un siniestro vial.

El nombre de Miguel se unió en los últimos años a una larga lista de decesos relacionados con la diversión nocturna. Los más resonantes fueron los194 muertos que dejó como saldo un recital del grupo de rock Callejeros en el boliche República Cromañón, en un episodio que pareció marcar un antes y un después para la organización de eventos masivos y el control de la noche por parte del Estado.

Sin embargo, tras esa tragedia, las muertes siguieron. Siete años después moría Miguel Ramírez en el autódromo de La Plata durante el concierto de La Renga. Y más tarde llegarían los cinco muertos de la fiesta electrónica Time Warp, dos muertos en otra rave organizada en la localidad santafesina de Arroyo Seco y la irrupción de las fiestas clandestinas -consecuencia de la temporaria prohibición de las fiestas electrónicas después de Time Warp- que dejaron el saldo de otros dos muertos, en La Plata y en Moreno.

El episodio de Olavarría devolvió a la memoria colectiva cada una de estas tragedias y reinstaló la idea de que experiencias tan dolorosas no dejaron ninguna enseñanza. O, al menos, no las suficientes como para lograr anticiparse y prevenir un nuevo hecho luctuoso vinculado a la diversión nocturna.

Mientras la justicia busca determinar las responsabilidades por lo ocurrido en Olavarría -hasta el día de ayer, a una semana del recital, todavía no había ningún imputado por las muertes- y las singulares características de los recitales de Solari se convertían en materia de un extenso debate, otros análisis apuntaban más allá del episodio puntual, buscando una explicación a la repetición de hechos trágicos vinculados a la noche en la Argentina.

Son varios los elementos que destacan los especialistas a la hora de analizar porqué la lista de muertes que deja la nocturnidad no para de crecer. En principio, se habla de una diversión nocturna que registró profundos cambios en los últimos años, a los que el Estado no se adaptó a tiempo para dar respuesta y contener de una manera eficaz. Pero también se destaca la falta de una legislación específica para los espectáculos masivos que ayude a ponerle freno a las muertes.

“No hay una ley específica de espectáculos públicos masivos. Hay una constelación de ordenanzas y de legislaciones provinciales”, lo que hace que el control quede “relegado al capricho” de funcionarios y empresarios”, dijo ayer, por caso, Carlos Miglino, abogado de la ONG Defendamos Buenos Aires.

multiples factores

Para los analistas son muchos los factores que se suman para llevar a esta situación,

La socióloga platense Ornela Boix habla de una cuestión de escala: “en los últimos quince años se reconfiguró el mercado de la música. El modelo de negocios que giraba en torno al disco entró en crisis. Y el espectáculo en vivo se convirtió en el espacio lucrativo predominante , del que se pretende extraer la mayor tasa de ganancia. Esto dio pie a la aparición de nuevos eventos masivos, de una escala que supera a todo lo anterior y frente a los cuales el Estado no se adaptó para dar respuesta y contención”.

A ese elemento se sumarían otros, que Boix también destaca “esto se da en un momento en que es fácil el acceso a las drogas y el alcohol. La droga es tomada como un elemento recreativo que forma parte de muchas experiencias musicales. Por eso creo que deberían aplicarse políticas de reducción de daños”.

Boix apunta también a la falta de una contención eficaz por parte de organizadores y Estado: “existe una representación muy extendida de la noche como un momento en el que acontece lo descontrolado. Se habla de una cultura de la noche, del riego y el descontrol, sin notar que se usa el concepto de cultura negándolo: si es una cultura tiene límites, reglas, exigencias normativas. Las ciencias sociales dedicadas a la música y el estudio del ocio han revisado estas ideas: en los espacios de ocio vinculados a la nocturnidad hay cuidado de los otros y auto-cuidado en relación con los riesgos de la infraestructura, los usos de las drogas y el alcohol (...) lo que sucede no es que el público es incontrolable, sino que no es controlado. No es contenido por una instancia de seguridad que deberían proveer tanto los organizadores como el estado”.

Un tercer elemento que destacan los especialistas para configurar el nuevo escenario es el poder de convocatoria de las redes sociales. Basta recordar, en este sentido, a la fiesta Proyecto XXX, que el 21 de setiembre pasado dejó el saldo de un muerto y dos heridos de arma blanca en una quinta de Moreno con capacidad para 150 personas y hasta donde llegó casi un millar, entre ellos integrantes de distintas bandas que previamente habían intercambiado amenazas a través de las redes sociales.

Pero más allá de estos elementos novedosos que configuran un nuevo escenario para la diversión nocturna y plantean nuevos desafíos a los organizadores de espectáculos y al Estado, aparecen otros interrogantes.

Uno de ellos fue planteado oportunamente por el antropólogo platense Héctor Lahitte a pocos días del trágico desenlace de Proyecto XXX.

“Lo primero que hay que preguntarse es porqué hay que elegir formas de divertirse que impliquen un coqueteo con el riesgo y no optar por otras formas de entretenimiento”, sostenía.

Para Lahitte, “esta elección se relaciona con la imitación de una sociedad que convierte en un valor la satisfacción inmediata y permanente y donde el individualismo a ultranza y la intolerancia hacia el otro se convierten en rasgos característicos”.

 

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