Guernica: los 80 años de un símbolo del siglo XX
Edición Impresa | 9 de Abril de 2017 | 06:42

Pablo Picasso creó hace 80 años una pieza icónica que representa lo mejor y lo peor del siglo XX. En Guernica, su mural para el pabellón de la República española en la Exposición Internacional de 1937 en París, quien hasta entonces había sido un creador esencialmente íntimo alzó la voz y condenó públicamente la tremenda violencia de la guerra moderna. El 26 de abril de 1937 la aviación alemana al servicio del general Franco destruía la localidad vasca de Guernica en el primer ataque de la historia militar dirigido exclusivamente a la población civil. Se buscó causar el mayor número posible de bajas al bombardear en un día de mercado. Picasso convirtió el desgarro y el sufrimiento de los indefensos -que volcó en una tela monocroma donde sólo hay mujeres, niños y animales- en el alegato contra la barbarie más amado y valorado de las últimas décadas.
Al cumplirse 25 años de la llegada del lienzo a las salas del Reina Sofía, ese museo de Madrid propone hasta el 4 de septiembre una exposición que lama la atención del mundo entero: El camino a Guernica, que analiza la transformación artística, personal y sociopolítica del célebre malagueño desde finales de los años 20 hasta mediados de los 40 mediante obras maestras que orbitan alrededor del mural, anticipándolo o poniéndole epílogo. Para ello se ha confiado el comisariado de la cita al matrimonio que conforman los historiadores del arte Timothy Clark y Anne Wagner, que desde hace años vienen ofreciendo una lectura distinta del Picasso previo al Guernica. Manuel Borja-Villel y Rosario Peiró (director del Reina Sofía y directora de colecciones del museo, respectivamente) asumen la dirección general del proyecto, que articula sus teorías mediante 180 obras entre las que hay préstamos excepcionales de 30 instituciones y colecciones internacionales, como Mandolina y guitarra (1924) del Guggenheim de Nueva York, Mujer peinándose (1940) del MOMA, Desnudo de pie junto al mar (1929) del Metropolitan Museum o Mujer en el jardín (1930) del Museo Picasso de París, que aporta en total una veintena de piezas.
“Picasso era en los años 20 una figura madura y consagrada internacionalmente, que había cumplido ya 40 años; un hombre consciente de que el siglo XX es el siglo de Picasso, que él había desarrollado a partir del cubismo, cuyas formas mecánicas tenían un espíritu optimista y utópico”, dice Borja-Villel. Ese mundo de interiores y bodegones, “un espacio seguro donde todo estaba al alcance de la mano”, ya se había visto sacudido por la capacidad destructiva de la Primera Guerra Mundial, pero lo sería mucho más en los años 30, con la aparición de los fascismos y las matanzas de poblaciones civiles de un modo planificado. “Picasso se da cuenta de que este siglo, que es el suyo, no lo reconoce y que el lenguaje que había desarrollado no le sirve para representar este terror nuevo e industrial”, apunta Borja-Villel sobre una crisis que se deja sentir en su pintura a mediados de los años 20, cuando empiezan a invadirla cuerpos rotos y se hacen más presentes las escenas de violencia, miedo o dolor, como un dibujo de los años 30 donde cita la noche de los cuchillos largos de Alemania al retratar a Charlotte Corday rajando la garganta de Marat.
Pero si para los comisarios y directores del proyecto hay una obra clave en esa metamorfosis picassiana es Las tres bailarinas (1925) de la Tate, que sale de Londres por segunda vez y que el pintor consideró su mejor cuadro (mejor que Guernica, aseguraría). Rosario Peiró la define como “una pieza muy teatral y escenográfica que habla de la descomposición de la carne y de la violencia en el cuerpo de la mujer y cuyo discurso, al tener grandes dimensiones, resulta aún más evidente”. Para la comisaria Anne Wagner, Las tres bailarinas marca la irrupción en su obra de la extravagancia, el desmembramiento y la oscuridad. En Guernica serán más reconocibles el sufrimiento y la destrucción pero la violencia y el desmembramiento de las figuras comienza aquí, en 1925.
Con este punto de inflexión, el relato expositivo, que había ido mostrando una serie de naturalezas muertas de colores llamativos, comenzará a sustituir botellas, guitarras y demás instrumentos musicales por figuras angustiadas. Son casi siempre mujeres, lo que apoya otra línea argumental de la muestra: la atención de Picasso al sufrimiento femenino. Estas féminas aparecen retratadas como si fueran víctimas en una cámara de tortura o expresando su pánico con miradas fijas y chillidos. Aunque a veces el horror se expresa con colores estridentes, Figura (1927), del Centre Pompidou, lo hace con una gran austeridad cromática que preludia los blancos, grises y negros del Guernica.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE