La envidia

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Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

El pecado capital de la envidia consiste en una tristeza ante el bien del prójimo considerado como mal propio en cuanto que se cree que disminuye la propia excelencia o felicidad (cf. Sum. Th. II-II q 36 a 1). Es un pecado, un vicio y a la vez una pasión.

El pecado de envidia engendra las burlas, las murmuraciones y calumnias, las injurias, la discordia, el odio, el humor negro, la difamación, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad. El más grave es la envidia espiritual, que consiste en entristecerse por el bien espiritual ajeno.

La envidia ha jugado un papel tan funesto en la historia de la humanidad, desde Caín hasta los príncipes de Israel, y desde éstos hasta los que invocan la nivelación social

En la Biblia dice: “Dios creó al ser humano para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo y los que pertenecen a él tienen que padecerla” (Sab 2, 23-24).

Pilato “sabía bien que [a Jesús] lo habían entregado por envidia” (Mt 27, 18; cf. Mc 15, 10).

Las causas de la envidia son diversas, pero casi todas podrían resumirse en la disposición egocéntrica del envidioso. También puede darse en personas que tienen un complejo de inferioridad en algún aspecto; y son propensos a ese vicio los deprimidos, los tímidos, los débiles de voluntad. Santo Tomás de Aquino afirma que también pueden ser envidiosos los que ambicionan honores, los pusilánimes y los ancianos. Y San Juan de la Cruz reconoce que también se da entre personas que tienen vida espiritual.

También hay consecuencias en el orden físico. Se detectaron efectos perniciosos, como son la reducción de la irrigación sanguínea. Se dice de la envidia que deseca, carcome y hace tragar bilis. De modo semejante afecta al cerebro, irritándolo, y perturba las funciones del aparato digestivo. Aquí se puede entender que las enfermedades físicas tienen su origen en el espíritu.

La envidia ha jugado un papel tan funesto en la historia de la humanidad, desde Caín hasta los príncipes de Israel, y desde éstos hasta los que invocan la nivelación social.

Ningún sector de la sociedad, como ninguna profesión, están excluidos de la envidia. Sin embargo, no se verifica entre el superior y el súbdito en cuanto tales, cuando la suerte del superior excede en mucho al súbdito. Así el plebeyo no tiene envidia del rey, ni el rey la tiene del plebeyo. La envidia se da entre los iguales, o entre los mayores, cuya mayoría no es muy distante de la condición o clase del envidioso.

La envidia es un pecado mortal, por ser directamente opuesta a la caridad con el prójimo, pero las más de las veces es culpa venial por parvedad de materia o por falta de perfecta deliberación.

Los remedios para este pecado capital podrán ser el reconocimiento de la bajeza de este vicio y de que la primera víctima es el mismo envidioso que la fomenta, extirpar los sentimientos que engendraron el pecado: el orgullo con la humildad y la malquerencia con la caridad.

“Es extraño este pecado de la envidia, que no ofrece placer ni alegría, sino solamente dolor e infelicidad. Los otros pecados llevan consigo algún placer, por más que sea temporal e ilusorio: la avaricia tiene el placer de la posesión, la ira el de la venganza, la soberbia la complacencia con uno mismo, la vanagloria la alabanza de los hombres, la asedia la recreación del cuerpo y del alma, después la gula y la lujuria saben ofrecer variados placeres de la carne. La envidia no. Es puro dolor, pecado sin placer” (C. Casagrande - S. Vecchio, I sette vizi capitali, [Torino, 2000], 28).

El cristiano que vive en la presencia de Dios y sólo busca en todo la gloria de Dios, difícilmente caerá en la envidia, porque amará las disposiciones de Dios y por amor a Él amará al prójimo con sentimientos de alegría y paz.

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