Las PASO pueden servir, pero no debieran ser obligatorias

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Salvo para algunos casos relacionados a las categorías municipales de los cargos, en donde sí se presentan en no pocos distritos pujas internas entre listas locales de un mismo partido, sabido es que las elecciones primarias, denominadas PASO, resultan ser en la práctica meramente declamativas y, por consiguiente, carecen de relevancia, pues la mayoría de los partidos políticos ya decidió la conformación de sus nóminas de postulantes a ocupar bancas provinciales o nacionales sin recurrir a las urnas.

Frente a esa realidad correspondería, entonces, señalar que el sistema electoral vigente en nuestro país sigue reclamando cambios y actualizaciones capaces de ponerlo a resguardo de desvirtuaciones, de posibles fraudes y, asimismo, de deficiencias operativas que deben ser imputadas a la obsolescencia instrumental con que se siguen desarrollando los procesos comiciales.

Como se recordará, la alternativa de las elecciones primarias apareció en su momento como una herramienta idónea para democratizar la vida interna de los partidos. No obstante, el hecho de que sean obligatorias -una condición que, para este tipo de compulsas electorales, no rige en casi ningún país del mundo- constituye una referencia negativa que debiera ser despejada.

Es evidente que las primeras experiencias de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias sirvieron para poner en experimentación nuevas reglas electorales, traducidas en las numerosas boletas que poblaron los cuartos oscuros dada la diversidad de listas de candidatos, en especial, como se ha dicho, para los cargos municipales. Ello se tradujo, también, en confusiones para los votantes y, desde luego, en una mucho mayor complejidad en los escrutinios.

Si bien las PASO no significaron el real inicio del recambio del sistema electoral que se viene pidiendo desde hace muchos años -sobre todo después de lo ocurrido en 2001, cuando el sistema representativo pareció colapsar- es verdad que podrían ser valoradas como una instancia más de modernización y oxigenación de ese sistema electoral.

Sin embargo, como se ha dicho, lo que parece abundar en el caso de las PASO es la obligatoriedad del voto, ya que se plantean situaciones que, en algunos casos, obliguen a los ciudadanos a concurrir a las urnas dos, tres o más veces por año, lo cual constituye un exceso.

Se debiera entender que las PASO, al no definir en la práctica la elección concreta de candidatos para ocupar los principales cargos públicos, sino que sólo dirimen posiciones en las internas partidarias, no debieran exigir la concurrencia compulsiva a las urnas de todo el electorado, sino, en todo caso, de aquellas personas que voluntariamente quieren participar activamente en las elecciones de naturaleza partidaria. Este es el criterio que, como se dijo, impera en la mayoría de los países.

Existieron anteriormente anuncios acerca de que se impulsaría ante el Congreso nacional un proyecto de reforma electoral que propicia la eliminación de la obligatoriedad de las elecciones primarias para definir candidatos, entre otras medidas que debieran volver a promoverse. Dicha iniciativa, convenientemente explicada, no debiera ser vista como un retaceo a las obligaciones de los ciudadanos de participar en la vida pública. Por el contrario, es posible que, a la larga, la participación voluntaria actúe como un estímulo que impulse un mayor compromiso.

Lo cierto es que la mejor participación ciudadana en el manejo de la cosa pública, buscando interesar a cada ciudadano a que asuma sus responsabilidades cívicas, no debiera estimularse a través de medidas cumplimiento compulsivo, sino por medio de un sistema electoral menos costoso, más sencillo, actualizado y basado en la madurez del electorado. Mientras tanto, no queda sino celebrar que el día de mañana los argentinos cumplan con normalidad la rutina de votar, recuperada en 1983 y mantenida desde entonces.

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