Pereza y acedia

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Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

El pecado capital de la pereza es la ociosidad, negligencia, tedio o descuido en las cosas a las que se está obligado, que resulta de la repugnancia ante el esfuerzo que conlleva el cumplimiento del deber, y se expresa por el miedo y la huida de dicho esfuerzo. También puede definirse como una pesadez de la voluntad para hacer el bien debido.

En la actualidad, la pereza tiene una manifestación de la que no se habla, y mucho menos se reconoce, aunque existe con abundancia: es la acedia. Se la puede encontrar en distintos formas: tentación, pecado actual, costumbre, y hasta como cultura con conductas y teorías propias. No es exagerado afirmar que, de hecho, estamos en una “civilización de la acedia” que está haciendo estragos.

La palabra acedia deriva del latín acidia y ésta del griego akedia (negligencia). También se entiende que se trata de una calidad de acedo, es decir de algo o alguien ácido.

Cuando la pereza existe en el deber de procurar la amistad con Dios y en la adquisición de bienes espirituales, se la denomina acedia. Se acerca a la tibieza espiritual. Es un pecado contra la caridad, y “se puede pecar de diversas maneras contra el Amor de Dios… La acedia o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino…” (Catecismo, 2094). Es un vicio por el que el ser humano no encuentra placer en Dios y considera las cosas que a Dios se refieren como algo triste, sombrío, sin sentido. Cuando se trata de una resistencia positiva y deliberada constituye un pecado grave.

La pereza no consiste en no hacer nada, sino en no hacer lo debido

Los autores espirituales consideran que este pecado es causa de todos los vicios. Sin embargo, se destacan la desesperación, la locuacidad, la curiosidad, la dispersión espiritual, el desorden, el desasosiego interior, la falta de paz, la inconstancia en los propósitos, la pusilanimidad, la animadversión contra Dios y el destino final del ser humano, el odio a Dios…

La pereza, por ende, no consiste en no hacer nada, sino en no hacer lo debido. El perezoso puede elegir y tener muchas ocupaciones que de hecho no lo comprometen, con tal de no hacer aquello a lo que está obligado. Tales personas hasta tienen pereza para creer, para esperar, para amar, y esa pereza es consecuencia de la acedia, de la que derivan todas las demás perezas. Dicho de modo muy doloroso, el perezoso es un infeliz porque así quiere vivir, despreciando la posibilidad de ser feliz, pero sin reconocer la verdad.

En la parábola de los talentos que describe san Mateo (25, 14-30) y en la similar de las monedas de plata, señalada por san Lucas (19, 11-28), Jesús ofrece un semblante palmario del perezoso y del acidioso. El servidor malo quiere excusar su pereza acusando de muy severo a su patrón. La sentencia está dictada: “Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil…”

La pereza, en cuanto pecado capital, puede ser vencida con la diligencia y el fervor en el servicio de Dios. Es necesario tener una voluntad responsable y producir los frutos propios de una vida coherente. Todos los cristianos tenemos el deber de persuadirnos de que el tiempo es una criatura de Dios, que Él ha puesto a nuestro servicio - como los talentos de la parábola - para que lo administremos, sabiendo que cada instante tiene un valor propio irreemplazable, y aquello que no hagamos por pereza o acedia nos acusará y nos condenará.

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