Fragilidad

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Todos, a la distancia, nos hicimos expertos en huracanes de la mano de Irma, y descubrimos que un simple coco de palmera, impulsado por vientos de 300 kilómetros por hora, puede ser más destructivo que una bala de cañón. También discutimos en estos días si este fenómeno con nombre de mujer y perfume destructivo arrasaba a su paso en categoría 3, 4 o 5, mientras analizamos si el próximo, José, tendrá la misma fuerza. Pero no es un juego. El terremoto que destruyó parte de México con una magnitud de 8,2 en la escala Richter y dejó un tendal de muertos tampoco lo fue. Ni el temblor de Chile ni la lluvia que a los platenses nos tiñó de desolación. Ni siquiera la tormenta de ayer en La Plata. El hombre mira a su entorno natural cuando pasan estas cosas y, cuando no, sigue con su tarea de todos los días, calentando la Tierra. Como si no supiéramos de nuestra extrema fragilidad.

 

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