“El colmo de la competencia desleal”, dicen los gastronómicos

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“Si fuera para eventos puntuales, podría aceptarse; pero en ubicaciones fijas, y por tiempo prolongado, es el colmo de la competencia desleal y la precarización laboral”. Así evalúan en la filial local de la Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos de la República Argentina (UTHGRA) el inminente desembarco de los food trucks en la región.

“Creemos que detrás de esto hay un negocio organizado de alguien” señala Francisco Grasso, secretario adjunto del gremio local: “tenemos entendido que hay cuarenta vehículos importados listos para empezar a trabajar en la Región, habrá que ver con atención a quiénes autorizan y a quiénes no”.

“En momentos en que los emprendimientos gastronómicos pelean para sobrevivir a los tarifazos, y que en los últimos dos años abrieron ochenta nuevos establecimientos, entre casas de comida, cervecerías y sandwicherías, habilitar esto lleva a una sobresaturación del mercado y una precarización laboral que va a dejar a muchos afuera” considera el dirigente: “un restaurante necesita veinte trabajadores para funcionar, y un food truck compite con apenas dos”.

“En cuestiones de higiene, baños, disposición de la basura, etcétera, la implementación de la ordenanza va a plantear muchos desafíos” concluyó Grasso: “lamentablemente, nos parece un paso atrás, habrá que ver cómo es manejado por las autoridades”.

Los antecedentes de los modernos food trucks, esas camionetas adaptadas que suelen verse en las ferias gastronómicas y -están habilitados en la capital federal por una ley sancionada en noviembre de 2016- pueden rastrearse hasta fines del siglo XIX en la cuna de la comida rápida contemporánea: los Estados Unidos.

Según cuenta la historia, algunos estancieros texanos, para alimentar a los vaqueros que guiaban su ganado a campo traviesa durante días, adaptaron antiguos carros militares con armarios, utensilios, medicamentos, una cocina a leña, agua y comida como legumbres secas, café, polenta, cecina o charqui.

A lo largo de la última década, las metrópolis se poblaron con estas propuestas, que implican una inversión varias veces menor a la de restaurante, ya que el salón es la vía pública. Son versátiles, y permiten movilizarse a la hora de perseguir las grandes concentraciones de público. Muchos se instalan en un lugar diferente de sus ciudades cada día de la semana.

 

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