Las trampas de la mente

Edición Impresa

Por SERGIO SINAY (*)
sergiosinay@gmail.com

Ocurre todo el tiempo. De pronto vemos a un exitoso chef opinando sobre la mejor manera de gestionar una empresa. Un actor o una actriz famosos, y varias veces separados de diferentes parejas, nos explican los secretos del amor feliz. Cientos de empresarios y ejecutivos se apiñan para escuchar a un director técnico de fútbol que acaba de ganar un torneo importante y ahora les va a explicar la quintaesencia del trabajo en equipo (aunque el triunfo se haya debido a la inspiración individual de un par de estrellas de su team). Un adolescente que consiguió millones de seguidores haciendo chistes obvios en youtube cuenta su breve y poco original vida en una autobiografía y el libro se convierte en un inmediato bestseller cuyos lectores lo encuentran inspirador. Algún científico mediático, tras desarrollar un par de ideas con las que asegura explicar misterios del organismo humano o de la Naturaleza, asoma como posible candidato a un alto cargo político. Un popular animador televisivo coquetea con el sueño de ser presidente de la Nación y no faltan los medios que le dan entidad y espacio a la pretensión. Un deportista que pasa por su mejor momento es consultado sobre el futuro del país. La famosa que acaba de ser mamá aparece en todas las pantallas dando clases de maternidad y hasta publica su libro, que otras madres corren a leer como si por fin se hubiese descubierto allí el secreto de la crianza perfecta.

¿Por qué motivo una persona que se destaca en alguna actividad, independientemente de las causas por las cuales despunte, habría de ser una autoridad en otros campos? La psicología de la conducta explica este fenómeno a través de la teoría de los sesgos. El sesgo es un proceso por el cual nuestra mente simplifica el procesamiento de cantidades grandes o complejas de información y las reduce a una conclusión sencilla, a veces elemental, y fácil de manejar.

PEREZA DEL PENSAMIENTO

Quien primero habló de sesgos fue el israelí Daniel Kahneman, psicólogo del comportamiento que ganó en 2002 el Premio Nobel de Economía por sus estudios sobre el modo en que los humanos tomamos decisiones en ese campo. Autor de “Pensar rápido, pensar despacio” (un libro insoslayable para comprender estas cuestiones), Kahneman, y colegas como Amos Tversky, Dan Ariely y Richard Thaler, otro ganador del Nobel en economía (2017), comprobaron que la mayor parte del tiempo no tomamos nuestras decisiones, no hacemos nuestras elecciones ni emitimos nuestras opiniones a partir de procedimientos racionales, sino que nos manejamos a través de prejuicios cognitivos. Esos son los sesgos. Atajos de la mente, pereza del pensamiento. También se conocen como heurísticas. En los casos planteados en el inicio de esta columna estaríamos ante una de esas heurísticas, la que Kahneman denomina “efecto halo”. Una persona demuestra habilidad o capacidad en un campo y a partir de eso, simplificando, se le otorgan los mismos atributos en cualquier otra especialidad. Se ven sus rasgos iniciales, aquellos por los cuales se destaca, y se deja de observar la totalidad. Se convierte a una parte en el todo. ¿Si es hábil con la pelota cómo no lo va a ser en los negocios? ¿Si interpreta tan bien sus papeles en películas o novelas románticas, cómo no va a ser una experta en el amor? ¿Si es un excelente terapeuta familiar cómo no va a resultar un magnífico padre? Etcétera. Las respuestas no se analizan. Se dan por sentadas.

“Entre los sesgos más comunes que nos afectan se cuenta el retrospectivo”

 

Cuando un sesgo se hace viral y se extiende a una masa crítica dentro de una sociedad, sus efectos pueden ser graves. De esa manera aparecen candidatos insólitos en la política y son elegidos: Trump, Bolsonaro, los dirigentes nacionalistas xenófobos que empiezan a reproducirse en Europa y otros lares. Y aparece la creencia de que un exitoso hombre de negocios debería ser un excelente presidente. O que alguien que es especialista en el estudio del cerebro piensa de manera correcta. O que si un escritor produce una bella historia de amor es un magnífico consejero en cuestiones afectivas. El efecto halo, explica Kahneman, lleva a creer que se pueden aplicar los éxitos de una persona o una organización (muchas veces debidos a la suerte a circunstancias excepcionales) a cualquier otro ámbito. Si los sesgos cognitivos producen consecuencias disfuncionales en el orden personal, se tornan tóxicos y realmente peligrosos cuando son compartidos por un gran número de personas.

“En vez de darnos cuenta de que las personas son eficientes en actividades específicas, suponemos que tienen talento para prácticamente todo”, advierte Sendhil Mullainathan, profesor de ciencias informáticas y conductuales en la Universidad de Chicago, en un reciente artículo con su firma en “The New York Times”. Y agrega: “Ese problema no solo se presenta en los deportes, es una cuestión endémica en los mercados libres. El éxito y la riqueza que se trasladan de una arena a otra suelen producir proyectos ineficientes”. Mullainathan recuerdo algo obvio, pero que a tanta gente se le escapa: “Pensamos que ser competente es un atributo general en vez de darnos cuenta de que las personas son eficientes en actividades específicas. Parece justo decir que, aunque el dinero puede ser trasladado de una cancha a otra, no sucede así con el talento”.

ATAJOS SIN SALIDA

Cuando se piensa que el talento de una persona es aplicable a cualquier campo, se cae en el sesgo de confirmación. Tenemos un prejuicio favorable a alguien y, diga lo que diga o haga lo que haga esa persona, así se trate de verdaderos dislates, veremos confirmado ese prejuicio en sus palabras o acciones. Un atajo que nos aleja de cualquier pensamiento racional. Cosas graves pasan cuando el sesgo de confirmación actúa en prejuicios raciales, de sexo, de género, de nacionalidad, de religión. Detrás de la intolerancia y de las grietas más dolorosas y perjudiciales para una sociedad es fácil ver la presencia de este sesgo.

Entre los sesgos más comunes que nos afectan se cuentan el retrospectivo (que nos lleva explicar cosas inesperadas como si las hubiéramos previsto), el de correspondencia (atribuir hechos que nos afectan a cuestiones de otras personas), el autoservicio (atribuirse responsabilidad en los éxitos y no en los fracasos, usando para eso información confusa), el de falso consenso (creer que las propias opiniones, hábitos y valores son mayoritarios), el de memoria (estar convencidos de que algo es como lo recordamos y, desde convencimiento, transmitir a los demás información errónea), de representatividad (a partir de un determinado dato atribuir a personas o circunstancias características que pueden ser ciertas o no), el de imaginabilidad (creer que si algo es imaginable es posible, sin fundamentarlo).

Los sesgos son hijos de lo que Kahneman llama pensamiento rápido. Distorsionan nuestra percepción de la realidad, nos impulsan a tomar decisiones equivocadas, a creer en quien no deberíamos, a suponer sin argumentos, a emitir prejuicios y actuar en función de ellos. Aunque parezcan simplificar la vida, los sesgos la complican. El mejor camino hacia una existencia razonable empieza en el hecho de pensar por cuenta propia.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es "La aceptación en un tiempo de intolerancia"

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE