Los cuidadores de “Pelu” la acunaron hasta el final
Edición Impresa | 6 de Junio de 2018 | 02:08

MÓNICA PÉREZ
mperez@eldia.com
Pelusa no llegó a conocer la libertad que hubiera alcanzado en el santuario de elefantes de Brasil, pero hasta el último momento recibió el amor incondicional de sus cuidadores, algunos muy jóvenes y otros con muchos años en la tarea de atenderla.
Con una carpa blanca, una manta gigante, algunos fardos y una estufa a gas, le montaron un templo en el mismo lugar en el que ella quedó tumbada; así crearon una atmósfera para que Pelusa se pudiera ir en paz, sin dolores, contenida.
Desde el sábado sus cuidadores se turnaron para que en ningún momento estuviera sola, pero en las últimas horas todos se juntaron para despedirla.
En esa especie de santuario, esos hombres desconsolados, la acariciaron, le apoyaron las mejillas en su cara y le hablaron con tono suave.
Ningún extraño pudo entrar al recinto, evitaron que cualquier olor diferente a los que ella conocía alterara ese sueño en el que parecía caer inexorablemente y de a poco.
No se escuchó más que un murmullo, alguna risa que surgió de cierta anécdota o la irrupción del llanto ante la dolorosa imagen de ir viéndola apagarse: “somos su familia, Pelu no murió sola”, dijo uno de los cuidadores que acunó a la elefanta en el epílogo de su vida.
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