Dolores Estela Pérez

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A los 105 falleció Dolores Estela Pérez, una docente de dilatada trayectoria en la Ciudad que dejó huellas en la formación de varias generaciones de platenses. Su rectitud, conocimiento y dulzura, son algunos de los valores por los que se ganó el afecto de quienes tuvieron la fortuna de conocerla.

Lola, como la llamaban sus allegados, fue hija de Paula Pontirolo y Julio Pérez; nació en La Plata, el 13 de enero de 1913 y creció junto a sus hermanos, Nélida, Julio César y Néstor - ya fallecidos - y Elsa.

Lola siempre mantuvo un entrañable apego a su ciudad y su barrio El Mondongo, amor que le inculcaron sus mayores. Solía recordar que sus abuelos, Dolores Alzueta y José Valentín Pérez y Pérez, fueron parte de las primeras familias que llegaron a la Ciudad a instancias de su fundador Dardo Rocha.

De memoria prodigiosa hasta el tramo final de su vida, evocaba sus épocas de estudiante universitaria del profesorado de Física y Matemática y la entrevista que mantuvo con Ricardo Levene, cuando era presidente la Universidad Nacional de La Plata.

Maestra de las que abrazan la docencia con pasión , se destacó como directora de la Escuela N° 64 “General Manuel Belgrano” y mantuvo un férreo lazo afectivo con la Escuela Nº 58 del barrio Meridiano V.

Ya con 100 años volvió a esa institución de la que se había retirado en 1953, allí fue homenajeada por sus ex alumnos y por toda la comunidad educativa. En ese momento se bautizó a la biblioteca en su honor.

Amante de la lectura, entre sus preferencias siempre estuvieron los libros vinculados a su profesión de docente.

Lola siempre se mantuvo actualizada, le gustaba reflexionar sobre los valores con una mirada humanista, en la que la tolerancia y comprensión fueron sus regentes.

La valoración del prójimo en su individualidad fue otra de las características que definieron su forma de vincularse, ya sea con sus alumnos, en su carrera docente, como con sus familiares, amigos y conocidos. Cada quien encontró su lugar en el corazón de Lola y a todos trató con respeto y afecto.

Se mantuvo activa hasta los últimos años: solía cuidar el jardín, compartir juegos de mesa con su hermana, repasar las enciclopedias que le regaló su padre y recordar sus viajes por Argentina.

A diferencia de otras mujeres que por coquetería se quitan edad, Lola sonreía al decir sus años y se mostraba feliz con el afecto cosechado a lo largo de su vida; en particular destacaba la devoción con la que siempre la acompañó su hermana Elsa.

 

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