Un grupo de chicas platenses en el que el compañerismo gana por goleada

Se conocen desde el jardín y hace años que veranean juntas. Unas son de Gimnasia y otras de Estudiantes, pero jamás discutieron por fútbol. Rivales y amigas, dicen que construyeron su vínculo a fuerza de respeto

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Por JORGE GARAY

Fotos: DEMIAN ALDAY

Enviados especiales

En el comienzo de la segunda quincena de enero miles de platenses han elegido a Mar del Plata para veranear. Solo entre ayer y el viernes, según datos de la Terminal Ferroautomotora local, arribaron a las playas de La Feliz unos 2.000 vecinos de la Ciudad. Andan por la peatonal San Martín, en la zona de la Rambla, en Playa Varese, en Playa Grande, casi siempre con las camisetas de Estudiantes o Gimnasia como símbolo de identidad.

Como Maurina Corti, 23 años y remera albiazul sobre una malla enteriza, que llegó el lunes a Mardel junto a su grupo de amigas de toda la vida: la tripera Sofía Rubeo (24), las pinchas Micaela Romano (24) y Camila Palomeque (24) y Sofía Sansone (23), la menos futbolera del grupo.

De Los Hornos, se conocieron en el Jardín San Benjamín, se hicieron amigas en el colegio y se volvieron inseparables en la vida. Por eso, cuando cada una egresó de la escuela y siguieron sus vidas y se recibieron -Maurina y Micaela de psicopedagoga, Sofía Rubeo y Sansone de abogadas, y Camila de kinesióloga- quisieron “que no se cortara” y afianzar su amistad en cada verano, más allá de los colores y cualquier rivalidad: en Pinamar o San Bernardo, en Brasil o Mar del Plata, donde veranean por primera vez. Heladerita en mano, con una vianda de ensaladas, frutas y bebidas, suelen peregrinar desde el centro, por el boulevard Patricio Peralta Ramos, hasta la franja de arena gratuita de Playa Grande, al pie del Complejo La Normadina, donde, como reflejó este diario, los “after beach” se suceden desde el mediodía hasta el amanecer.

Faltó a este viaje Valentina Galeana (24). “No pudo venir por cuestiones de trabajo, pero queremos decirle que la queremos un montón y la extrañamos. ¿La podemos nombrar?”, pidió con afectuosa desesperación Maurina, que se aloja junto a Micaela en un departamento familiar de Sofía Rubeo, a unos 20 minutos de la vivienda marplatense en la que se hospeda el grupo pincharrata.

¿Se dividieron por equipos? Para nada. “Simplemente no entramos todas en el mismo lugar, pero viajamos, salimos y venimos a la playa juntas”, coincidieron estas amigas que no tienen una pelea en su álbum de recuerdos.

Para evitarlas hay entre ellas una especie de pacto secreto no escrito: de fútbol no se habla. Y menos cuando hay partido, momento en que la cuerda de la amistad suele tensarse. “Jamás miramos los partidos juntas -contó Sofía-, porque cada una tiene sus cábalas”. Tampoco existen las cargadas. Apenas “alguna que otro indirecta en Twitter”, sonrió Micaela. “Pero queda en las redes sociales y nada más. Después todo sigue como siempre”, describió la menos futbolera del grupo.

“Cada una simpatiza por su equipo, y quiere que su equipo gane. Pero para nosotras, antes que el fútbol está la amistad, eso es lo más importante”, destacó Micaela, a la vez que aportó que en todos estos años de amistad -que no recuerdan cuando empezó, ni si fue hace ocho, diez o catorce años que viajaron por primera vez juntas- pasaron “de todo, por cosas buenas y malas. Eso nos súper unió”.

La “confianza” ha sido para Micaela uno de los pilares para edificar la relación. Mientras que Maurina sumó el ladrillo del “respeto por la personalidad de cada una, con lo bueno y lo malo”. Y Sofía agregó el de la “comprensión”.

Entonces, cuesta derribar un lazo tan fraterno con una mínima discusión: “Nos conocemos tanto que cualquier roce pasa desapercibido”, sostuvo Sofía Rubeo, recostada sobre un pareo multicolor extendido en la arena, vestido suelto al tono y que al igual que sus amigas es amante de la playa, el mar y el sol, todo aquello que Mardel ofrece cuando el clima acompaña. Porque, aunque a veces salen, prefieren no irse a dormir muy tarde para disfrutar el día siguiente desde temprano. “Nos gusta la noche, pero antes salíamos más”, rió Maurina y contagió al resto, como recordando una anécdota que solo ellas conocen.

JUNTAS PARA AHORRAR

A la hora de vacacionar en Mardel, las amigas coincidieron en que si se quiere ahorrar se puede. Solucionado el tema del hospedaje -una mitad en un departamento familiar, la otra viviendo con amigas-, lo demás ha sido pura pericia: “Esta ciudad es muy grande, pero si recorrés podés comer mariscos o pizza más bebida por $220”, aseguraron las chicas, que en estos días cenaron en un tradicional restaurante de Mar del Plata. Otro día quisieron pedir delivery y pagaron $130 por una tarta entera. O fueron al supermercado para llenar su heladerita -con ensaladas, sandwiches, bebidas- y gastaron unos $1.000 por ingredientes para tres días de playa.

Eso sí, si se quiere cuidar la billetera, al boliche mejor ir poco y nada. Las entradas en la zona de Playa Grande -donde los jóvenes marcan el ritmo de la movida nocturna- promedian los $600, a lo que hay que agregarle lo que se consuma dentro y los gastos de los denominados “after beach” -desde el mediodía al amanecer- que se organizan junto al Complejo La Normandina, tal como informó este diario. “Los boliches están carísimos”, dijeron las amigas, que prefieren un plan “más tranquilo”. Por ejemplo, ir de cervezas a la “birrera” calle Olavarría, donde en horario de happy hour -de 18 a 21- la pinta puede conseguirse a $80, “mucho más barato que en La Plata”, donde no baja de los $120.

 

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