Por qué no
Edición Impresa | 28 de Enero de 2019 | 02:46

¿Qué sería del choripán de la cancha sin su grasa y ese sabor condensado de mil choripanes asados en esa misma parrilla? Claro, quienes pretenden que la versión higienizada, pasteurizada, de “Rocky” (“Creed”) es mejor que la original, quizás ni vayan a la cancha. Fetichistas de lo nuevo, aprecian la actualización de aquellos aspectos que no han envejecido del todo bien (golpe bajo, lo del robot) por encima de la iconicidad de la saga original y sus personajes, por encima del impacto indeleble que dejó en el inconsciente colectivo.
En ese sentido, las disfrutables “Creed” están aún en pañales. Es una saga que todavía se recuesta fuertemente, a la hora de generar emoción, en la historia narrada durante seis películas (la enfermedad de Rocky nos importa porque es Rocky, lo mismo su soledad y la de los Drago), y en la música de las viejas: el desfile de raperos de la banda sonora será muy canchero, pero cada vez que entre sonidos hiphoperos asoman referencias melódicas a la saga original, el público festeja.
Seguro, mesura el melodrama y la tendencia a la pavada de las entregas posteriores de “Rocky”, pero, curiosamente, encuentra sus mejores momentos lejos de esa solemnidad: es cuando abraza ese espíritu “más grande que la vida”, cuando estallan los montajes de entrenamiento y suenan de fondo esas trompetas, que “Creed” explota en la pantalla. Y ese espíritu, curiosamente, no estaba del todo presente la primera entrega de “Rocky” (que vale más que las dos “Creed”, desde ya), sino que se desarrolló durante las secuelas (sí, desparejas, pero legendarias) que hoy el snob mira con ironía.
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