El cine memorable, al costado de los Oscar
Edición Impresa | 25 de Febrero de 2019 | 04:59

Por PEDRO GARAY
Alguna vez (¿quizás en un tiempo que nunca existió?) Hollywood pareció tener cierta noción de iconicidad del cine, reconociendo en su gala anual, a menudo (con notables excepciones) a películas que trascendieron su época. ¿Cuáles de estas nominadas trascenderá, en cambio? Sin el beneficio de escribir desde el futuro, arriesgo que ninguna: cierta noción de belleza (prolija, vistosa) y las modas discursivas (mientras más explícitas mejor) se han vuelto el prisma único con el que se analiza el higiénico cine en el país del norte, atacando a Clint Eastwood por republicano y nominando a “Pantera Negra”, una película formulaica, con un héroe que repite todos los lugares comunes de los héroes blancos, y un tercer acto, en términos de efectos y espectacularidad, indigno de su infladísimo presupuesto.
Hay imágenes cinematográficas que tienen la potestad de marcarse a fuego en nuestros cerebros, desde el momento en que las vemos hasta el fin de los tiempos: ninguna de las películas nominadas anoche parecía tenerlas (en mi opinión, curiosamente, la que más causó esta impresión fue otra película superheroica: “Spider-Man: un nuevo universo”). La mayoría de los cinéfilos termina la temporada pensando no en las nominadas, sino en “Transit”, “La Flor”, “First Man”, “Eighth Grade”, “Paddington 2”, películas imperfectas, pero memorables. Seguro: algunas de las que ayer optaron por premios se acercaron más que éstas a esa noción de prolijidad, perfección técnica (que no es más que una estética, una gramática particular, disfrazada de universal). “Roma” es, para qué negarlo, una proeza de la realización, que procura construir paisajes memorables. Pero hay algo en la intención de construir lo perfecto que luce impostado: las imágenes son a veces un vehículo, una excusa, para el lucimiento de su creador (esta es una crítica habitual que se le hace a Cuarón, a pesar de lo cual hay que decir que “Roma” es una hermosa película). Algo similar ocurre con “La favorita”, otra película de búsquedas interesantes y personales, pero con el síndrome de la exageración de la imagen distorsionada (vale destacar que esas ideas que solían estar peleadas con el clasicismo de Hollywood y hoy son cintas nominadas).
Pero entre la prolijidad técnica de algunas y la fotografía y musicalización suntuosa de otras (y descartando algunas nominadas por default) no asomaban en el pelotón de ocho cintas más que un conjunto de películas lindas, pero olvidables: demasiado prolijas, bellas al cálculo. Predecibles. Y, a menudo, marcadas por cierto oportunismo: no vamos a negar que Spike Lee, nominado por primera vez, milita con su cine hace tres décadas, pero, otra vez, la inclusión de “Pantera Negra” es demagogia pura, incluso dentro del relativismo que los cínicos colocamos sobre los premios. Las menciones de otros filmes (y de muchos que no quedaron nominados) a las cuestiones de raza, sexo y género son el “Oscar bait” del siglo XXI, y lejos de revolucionar los cimientos de la sociedad, son un mero reflejo del cambio de hábitos del consumidor. Por eso, muchas veces el cine “grande” de hoy huele manufacturado, y dócil. Y declamatorio: todo es discurso, todo es mensaje. No hay resquicios para la duda. Para prueba, allí están los mensajes políticos sin sutileza de la divertida “Green Book” y “El Vicepresidente”, o “Bohemian Rhapsody”, con su mensaje “Disney” sobre la vida de Freddie.
Ciertamente, vivimos en una era de una multiplicidad de imágenes tal que pierden su fuerza: a menudo me confundo la belleza, la gravedad, lo metafísico, la levedad y otras solemnes nociones, con un filtro de Instagram. Pero aún en esta era se producen imágenes, películas, con peso. ¿Dónde están? Probablemente, al costado de los Oscar.
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