Ya nunca me verás como me vieras

La novela de Horacio Convertini, con casos de canibalismo tras los muros del barrio porteño de Pompeya. Una nueva corriente literaria basada en el arquetipo de los zombis. Los problemas del escritor-periodista

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Por MARCELO ORTALE

marhila2003@yahoo.com.ar

La tenida es en el barrio porteño de Nueva Pompeya. Más precisamente, en el bar “La Tropical”, de avenida Sáenz al 1100. Se trata de un templo laico para bohemios y consumidores de tiempo, ubicado a una cuadra de la consagrada iglesia de Nueva Pompeya. Allí esperó la entrevista Horacio Convertini (1961), escritor y periodista.

“Afortunadamente –le informa el cronista- no nos comieron los caníbales y pudimos llegar”. Convertini sobreentiende la frase porque en su última novela “Los que duermen en el polvo” (Alfaguara) hay canibalismo en extramuros de Pompeya. Además, en ese texto, aparece el bar “La Tropical” como uno de los escenarios referentes.

En su novela se lee de pronto: “Prendí el televisor e hice zapping en busca de alguna película que pudiera interesarme, pero no encontré ninguna y dejé la CNN en español en mute. Me capturaron unas imágenes extrañas, filmadas con pulso nervioso, desde la ventana de un piso alto: tres personas tiradas sobre una cuarta, arrancándole pedazos de carne a los mordiscones. Un sobre impreso decía: Horror caníbal en la Argentina”.

Su compañera llega del baño y el personaje principal le cuenta: “Algo terrible está sucediendo en Buenos Aires, le dije, y señalé el televisor. Le costó enfocarse en la pantalla. Negó con la cabeza, se levantó con paso inseguro, fue al baño a lavarse la cara y volvió. Qué es eso, preguntó, y yo contesté lo que había escuchado: gente que atacaba gente a mordiscones hasta dejarla malherida o muerta”.

Quinientos años antes, Ulrico Schmidl, testigo y relator de la desquiciada expedición de Pedro Mendoza, primer fundador de la ciudad de Buenos Aires, contó que tras haber sido sitiados por los indios querandíes, los españoles no tenían ya que comer y que habían ahorcado a tres de ellos por actos de indisciplina: “Ni bien se los había ajusticiado, y se hizo la noche y cada uno se fue a su casa, algunos otros españoles cortaron los muslos y otros pedazos del cuerpo de los ahorcados, se los llevaron a sus casas y allí los comieron. También ocurrió entonces que un español comió a su propio hermano que había muerto. Esto ha sucedido en el año de 1535, en el día de Corpus Christi, en la referida ciudad de Buenos Aires”.

Convertini sonríe al escuchar este párrafo del cronista indiano. Y lo hace porque su novela, absolutamente innovadora, está inspirada menos en los libros que en el cine. Hay un ingrediente de policial negro, pero, añade, “en el siglo XXI se produjo una suerte de explosión de las películas de zombis”, dice.

Las obras de Convertini fueron publicadas en España, Venezuela y México

 

Menciona a George Romero, famoso por sus películas de terror relacionados a muertos vivientes. Y también, entre otros referentes, al cineasta Quentin Tarantino. “Ellos crean el arquetipo zombi y en mi novela esos zombis son llamados los bichos, que son los que sitian a Pompeya”. Porque Pompeya, en la ficción, es uno de los pocos lugares de la Argentina que resiste a la terrible invasión.

Aunque Convertini le quita énfasis a esta interpretación, porque el canibalismo en su novela forma tan sólo parte de una suerte de decorado o contexto secundario, ya que la acción verdadera transcurre dentro del territorio pompeyano y también en el interior de los personajes, sometidos en esas y en las demás instancias, como todos los hombres y mujeres del mundo, a los mismos llamados del amor, del sexo y de todas las pasiones humanas. Lo curioso del libro es que, con ese escenario tan caótico y disperso, el narrador jamás se aparta de la aventura personal, de explorar en el sentido de la existencia de cada uno de sus personajes.

REPERCUSIONES

Las obras de Convertini fueron publicadas en Argentina, España, Venezuela y México y obtuvieron diversos premios, como el Municipal de Literatura de Buenos Aires (2008/2009); el Memorial Silverio Cañada de Gijón a la mejor novela del género policial (2013) por su obra “La soledad del mal”), el Extremo Negro-Ban (2013; y el Premio de Novela Sigmar (2013), además de menciones y críticas elogiosas.

Entre estas últimas sobresalen la de dos intelectuales españoles de valía. Uno de ellos, Alexis Ravelo, opinó (y explicó también) sobre “Los que duermen en el polvo”. Dijo: “Y sí: Los que duermen en el polvo es, prima facie, una distopía con infectados. Esta vez, la infección ha estallado en Argentina y con ayuda de la comunidad internacional (que no desea que traspase sus fronteras) ese país ha trasladado su gobierno a Patagonia y establecido en la capital una zona de cuarentena cuyo límite es un muro alzado en el barrio de Pompeya. Al otro lado del muro están los infectados, zombificados caníbales que hay que contener a toda costa”

La guarnición de Pompeya, sigue “está dirigida por el Lele Figueroa, animal político que ve en esa situación de excepción una oportunidad para medrar. Junto a él, el ultrarreligioso Kadijevich, «un lobo desvariado por el amor a la patria», y el protagonista y narrador, Jorge, que ha acompañado al Lele, su incierto amigo de la universidad porque Pompeya había sido su barrio, porque él ya lo ha perdido todo, porque ya poco le queda por hacer”

El otro español, Luis Artigué, también reconocido crítico y poeta sostuvo que “estamos ante una novela breve entre psicótica y política (esto es, una novela distópica) de terror y catástrofe pero con toques de novela negra y de humor cínico, con sexo y contundencia, con corrupción, con dolor, con personajes derrotados sin demostrarlo (por eso tipos duros) que buscan la justicia en medio de la negrura… Y con, digamos, amor”.

Sobre uno de los personajes principales del libro, el Lele Figueroa, que es retratado como una suerte de estadista desorbitado que implanta un gobierno oportunista sobre la aislada fortaleza de Pompeya, “no fueron pocos los colegas periodistas que me aseguraron que creían ver allí la figura de Aníbal Fernández·, dice Convertini, que no confirma –pero tampoco niega- la conjetura de sus compañeros de oficio.

EL PERIODISTA

Convertini, hijo de un matricero -“típico inmigrante llegado de Italia”- que se radicó en Pompeya allá por la década del 30- después de cursar primario y secundario en escuelas del barrio, debió dilucidar el desafío que le planteaban sus padres, “que me querían médico o abogado, es decir en profesiones verificables”. Se opuso, intentó cursar Psicología, lo hizo unos años pero, mientras tanto, desempeñó múltiples trabajos, “lo único que quería era laburar en un diario, hacer periodismo”.

Fatigó así varias redacciones, en una de ellas trabajó con periodistas platenses a los que recordó con mucho afecto –“el Chango [Alberto] Albertengo, ya fallecido, [Guillermo] Vucetich, [Luis] Moreiro, y [Jorge] Joury, con ellos me formé”- ejerció primero en Deportes y luego en Policiales. “De chico tuve mi big bang literario cuando leí El Tunel de Sábato…Allí me di cuenta que había algo más...”.

Después de pasar por Atlántida y por Olé, ahora dirige la revista Viva, de Clarín. Esta entrevista hecha el miércoles pasado debía acelerarse porque lo esperaba el cierre. “¿Cómo se lleva el escritor Convertini con el periodista Convertini? “Digamos que existe una coexistencia pacífica…El periodista es el que aporta certeza y muchos datos, acaso demasiados. El periodista también maneja el back ground, un cúmulo de realidades, pero también el periodista le aporta un exceso de información al escritor. De modo que el escritor debe pulir los defectos que le entrega el periodista…Es una relación pacífica, sí, pero algo brava”.

LAS DISTOPIAS

La novela es un género ahora renovado. Para decirlo con propiedad barrial, es como si nunca más la viéramos como la vimos alguna vez. Es como la fórmula de Pompeya: “ya nunca me verás como me vieras”.

La novela habla de un país devastado y reducido a un barrio sitiado por criaturas hambrientas

 

La novela de Convertini habla de un país devastado, reducido a un barrio, sitiado por criaturas hambrientas que integran una suerte de impersonal mancha ocre. También es como un apocalipsis zombi, según palabras del propio autor. Estamos ante un naufragio social, ante el génesis del final, ante el abandono de todo que nos quiere invadir y hacernos cautivos o inútiles.

“La literatura argentina abunda hoy en distopías, es decir en relatos pesimistas del futuro que hablan, en realidad, del presente” dice Convertini, que menciona a varios autores argentinos contemporáneos enrolados en esa línea: Rafael Pinedo, Leonardo Avalos Blacha, Claudia Aboaf, Marcelo Carnero, Agustina Bazterrica y Pedro Mairal. Hay mucho de Roberto Artl en esta nueva corriente.

La distopía de Convertini transcurre en Pompeya, barrio de tango si los hay. Un barrio cuya letra inmortal fue creada por Homero Manzi, recordado en una estatua, un centro cultural y un museo. “Ubiqué el argumento acá, porque conozco a Pompeya. Eso me facilitó mucho las cosas…Sí, barrio muy cantado por el tango…Es curioso, resulta que Pompeya casi no figura en el rock nacional. No sé, los muchachos del rock que lo hacen capaz que son del barrio Norte”, reflexiona el escritor. Ya está, hay que irse, llega el cierre.

 

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