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Maestras de distintas generaciones, comparan las aulas de ayer y de hoy. El lugar de la tecnología, el contexto social y la vocación
A la hora de la siesta del martes, un silencio sepulcral cruza las aulas, galerías y el patio de la escuela Nº 55 Juan Vucetich, de calle 62, entre 27 y 28. Sin clases por un paro de trabajadores auxiliares, ningún niño la habita. Pero allí, cerca de la Dirección y como si se tratara de una habitual jornada escolar, decenas de docentes pueblan uno de los salones, intercambian saberes, alguna, incluso, piensa en cómo pasará su 11 de septiembre.
Entre ellas, hay dos que bromean: “Somos las Sarmientitas”, dicen Marta Caffese, que suma 26 años de servicio -20 en la Vucetich-, y Cecilia Luna, con 26 años de antigüedad -17 en este colegio-. Ambas están en edad de jubilarse y llevan asistencia “casi perfecta”, reconoce la directora Alejandra Calabrese: “Son un ejemplo de compromiso, pocos lo ven. Pero todos sabemos lo que un maestro faltador crónico ocasiona en un alumno y cuánto valen la dedicación y el amor de un docente en la enseñanza de los hijos”.
Cerca de la directora, Marta asiente. Viaja unos 40 años en el tiempo, a su primer día de clases en el Colegio Mater Dei y a su maestra de primer grado. “La señorita Luisa -recuerda y sonríe con los ojos y la boca- enseñaba con una dulzura que te llegaba al alma, me encantaba cómo daba la clase. Era verla y decir ‘yo también quiero ser maestra’”.
Hoy, desde sus clases al frente de 5º grado -turno mañana y tarde- se propone encender en los chicos la llama que en ella despertó la señorita Luisa: “Una es consciente de la función contenedora que cumple. Los chicos te ven y te abrazan como si fueras su mamá. Te sienten como parte de su familia, tanto que te cuentan todo. Son muy transparentes”.
Observa la docente que en el relato de los chicos pesa -cada vez más- la problemática socioeconómica, vemos alumnos “con hambre, tristes o solos, hijos de familias desmembradas o papás que tienen que trabajar todo el día”.
“Las dificultades sociales han cambiado”, aporta Cecilia Luna, que da clases en primer grado y es hija de una maestra -“Siempre la acompañaba a la escuela y e gustaba ver el trato que tenía con sus alumnos”, dice-. Tal vez de su mamá aprendió que la docencia tiene “mucho de psicología, de escucha y empatía”. A su lado, Caffese ejemplifica: “Un chico con problemas de conducta es un chico que quiere llamar la atención, ser reconocido, que lo mires. Nuestro trabajo está en invitarlos al diálogo y la reflexión”.
Cambiaron las problemáticas. Y cambió el mundo, por ejemplo, de la mano de las nuevas tecnologías. De ahí que para las docentes hoy sea todo un desafío tender puentes entre la enseñanza tradicional y las demandas de la actualidad. “Buscamos estrategias para mantener la atención de los alumnos. Cuesta, porque son nativos digitales, con dificultades para memorizar, escribir o pintar”, interviene Marta, que también advierte cierto desgastado en el placer por los libros: “Hoy todo pasa por la imagen o el audio, hay alumnos que llegan a la primaria sin poder reconocer letras o formar palabras. Eso quizá explique los problemas de retención o comprensión al leer un texto”.
“La tecnología les resuelve todo de tal manera que cuando llegan al aula las limitaciones de razonamiento e imaginación saltan a la vista”, analiza Cecilia, mientras Marta completa que “falta una vuelta de rosca para superar el desfasaje escolar en materia tecnológica”.
Aún con las problemáticas -propias y ajenas- de la profesión, Marta no lo duda: si tuviera que volver a elegir una carrera se inclinaría por la docencia. También Cecilia: “Más allá de cualquier inconveniente, la vocación siempre ha sido una prioridad”, subraya. Y Alejandra -que es docente hace “25 años y 9 meses” y directora hace 8- sentencia: “Para poder transmitir conocimientos tenés que dejar los problemas en la puerta de la escuela. No podés pararte al frente de un aula si no estás mil puntos”.
Solo entonces, cuando no lo estén y el cuerpo y la mente las venzan, será hora jubilar la vocación que tuvieron desde niñas: Marta para estudiar otra carrera -que puede ser Psicología-; Cecilia para refugiarse en el cuidado de sus nietos y Alejandra para dar rienda suelta a un proyecto que le quita el sueño: la creación de un comedor comunitario.
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