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Cada vez más platenses encuentran el camino de la armonía utilizando la fuerza del oponente para resolver los conflictos, tal como enseñan las técnicas de defensa de la más moderna disciplina oriental
Yael Letoile
Yael Letoile
“¿Sabéis lo que es el Aikido?”, pregunta el profesor en la tercera temporada de la serie producida por Netflix, donde la banda de ladrones que popularizó la máscara de Dalí se propone, esta vez, tomar el banco de España.
“Ai - Ki - Do: utilizar a tu favor la fuerza de tu enemigo”, subraya en el pizarrón el genio intelectual del grupo, “lo que no podamos hacer nosotros, lo hará la Guardia Civil, el Ejército de España y hasta la propia seguridad del banco”.
El rescate de la más moderna y pacífica de las artes marciales, introducida en la Argentina por Kurata Sensei hace más de 50 años, no es casual, si se entiende al Aikido como lo que esencialmente es: el camino (Do) de unión (Ai) con la energía (Ki).
Quienes lo adoptaron como forma de vida rehuyen a las definiciones teóricas. El Aíkidooo -acentuada la i y estirada la o– como lo nombra Cristian Delfino (38), instructor de la Federación Aikikai Argentina, es un arte marcial que no se aprende; se practica.
“Las palabras necesitan ayuda. Sería utilizar la energía del otro para encontrar una solución integradora al conflicto, a través de movimientos circulares que buscan redirigir esa fuerza”, explica el maestro o sensei.
Aunque sin límite de edad para practicarlo, en La Plata cada vez más jóvenes encuentran en el aikido “un cable a tierra” o “el camino de la armonía” además de pacíficas técnicas de defensa. Todo lo que uno es, las cargas del día, del trabajo, el estudio y los problemas quedan en el tatami (especie de estera japonesa), aseguran. Suena bien, ¿se anima?.
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Laura Bustamante (28) es estudiante de antropología biológica y trabaja en una organización de derechos humanos. Hace 10 meses descubrió el Aikido y “este lugar ameno y agradable” –el Jinsei Dojo, ubicado en el centro platense – y su vida cambió. “Si todo sale bien”, se entusiasma, “en un mes rendiré mi primer cinturón”.
Es martes de tarde, y el caserón donde funciona el dojo, huele a incienso y a humedad. Afuera, a tan sólo una cuadra de las facultades de Derecho y Ciencias Económicas, la calle es un hervidero de gente, motores y bocinas. Como si se tratara de otro mundo, en el fondo de la casa, el ritual de ingreso al tatami se cumple con movimientos silenciosos, lentos, reverenciales.
“Otras disciplinas son más violentas y hay mucha confrontación. Acá es todo lo contrario, se busca una solución de las cosas en una conexión de la mente y el cuerpo. Uno tiene que siempre mantener la mente de principiante, estar en blanco y sacarse los preconceptos para implementar técnicas que te sirvan para defenderte”, explicará Laura al terminar la práctica.
Es principiante (kohai) como la mayoría de los alumnos de la clase. Durante la hora y media de entrenamiento, recibirá y atacará indistintamente, repasando las diversas técnicas impartidas por Fernando Valdiviezo (24), sensei del Jinsei Dojo y oriundo de Berisso, donde funciona el primer dojo de la región desde hace 12 años.
“En Aikido, los principiantes ejercitan con los más avanzados (senpai). Esa, es una relación de vida porque el aprendizaje es constante. Y, si bien no hay competencias ni premios –y esa es la gran diferencia con el resto de las artes marciales– sí hay graduaciones o escalones que se reflejan en el color del cinturón: blanco, amarillo, naranja, verde, azul, marrón y negro (1° hasta 9° Dan)”, explica Delfino.
Valdiviezo tenía una base de Kung Fu y también de boxeo, cultura que heredó de su padre. Pero buscaba una disciplina que se ajustara más a su personalidad y espíritu componedor -está a punto de recibirse de abogado–, donde no hubiera tanto choque. Así llegó al Aikido. Tanto le gustó que hoy es 1° Dan e instructor de la disciplina.
“El Aikido te enseña a autoconocer tu cuerpo, el cuerpo del otro y a no forzar a la otra persona”, dice ya de civil, sin el keikogi y la hakama, la vestimenta obligatoria que le da un aire ceremonial. “En la práctica, si lo forzás el cuerpo habla. Y las técnicas nos ayudan a poder escucharlo”.
Para el mundo occidental es difìcil comprender esta idea. Fernando alude a la energía vital o al concepto japonés del Ki. Mitsugi Saotome, discípulo de Morihei Ueshiba –creador de la disciplina–, lo define como la esencia cósmica de la vida. “En antropología, se utiliza el término animatismo para identificar la creencia en un objeto no atropomórfico que fluye libremente en todo tiempo y lugar. Ki es la palabra japonesa que designa a esta fuerza. Los chinos la llaman Chi y los yoguis la reconocen con el nombre de Prana”, dice Saotome.
“No me gusta la violencia y el aikido fue la solución. Me ayuda mucho no sólo en la cuestión física sino también en desenvolverme más. Como soy tímida, el hecho de venir acá me hizo participar en eventos y vincularme con gente y eso me ayudó muchísimo”, cuenta Laura, que usa el pelo corto y del color del fuego, como de animé japonés.
Se acercó a Aikido buscando aprender técnicas de autodefensa. “En lo personal había vivido un episodio, casi una situación de ataque de unos hombres durante un viaje, donde no pasó nada porque intervino la policía, pero quizás ahora en una situación como esa tendría más posibilidades de defenderme. No estar tan vulnerable”, asegura.
A la clase también llega Analía Rinaldi (45), pero sólo para acompañar a su hijo Nicolás (16) el más pequeño del grupo. Un esguince de tobillo la tiene a mal traer y le impide practicar desde hace dos semanas. Vienen juntos desde hace dos años, cuando era él quien debía rehabilitarse de una operación, y prefirió ese arte marcial a la natación.
“Acá somos todos iguales. No hay rivalidad entre compañeros, somos como una gran familia”, dice desde una silla al lado del tatami y con la pierna derecha enfundada en una bota ortopédica.
Están los que buscan aprender técnicas de defensa y los que aspiran a alcanzar otro tipo de conexión. “Uno intenta dar la clase para ambas cosas. Que no sea muy efectivo, que quita la energía y la fluidez, sino ser variado”, explica Fernando, “porque si uno sigue avanzando se va a encontrar con gente que va a ser muy fuerte y va a tener que resolver”.
Laura da fe: “La formación en Aikido es contínua. Llegan personas con distintas contexturas físicas, estaturas y te vas amoldando. Es muy dinámica y te ayuda a manejar ciertas situaciones, aunque espero no se repita lo que me pasó a mí. Cada uno toma el Aikido y hace un camino personal. A mí me ayuda mucho, es un cable a tierra”.
Entre ukemis (técnicas de caída, y distintas acciones para recibir una fuerza y evitar el daño), la más moderna de las artes marciales –nació en Japón en el siglo XX– te da una impronta para la vida, aseguran sus practicantes. “Es un segundo donde uno puede actuar impulsivamente y es ese mismo momento en el que se puede respirar y actuar de otra manera”, dice Fernando. La vida, dicen los aikidokas, es un tatami.
“El Aikido te enseña a conocer tu cuerpo, el del otro y a no forzar a la otra persona”
Fernando Valdiviezo, sensei
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En Aikido, los principiantes ejercitan con los más avanzados / gonzalo calvelo
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