Travis: un regreso plácido con un par de estribillos invencibles

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Pedro Garay

pgaray@eldia.com

Hay algo en la sencillez de Travis, en la forma en que la banda escocesa ha depuesto poses y evadido tendencias pasajes para insistir con lo suyo, que los vuelve fácilmente desestimables. Música amable, a menudo memorable, pero música de compañía: en estos días de soledades, eso que podría ser una especie de insulto velado, un eufemismo de blandura, se revela imponente, necesaria calidez y familiaridad musical para tiempos pandémicos con el lanzamiento de “Ten Songs”, nuevo álbum de Travis que, si recurre a los sonidos ya transitados, muestra a la vez en el acto el poder imbatible de una melodía honesta y directa.

Son diez canciones (lógico) con las habituales texturas de Travis: baladas con el piano del frontman Fran Healy, bellas armonías para decorar, la guitarra slide o acústica y las melodías tersas atraviesan el disco (un alto valor de re-escucha y hasta aparición en alguna playlist para atardeceres melancólicos tienen “The only thing” -con Susana Hoffs de The Bangles haciendo el contrapunto con Healy- y “Kissing in the wind”). Folk indie, ideal: en momentos como estos, canta Healy en “Waving in the window”, “nos aferramos a lo que conocemos”. Un oasis de placidez, que cierra con una bellísima coda, “No love lost”: Healy, solo al piano tocando una serie de arpegios, un valsecito cantado con esa honestidad que derrota prejuicios y te abraza (esto que repito no lo descubrí yo: la banda contrató hace un par de años al periodista Wyndham Wallace para que los siguiera en el marco del documental “Almost fashionable”; a Wallace no le gustaba la banda, le parecía simplona, pero un rato con ellos en vivo alcanzó para derretirlo).

“No love lost” tiene quizás el mejor verso que Healy ha escrito, además: “Me desperté sintiéndome para la mierda hoy”, canta el líder del cuarteto escocés veterano del indie. Porque ojo: los sonidos son novedosos, pero bajo estas superficies de placer se esconden dolores. Healy contó que el impulso para volver a ser el único compositor de las canciones de Travis en este álbum fue cuando su hijo le sugirió que venía haciendo la plancha, repitiéndose hace años, y entonces decidió “apretar el pedal a fondo”: cuando aparecen, salpicadas en todo el disco, esas divergencias, exabruptos para Travis, resuenan poderosas.

De hecho, lo mejor del álbum es cuando Travis toma estos caminos divergentes. La potente y sucia “Valentine”, un tema que parece sacado de algún disco de Pulp, arranca con la voz sola, cantando: “Si me quedo echado aquí podría morir, voy a quedarme echado un rato”; el otro punto alto es el primer single, “A Ghost”, una canción donde la banda levanta el tempo y va al hueso, sin dejar de ser ese caleidoscopio de colores cálidos. Sin adornos fastuosos, sin sobreproducción y otros males de la época: guitarras, palmas, el pianito, estrofa, un estribillo bailarín, puente y el estribillo, otra vez, para saltar y moverse.

Es, de hecho, esa fe en la canción despojada uno de los motivos por los que Travis, considerada por algunos melómanos crudos como la banda para los oficinistas sensibles, es un combo extremadamente cercano al corazón para tantos que han crecido (hemos crecido) abrazando sus canciones románticas y melancólicas en la soledad de nuestras piezas adolescentes: esa franqueza, esa falta de complicaciones que puede ser considerada falta de sofisticación para algunos, incluso bordando la cursilería, golpea a menudo cerca del corazón en toda su discografía, y vuelve a hacerlo en algunos giros melódicos y algunas canciones inspiradas en “Ten Songs”.

 

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