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"Un crimen común": cuando irrumpe lo invisibilizado

El Festival de Cine de Mar del Plata pone en pantalla la nueva película de Francisco Márquez, que relata el derrumbe de una mujer cuando un hecho de violencia policial desarma los sentidos que había construido

"Un crimen común": cuando irrumpe lo invisibilizado
25 de Noviembre de 2020 | 07:00

Francisco Márquez escribió “Un crimen común”, que se puede ver hoy y mañana (de forma virtual y gratis) en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, “desde el dolor”. El dolor provocado, explica, por “la observación de la realidad: el caso que cuenta la película, si bien no remite a ningún caso en específico, nos permite pensar en Luciano Arruga, en Facundo Astudillo Castro, en Ezequiel Demonty”. 

Sin embargo, Márquez no quiso montar una película de denuncia, sino de incertidumbre, de confrontación con los fantasmas de “la crueldad del mundo” que ignoramos de forma consciente para “poder seguir viviendo”.

Así, nació la historia de Cecilia, una profesora de sociología que una madrugada escucha ruidos y ve a través de la ventana cómo el hijo de su empleada doméstica le golpea la puerta con desesperación. Asustada, no le abre. Al otro día, el joven aparece muerto en el río, asesinado por la policía.

“No quería abordar la violencia policial de forma específica, o la vida de estos jóvenes, sino cómo nos vinculamos, como comunidad, con esos crímenes. Parto de mi realidad: desde cierto pensamiento crítico igual uno convive con esta muerte diaria, relacionada a la desigualdad social, y la naturaliza, naturaliza la crueldad del mundo, para poder seguir viviendo. La película propone entonces qué pasa si ese horror se para frente a uno, y uno no puede mirar para otro lado”, explica Márquez, en diálogo con EL DIA.

Y lo que le pasa a Cecilia, encarnada por Elisa Carricajo, es que los discursos críticos que defiende desde su cátedra comienzan a hacerse pedazos ante la virulencia de la realidad. Mientras tanto, la madre del joven, encarnada por la dirigente del movimiento piquetero Mecha Martínez, busca respuestas: Márquez explica su elección para el papel porque “se ve vinculada a diario a este tipo de conflictos, que conoce a madres que se acercan a ella, a pibes que no están. Hay algo de esa experiencia que para mi es intransferible, y que a su vez está en el cuerpo”.

La película, dice, es en este sentido “una ficción, pero también es un documental de un encuentro entre dos personas, ese vínculo entre dos cuerpos atravesados por experiencias diferentes”.

Y uno de esos cuerpos, el de Carricajo, el de Cecilia, se deshace a medida que las certidumbres que había construido son corroídas: “El sentido de su vida, su práctica profesional, todo empieza a ser cuestionado, como si hubiese algo de todas esas palabras, de todo ese pensamiento, que al no estar expresado en una praxis se diluye”, dice Márquez. 

Al respecto, el codirector de la premiada “La larga noche de Francisco Sanctis” hace sonar entre debates académicos la Tesis XI, un llamado a la acción. ¿Piensa el cineasta su arte como un medio para la transformación? “Hace poco murió Pino Solanas, y es bueno recordar la experiencia que realizaron cineastas como él, como Raymundo Gleyzer. Pero quizás hoy yo no pensaría esta cuestión como la pensaron ellos: nosotros pensamos las películas como herramientas transformadoras no porque planteen un discurso cerrado, que ilumine al público, que le destape los ojos al espectador; sino en tanto las películas dialoguen con el público. ‘Un crimen común’ no plantea soluciones, sino una incógnita, nos deja con algo en el cuerpo para que nos movilice y reflexionemos. Porque yo no tengo las respuestas a los problemas que plantea la película, y si las tuviese serían seguramente más pobres que las que se podrían construir con los espectadores”, dice al respecto.

Ese lugar de incertidumbre del realizador es también el de la protagonista: Márquez accede, y afirma que “hay algo de la clase social, incluso de mi mismo, en el personaje: por eso fue tan doloroso hacerla, porque uno se enfrenta a eso, trata de pensarlo”. De la misma manera, la película confronta también las ideas de cierto espectador de clase media que, como la profesora de sociología protagonista, consume películas y libros sobre diversas problemáticas, pero no tiene, no quiere tener, el problema cara a cara.

Pero Márquez no buscaba juzgar a su criatura: “La película no toma una distancia crítica del personaje, sino que se involucra en su proceso: la película, de hecho, toma la forma de su devenir emocional”, afirma. Así, de hecho, es que el drama se empapa de elementos de terror, mientras Cecilia es hostigada por un fantasma que no está. “Un terror metafísico”,  que aparece “como una expresión de ese Sentido, con mayúsculas, que se va derrumbando”, explica Márquez. La protagonista comienza a tener un comportamiento errático, “y a partir de ahí es que aparece el género en la película”

Esta construcción se habría apreciado mejor en una función en pantalla grande, y es esa una de las razones por la que Márquez y su equipo de Pensar con las manos decidió esperar a la reapertura de los cines para el estreno comercial.

“En realidad hay varias razones”, dice el director sobre la decisión. “Por un lado, el cine es una actividad que implica estar juntes en una sala, hay algo comunitario, social, en la experiencia cinematográfica, a la cual creemos que no deberíamos renunciar. Más en una película que pretende reflexionar sobre la sociedad en la cual vivimos. Hay algo de la experiencia cinematográfica, una experiencia de mucha gente en un mismo espacio viviendo algo al mismo momento, que nos parece intransferible. Obviamente, entendemos que la mayor cantidad de la gente la ve en otras plataformas, o pirateada, hay otras formas de ver la película, pero defendemos esa experiencia”, analiza, retomando la idea de que la película debe entablar un diálogo con los espectadores. 

“En segundo lugar”, sigue, “hay una cuestión política: hoy hay tres distribuidoras estadounidenses que concentran el 91% del mercado cinematográfico. Nosotros creemos que el INCAA tiene que tener políticas activas para modificar esta ecuación, y que como cineastas tenemos la responsabilidad de pelear por estas políticas. Y también, ponerle el cuerpo a las películas: nosotros pasamos las películas, vamos a acompañarlas, fomentamos debates en la salas, intentamos generar una experiencia”.

“Y en tercer lugar, sí”, accede. “La película fue pensada para verse en un determinado tamaño, con una determinada calidad de sonido, hicimos un trabajo muy profundo en el cuidado de la imagen y la propuesta sonora, es una película inmersiva, que propone una experiencia física, y creemos que la mejor manera de verla es una sala, que permite llevar a cabo esa experiencia física”.

 

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