Un año sin Lucas, el dolor que los Lin viven con voluntad y deseo de justicia
Edición Impresa | 5 de Febrero de 2020 | 03:06

FACUNDO BÁÑEZ
Difícil no cruzarse con la imagen de Lucas en el súper de la calle 46. Se la ve entre los cartelitos que empapelan las paredes de ofertas y también pegada al enrejado del frente o en la calcomanía de la caja registradora. Lucas Kevin Lin (18/06/2013-05/02/2019). Sobre el fondo blanco que encuadra la foto, en letras rojas y grandes, se lee también: Negligencia del colegio Lincoln. ¡Que paguen los responsables! Un año después de que el reclamo naciera, quienes se detienen a mirar la imagen que habita esos carteles son sus propios padres, Min Lin y Jian Ying Li. La miran y posan junto a ella y no dejan de repetir -a veces en un español que no encuentra las palabras, a veces en un dolor sumido en lengua madre- que no quieren que alguien tenga que sufrir lo que ellos sufrieron y aún sufren y saben que sufrirán. Son las dos y media de la tarde de un miércoles y la voz cascada de Min es lo único que se oye entre las góndolas sin gente y casi a oscuras del negocio:
-Yo ya está, pero pensar en otros ahora. Y mi mujer también. Pensar que hay que ayudar, informar, hacer campañas. Y justicia. Que haya justicia va a servir. Es lo que más va a servir.
Min y su mujer viven en La Plata desde hace casi una década y forman parte de la ya habituada colectividad china que, con perfil bajo y venciendo dificultades idiomáticas lo mismo que mitos y prejuicios, comenzó a llegar por oleadas a partir de los años noventa. Como la mayoría de sus compatriotas, los Lin aterrizaron provenientes de Fujián –un pueblito del sudeste chino, frente a la isla de Taiwán- con la idea de abrir un supermercado y continuar así, en una tierra al otro lado del mundo, el destino que sus padres ya habían emprendido con suerte una década atrás.
-Mamá insistió para yo venir –cuenta Min-. Ella en Argentina más de veinticinco años. Siempre en súper. Toda mi familia acá. Tíos, primos, sobrinos. Somos como cien. Y muy juntos. Todos trabajar juntos.
Acá, del otro lado del mundo, los Lin tuvieron a Alex Agustín al año de llegar y luego, casi dos años después, a Lucas Kevin. Acá decidieron inculcarles una educación bajo los usos y costumbres de nuestra cultura y se sintieron orgullosos de poder decir que tenían hijos argentinos y capaces de escribir en español su propia historia.
-Argentina es maravilloso y yo sentirme de acá –asegura Min. Lo dice y lo repite y no parece exagerar: lejos de querer encerrarse en las costumbres que traía con la sangre o en los códigos de una cultura milenaria, tal como lo hicieron muchos de los primeros inmigrantes, Min Lin sintió desde el primer día que La Plata era su lugar en el mundo y se esforzó así por hablar nuestra lengua y ser todo lo sociable que pudo. Aprendió rápido a admirar a futbolistas como Messi y Verón y se dejó encantar por las costumbres argentinas y sus tardes y noches de asaditos en familia, reuniones con amigos después de cerrar el súper o “picaditos” de fútbol en la cancha de 60 y 133.
-Hace nueve años que no volver a China –dice, y por un segundo se le insinúa el resabio de una sonrisa-. Y no pensar volver. Ya no. Yo soy de acá. Este mi país. Acá tengo mi familia.
***
El 5 de febrero de 2019 era una tarde calurosa en el Lincoln Summer Camp, el predio de 518 y 137 donde funcionaba la colonia de vacaciones del Colegio Lincoln. Como casi todas las tardes, el grupo formado por 17 nenes y nenas de entre 5 y 7 años debían disfrutar de la pileta y, luego, cambiarse, tomar la merienda y esperar que sus padres los pasen a buscar.
Los responsables del grupo descubrieron la ausencia de Lucas recién al momento de la merienda. Cuando volvieron a buscarlo a la pileta ya era demasiado tarde: se lo habían olvidado bajo el agua.
Al primero que llamaron fue al papá. Le dijeron que fuera enseguida y le repitieron lo mismo cuando él preguntó para qué. Min pensó que no entendía y le pasó el celular a su amigo Rolando Hernández, un venezolano recién llegado a La Plata que a esa hora estaba trabajando con él en el súper. “Que tienes que ir ahora”, le confirmó Rolando, igual de desconcertado, y fueron juntos para el predio de Hernández sin decirse palabra. Una vez que llegaron, ya espantados del miedo, la policía no los quiso dejar pasar y fue el compañero de Min quien logró llegar hasta las autoridades para que le dijeran al fin lo que había pasado.
-A Min tuve que darle la noticia yo –recuerda ahora, con la voz hecha un nudo-. Lo abracé fuerte y se lo dije. Y lloramos. Lloramos los dos sin entender nada.
De las muchas críticas que recibieron los responsables de la colonia, la que más refuerza Rolando junto a la mirada atenta de Min es la referida a la falta de recaudos básicos que había para proteger a los nenes. La otra, asegura, apunta al trato que la familia Lin tuvo de parte de las autoridades del colegio.
-Se comportaron pésimo –asegura-. A los padres quisieron compensarlos con una beca de estudio para el hermanito de Lucas, pero nunca les explicaron qué fue lo que pasó. Nadie les dijo nada. ¿Cómo es posible? Uno deja a su hijo en una colonia, paga para que lo cuiden y se lo entregan muerto. ¿Y nadie tiene una explicación para dar? ¿De verdad? En el colegio quieren hacer como si nada hubiese pasado, pero no es así: acá hay un nenito muerto y esa muerte se pudo haber evitado. ¿Nadie va a asumir su responsabilidad en la muerte de Lucas?
A cada palabra de Rolando, Min la confirma muy atento y cuidando no perder el sentido de las frases. Asiente y necesita agregar que nadie ni siquiera le pidió disculpas.
-Nadie explicarme nada –insiste-. Nadie sabe qué pasó.
Un año después de la muerte de Lucas, con la causa a la espera de ser elevada a juicio oral y público, en el colegio Lincoln aseguran que hubo contactos con Min y con la abuela de Lucas pero que el propio entorno de la familia les impidió todo tipo de acercamiento.
-Gestaron ante la justicia una perimetral para que nadie del Colegio Lincoln se acerque a la familia Lin –dice Rubén Monreal, responsable de la institución y uno de los señalados por la fiscal Cecilia Corfield bajo el delito de “homicidio culposo”-. Así se hace muy difícil ayudar en lo que se pueda o, al menos, generar una fluida comunicación.
A contramano de lo que dicen los Lin, el director del Lincoln asegura que el apoyo que recibieron de los otros padres fue tremendo.
-Quisieron instalar una imagen nuestra totalmente falsa -asegura Monreal-. Si hasta criticaron un posteo de nuestra página con una foto en la que aparecían nenes bajo el agua. Era una foto y un posteo que ya estaba programado y que se levantó ni bien ocurrió esta desgracia. ¿Quién puede ser tan mala leche de pensar que el colegio subió esa imagen a propósito? ¿Quién puede creer que nosotros no sufrimos? Por supuesto que no puedo equiparar nuestro dolor con el que sienten los padres, pero nosotros quedamos destrozados. Por suerte muchos padres saben cómo pensamos y sentimos y nunca dejaron de apoyarnos. ¿Alguien puede creer de verdad que no nos importa lo que ocurrió?
***
Por la muerte de Lucas hay once personas procesadas con distintos grados de responsabilidad. La lista de acusados la integran los empleados municipales Myriam Salinas, Diego de Luca, María Daniela Tost Teruggi y Fernando Parodi, sobre quienes pesan sospechas de irregularidades en el otorgamiento de la habilitación municipal del predio de Hernández. En la carátula de la causa también figuran el director de la colonia, Osvaldo Ramos, la accionista Roxana Costa, la representante legal Mónica Cauteruccio y el dueño de la escuela, Rubén Gerardo Monreal, procesados por el delito de “homicidio culposo”. La nómina la completan el encargado de la colonia, Marcos Echaniz, y los guardavidas Martín Argüelles y Carolina Muro, acusados ambos de abandono de persona seguido de muerte.
Para Lin, que fuma, piensa y recuerda en la soledad del súper, lo justo sería que cada uno pague su parte de responsabilidad en la muerte de su hijo. Pero que todos paguen.
-Si nadie explicar nada –resume-, todos tener que pagar. Si no pagar todos, no es justicia.
A esa altura de la tarde, una hora antes de abrir al público, Jian Ying volvió a su habitación en el piso de arriba y Min explica que ella necesita descansar. Dice que es fuerte pero que hablar mucho de esto le duele. Recuerdos, precisa, muchos recuerdos, y respira profundo mientras los ojos se le enrojecen a él también de pena y memoria.
-Para los dos difícil –asume, y se lleva una mano al pecho como si pidiera disculpas o quisiera corregir algo-. Para los tres difícil, porque Alex sufrir mucho. Extraña al hermanito. Eran muy unidos ellos. Pobrecito, para él también muy difícil. Todo muy difícil…
La vocecita de Min ahora se vuelve un llanto que brota y se deshilacha en palabras que no se llegan a entender. Se refriega los ojos, carraspea y cuenta que desde que pasó lo de Lucas a su hermanito no lo dejaron hacer más nada solo.
-Tener miedo -se sincera Min, todavía con los ojos vidriosos-. Este verano él no ir a ningún lado. Nada, no poder hacer nada.
Lo dice y cuenta que con su mujer están pensando en llevarlo a la playa. A lo mejor a Mundo Marino, o algún balneario cerca para que pueda conocer el mar.
-Es un sueño de él y nosotros querer cumplirlo -refuerza Min, y completa con el último hilo que le queda de voz:- Alex sufrir mucho y ahora nosotros tener que pensar en él. Todo lo que queda ahora es él.
Acá, del otro lado del mundo, los Lin tuvieron a Alex y luego, dos años después, a Lucas
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