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Llevan dos semanas en Villazón, a la espera de que el consulado argentino les autorice llegar a La Quiaca. Una odisea de película
Karen y Matías, dos platenses que esperan la autorización para cruzar la frontera y pasar para Argentina
Martín Cabrera
mcabrera@eldia.com
Hay centenares de historias de argentinos varados por el mundo que piden un avión que los traiga de regreso a Buenos Aires. Los hubo y hay de todo tipo: embarazadas, médicos, personas enfermas, niños y niñas, personal de la salud y hasta funcionarios. En Estados Unidos, México y Europa. En algunos destinos exóticos de Asia. En Australia. En cada rincón del planeta hay un compatriota esperando volver. También los hay en las fronteras más próximas, como la de Villazón-La Quiaca, en donde dos platenses hace semanas esperan poder cruzar el puente. Tan simple como imposible.
Es la historia de Karen y Matías, que se fueron de La Plata hace un año arriba de un viejo colectivo modelo 1962, acondicionado como motorhome. Después de miles de kilómetros recorridos y una montaña de anécdotas, llegó el momento más difícil de la travesía: volver al pago chico, decisión apresurada y obligada al momento de desatarse la pandemia en todo el mundo.
“Tenemos la salida de Bolivia permitida, pero no el ingreso a la Argentina. No podemos hacer migraciones en la frontera. Nadie nos explica bien si es una decisión del gobierno de Jujuy o nacional. Lo concreto es que no podemos pasar”, relataron desde allá, mientras miran del otro lado del río de la Quiaca lo que sucede en nuestro país.
Por decisión del presidente Alberto Fernández las fronteras se cerraron el 16 de marzo. Desde entonces fue mucho más complicado entrar y salir de Argentina. Vía aérea algunos vuelos siguieron operaron los días siguiente, pero con el correr de las semanas todo se cerró y sólo aviones autorizados por el Gobierno pudieron traer compatriotas.
“Estábamos en Perú en ese momento y decidimos pegar la vuelta. En Copacabana, Bolivia, nos detuvieron más de 15 días hasta que nos llegó un mensaje del consulado argentino con un permiso especial para circular. Pero tenía vencimiento a los cuatro días y debíamos ingresar al país por Yacuiba”. Así empezó Karen con su relato.
Ese mismo día salieron rápidamente para Argentina arriba de su vehículo, que salvo alguna pinchadura no les había traído mayores dolores de cabeza. Pero claro, aclararon, es un viejo colectivo que no supera los 70 kilómetros de velocidad y tiene serias dificultades para avanzar en rutas de ripio y cornisa.
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En Copacabana, los platenses conocieron a otra pareja argentina que estaba pasando por la misma dificultad: Tania y Fabián. Ellos son de Usuhaia y a bordo de otro micro adaptado hicieron un viaje similar. Entonces juntos recorrieron los 1.600 kilómetros hasta la frontera. Hasta que tuvieron que cambiar de planes.
“Durante el viaje nos escoltó la Policía por varios kilómetros. Se querían asegurar que no bajásemos del micro ni para comer. De todos modos hubiese sido imposible, porque varios pueblos estaban cerrados en sus ingresos con montañas de piedras y tierra. Cada control fue un infierno. Perdimos mucho tiempo y el problema es que nosotros llevábamos prisa”, continuó con la descripción de un viaje contrarreloj que les puso los pelos de punta.
En varios controles fueron retenidos durante más de dos horas. La Policía no los dejaba avanzar y entonces tenían que comunicarse con el consulado y éstos con el intendente de la localidad... Así, después de un rato largo recibían la luz verde para seguir. Una verdadera odisea porque se les acababa el tiempo.
La pareja salió de La Plata hace un año en un colectivo modelo ‘62. Hoy están en Villazón
“Cuando estábamos a 400 kilómetros de Yacuiba se nos presentó un verdadero problema. Si bien la distancia era corta había que subir montañas por rutas de tierra. No había opción. Fue entonces cuando empezó a entrar aire en el tanque y el motor se nos detenía. A los otros chicos la altura les dificultó el uso de los frenos. Así no podíamos seguir”, recordó del momento que decidieron cambiar de ruta.
El mapa les mostraba que estaban a 90 kilómetros de Villazón, la ciudad boliviana fronteriza con La Quiaca. Y a más de 200 de Yacuiba (la ciudad que limita con Salvador Mazza, en Salta), por donde debían cruzar, según la autorización inicial del consulado. “Por esa ruta no podíamos seguir, era riesgoso y un peligro. Y no hubiésemos podido hacerlo en el tiempo estipulado”.
Entonces el viaje siguió hasta Villazón. Creyeron que iba a ser lo mismo y que por haber allí un consulado nada podía evitar que llegasen, por fin, a la Argentina. Pero nada sucedió como lo pensaban.
“Fuimos al consulado y les explicamos a las autoridades que nos había sido imposible seguir por esa ruta, que era un riesgo. Al principio nos dijeron que no iba a haber problemas, que estaba todo bien y algunas cosas más. Pero llevamos dos semanas y seguimos en Bolivia”, se quejó Karen, desesperada por la situación.
“No queremos que nos traigan ni generar más problemas, sólo pedimos que nos dejen pasar como pasan los camiones de alimentos. Tenemos todo en regla y nos vamos a someter a la cuarentena, en Jujuy o en La Plata, donde lo dispongan. No estamos pidiendo demasiado, si del otro lado hasta hay un puesto sanitario. Es todo un problema burocrático”, cerró esta parte de la charla con la misma sensación de impotencia que cualquier persona al enterarse de esta historia.
“La verdad es que no teníamos fecha de regreso. Salimos a recorrer Latinoamérica. Mientras tantos nos la rebuscamos vendiendo artesanías y haciendo masajes”, contó desde allá Karen, una platense del barrio Cementerio que a esta altura lo único que desea y pide es poder retornar a La Plata.
Pero cuando el virus se transformó en pandemia todo cambió. La pareja decidió que lo mejor era volver a la Argentina para estar cerca de la familia y, en caso de contraer la enfermedad, tener asegurada la cobertura médica. Estaban en Perú y en su hoja de ruta figuraba seguir subiendo. Hasta ahí llegaron.
“De inmediato empezamos a bajar. Cruzamos a Bolivia por la frontera en el Lago Titicaca, pero ahí nos detuvo la policía local. No nos dejaron avanzar más. No tuvimos que quedar 20 días en Copacabana. Hasta que nos dejaron seguir”, siguió con su relato, explicando el momento justo que su travesía empezó a transitar un camino empinado.
“En junio nuestra aventura cumplía un año. Empezamos por Uruguay. Recorrimos Montevideo y toda la costa, hasta cruzar a Brasil. Seguimos por el litoral hasta Río de Janeiro y Belo Horizonte. Pero después volvimos a Argentina, a Misiones, porque pasamos las fiestas con la familia de Matías”, resumió el viaje, que ahora está en el final, pero con puntos suspensivos que lo hacen más hipnótico y misterioso.
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