Veganos platenses: el placer de sentirse en paz con los animales

No son militantes ni quieren convencer a nadie, pero optaron por un estilo de vida que va mucho más allá de no consumir carne. Son jóvenes de nuestra ciudad que encontraron en el veganismo una forma de sentirse mejor

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Paula Jacinto (32), una traductora de inglés platense, dejó de comer carne cuando tenía 29 un poco por gusto y otro tanto por la contradicción que sentía de “defender a los animales y después comerlos”. Hasta que, también en esa época, realizó un viaje al sur, más precisamente a Ushuaia, donde en un comercio vio como ponían en una olla a centollas vivas para cocinarlas y después ofrecerlas a los clientes como menú. Ese fue el click, y desde entonces Paula se prometió nunca más consumir ni usar nada que tenga origen animal.

“No soy fanática -cuenta a EL DIA– ni milito en ninguna entidad ni de ambientalismo ni veganismo. Mi mamá y mi papá siguen consumiendo carne como siempre y lo acepto, y mi hermano Juan Manuel, que tiene 27, recién ahora está comenzando a ser vegetariano, que es otra cosa. Porque no es solo la comida, yo trato de ser vegana estricta sin molestar a nadie”.

Paula señala que no le molesta cuando la invitan a comer una torta que, sabe, fue hecha con leche. Simplemente, no la come.

“No me molesta lo que comen los demás ni trato de convencer a nadie, solo hago lo que me hace sentir bien. Porque no es solo la carne, yo no consumo queso, manteca, leche, helado, huevos, o sea nada que tenga que ver con la explotación animal. Y para vestirme, nada de cuero, lanas ni pieles. Cuando comencé con esta decisión, lo primero que hice fue consultar a una nutricionista para tener una alimentación balanceada, para que me enseñaran a comer. Y no es difícil, si es necesario tomo suplementos de B 12, que son vitaminas, y me siento mucho mejor, si hasta me bajó el colesterol. Y la verdad es que como muy rico, con una gran variedad de sabores. Y lo más importante, además de que ser vegano es más barato, es que me siento en paz”.

En el caso de la también platense Marcia Gómez (34), profesora de natación y guardavidas, cuenta que hasta sus 27 años fue una consumidora tradicional, y que inclusive en su casa era la que más carne comía, aunque desde chica siempre sintió un gran amor por los animales.

“Un día – cuenta – comencé a interesarme por los distintos pasos de lo que comemos, todo el proceso desde que se cría, explota y se da muerte a un animal, hasta que llega a nuestra heladera. Y sentí que era una crueldad atroz, por lo que decidí vivir sin hacer más daño”.

“Comencé por alimentarme como vegetariana -agrega Marcia- es decir sin consumir ningún tipo de carnes ni rojas ni blancas, hasta que me di cuenta que para respetar a los demás seres no alcanzaba, que había mucho más para hacer, al menos desde mi lugar, y así comencé a informarme sobre el veganismo, ya que la explotación animal también estaba presente en la leche, huevos, manteca o pescados que consumía, pero también en otros productos como los cosméticos, que están experimentados en pieles de conejo, por ejemplo. Y me di cuenta que hay otra forma de vida sin hacer daño, que se puede comer bien respetando a las demás especies, y que en la naturaleza hay variantes para todo. Y la verdad es que desde que tomé esta decisión me siento mucho mejor, tanto física como moralmente”.

“Yo no trato de influir a nadie –concluye Marcia– por ejemplo mi novio sigue comiendo carne, aunque cada vez menos, y no pasa nada. Y lo mismo sucede con mi familia, aunque a mi hermana menor cada vez le gusta más la comida que yo preparo y se está haciendo vegetariana, pero sin presiones. ¿Si se puede comer rico?, claro que sí, hoy por ejemplo cociné unos vegetales al wok con arroz, pasta de garbanzos, y una torta con leche de soja y frutas, y a todos les gustó mucho. Pero ser vegano no es solo la comida, también tengo en cuenta la ropa, el calzado y todo lo que uso. Y para todo hay una opción que no tenga explotación animal”.

La arquitecta María Sol Zapata, en tanto, vecina de Tolosa primero y ahora de Arturo Seguí, refiere que en su familia de origen italiano nunca faltaban los domingos las pastas con estofado y que su alimentación era “tradicional normativa, porque en definitiva la comida es algo cultural”.

“Cuando me mudé a Seguí – recuerda Sol – ya tenía 24 años y varios perros, y comencé a ver que algo no funcionaba, y me preguntaba porque a unos animales los amamos y a otros los comemos, si en definitiva no hay diferencia entre un perro y una vaca. Hasta que un 31 de diciembre de 2012, en un asado familiar en el quincho, me dije que era la última vez, nunca más volví a comer carne de ningún tipo, y decidí hacerme vegetariana. Pero me llevó unos cuantos años más dar el paso definitivo, ya que seguía consumiendo leche, miel, huevos y algo de pescado, hasta que sentí que ya no lo necesitaba, y que al final la explotación animal en esos productos era la misma que yo rechazaba. Y me hice vegana”.

Hoy María Sol ya no consume nada que tenga origen animal, y encuentra alternativas para todo. “Hoy en día hay de todo – refiere – recetas de queso de maní, ropa sintética, cervezas artesanales, helados de fruta y agua, zapatillas, cosméticos, de todo. Pero también hay muchos mitos, a favor y en contra. Hay muchos que no saben, por ejemplo, que el fernet tiene miel, o sea que no es apto vegano; o que se pueden obtener proteínas en plantas, en legumbres y en cereales. Y en lo social lo mismo, si me invitan a un asado voy, me llevo unas hamburguesas veganas y las tiro a la parrilla. Son riquísimas, y más de un carnívoro no supo distinguir entre unas y otras”.

“No me molesta lo que comen los demás ni trato de convencer a nadie, solo hago lo que me hace sentir bien”

 

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