Veganos platenses: el placer de sentirse en paz con los animales
Edición Impresa | 3 de Octubre de 2021 | 03:53

Paula Jacinto (32), una traductora de inglés platense, dejó de comer carne cuando tenía 29 un poco por gusto y otro tanto por la contradicción que sentía de “defender a los animales y después comerlos”. Hasta que, también en esa época, realizó un viaje al sur, más precisamente a Ushuaia, donde en un comercio vio como ponían en una olla a centollas vivas para cocinarlas y después ofrecerlas a los clientes como menú. Ese fue el click, y desde entonces Paula se prometió nunca más consumir ni usar nada que tenga origen animal.
“No soy fanática -cuenta a EL DIA– ni milito en ninguna entidad ni de ambientalismo ni veganismo. Mi mamá y mi papá siguen consumiendo carne como siempre y lo acepto, y mi hermano Juan Manuel, que tiene 27, recién ahora está comenzando a ser vegetariano, que es otra cosa. Porque no es solo la comida, yo trato de ser vegana estricta sin molestar a nadie”.
Paula señala que no le molesta cuando la invitan a comer una torta que, sabe, fue hecha con leche. Simplemente, no la come.
“No me molesta lo que comen los demás ni trato de convencer a nadie, solo hago lo que me hace sentir bien. Porque no es solo la carne, yo no consumo queso, manteca, leche, helado, huevos, o sea nada que tenga que ver con la explotación animal. Y para vestirme, nada de cuero, lanas ni pieles. Cuando comencé con esta decisión, lo primero que hice fue consultar a una nutricionista para tener una alimentación balanceada, para que me enseñaran a comer. Y no es difícil, si es necesario tomo suplementos de B 12, que son vitaminas, y me siento mucho mejor, si hasta me bajó el colesterol. Y la verdad es que como muy rico, con una gran variedad de sabores. Y lo más importante, además de que ser vegano es más barato, es que me siento en paz”.
En el caso de la también platense Marcia Gómez (34), profesora de natación y guardavidas, cuenta que hasta sus 27 años fue una consumidora tradicional, y que inclusive en su casa era la que más carne comía, aunque desde chica siempre sintió un gran amor por los animales.
“Un día – cuenta – comencé a interesarme por los distintos pasos de lo que comemos, todo el proceso desde que se cría, explota y se da muerte a un animal, hasta que llega a nuestra heladera. Y sentí que era una crueldad atroz, por lo que decidí vivir sin hacer más daño”.
“Comencé por alimentarme como vegetariana -agrega Marcia- es decir sin consumir ningún tipo de carnes ni rojas ni blancas, hasta que me di cuenta que para respetar a los demás seres no alcanzaba, que había mucho más para hacer, al menos desde mi lugar, y así comencé a informarme sobre el veganismo, ya que la explotación animal también estaba presente en la leche, huevos, manteca o pescados que consumía, pero también en otros productos como los cosméticos, que están experimentados en pieles de conejo, por ejemplo. Y me di cuenta que hay otra forma de vida sin hacer daño, que se puede comer bien respetando a las demás especies, y que en la naturaleza hay variantes para todo. Y la verdad es que desde que tomé esta decisión me siento mucho mejor, tanto física como moralmente”.
“Yo no trato de influir a nadie –concluye Marcia– por ejemplo mi novio sigue comiendo carne, aunque cada vez menos, y no pasa nada. Y lo mismo sucede con mi familia, aunque a mi hermana menor cada vez le gusta más la comida que yo preparo y se está haciendo vegetariana, pero sin presiones. ¿Si se puede comer rico?, claro que sí, hoy por ejemplo cociné unos vegetales al wok con arroz, pasta de garbanzos, y una torta con leche de soja y frutas, y a todos les gustó mucho. Pero ser vegano no es solo la comida, también tengo en cuenta la ropa, el calzado y todo lo que uso. Y para todo hay una opción que no tenga explotación animal”.
La arquitecta María Sol Zapata, en tanto, vecina de Tolosa primero y ahora de Arturo Seguí, refiere que en su familia de origen italiano nunca faltaban los domingos las pastas con estofado y que su alimentación era “tradicional normativa, porque en definitiva la comida es algo cultural”.
“Cuando me mudé a Seguí – recuerda Sol – ya tenía 24 años y varios perros, y comencé a ver que algo no funcionaba, y me preguntaba porque a unos animales los amamos y a otros los comemos, si en definitiva no hay diferencia entre un perro y una vaca. Hasta que un 31 de diciembre de 2012, en un asado familiar en el quincho, me dije que era la última vez, nunca más volví a comer carne de ningún tipo, y decidí hacerme vegetariana. Pero me llevó unos cuantos años más dar el paso definitivo, ya que seguía consumiendo leche, miel, huevos y algo de pescado, hasta que sentí que ya no lo necesitaba, y que al final la explotación animal en esos productos era la misma que yo rechazaba. Y me hice vegana”.
Hoy María Sol ya no consume nada que tenga origen animal, y encuentra alternativas para todo. “Hoy en día hay de todo – refiere – recetas de queso de maní, ropa sintética, cervezas artesanales, helados de fruta y agua, zapatillas, cosméticos, de todo. Pero también hay muchos mitos, a favor y en contra. Hay muchos que no saben, por ejemplo, que el fernet tiene miel, o sea que no es apto vegano; o que se pueden obtener proteínas en plantas, en legumbres y en cereales. Y en lo social lo mismo, si me invitan a un asado voy, me llevo unas hamburguesas veganas y las tiro a la parrilla. Son riquísimas, y más de un carnívoro no supo distinguir entre unas y otras”.
“No me molesta lo que comen los demás ni trato de convencer a nadie, solo hago lo que me hace sentir bien”
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