La fiesta de casamiento en silencio, los zapatos partidos y la mágica carambola a 12 bandas

En el antes, durante y después del Bolas hubo de todo. La maldita “plata dulce”. Los legendarios hermanos Navarra y el pibe que lavaba copas parado en dos cajones de Sidral

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Por HIPÓLITO SANZONE

hsanzone@eldia.com

 

“Contra el destino, nadie la talla”.

Luis XV todavía andaba con la cabeza puesta cuando ya franceses e ingleses se disputaban la invención del juego de billar. De lo que nunca se hicieron cargo fue de lo que aquí se conoció como “pool” o billar americano. O, mejor dicho, norteamericano porque aunque haya gente distraída la América empieza en Alaska y termina un poco más abajo que Usuhaia. Para el Bolas, la llegada de ese nuevo juego fue casi un hecho maldito.

“Llegó un momento en que la concurrencia nos había bajado a la mitad porque enfrente, De Nápole había puesto cuatro mesas de pool. Y al pool jugaban las mujeres y las mujeres no venían al Bolas y los muchachos entonces iban detrás de las mujeres que jugaban al pool en lo de De Nápole”, resume Alberto Romero, uno de los tres dueños del Bolas desde 1979 hasta su cierre.

LA BRONCA DE DECANO FUNES

Y en su tintero ve que le quedan algunas anécdotas de aquellos personajes, como “Harry”, que podía detectar a ciegas la diferencia entre la ginebra Bols, que prefería, y la competencia de la Llave, la de la propaganda de las Ardillitas. Le decían Harry, por su parecido con el personaje de Clint Eastwood, Harry el Sucio. El hombre era de Mar del Plata pero se había radicado momentáneamente en la ciudad por un negocio que había emprendido con un primo platense. Hacía revistas con propagandas de comercios de esas que se dejaban en los lobbys de los hoteles para la lectura de los pasajeros.

“Llegaba a las 18 y le abríamos una botella de ginebra. Se tomaba la mitad y a las 9 de la noche se iba porque vivía en la casa de la tía, que era muy severa con los que no respetaban el horario de la cena. Los tíos eran los dueños del bazar Del Papa. Después de cenar Harry volvía al Bolas y se tomaba la otra mitad de la botella. Así todas noches. Un día viene el primo y cuenta que en medio de la cena en lo de la tía, a Harry le había explotado el corazón”.


El Diablo no se resignaba a haber perdido el alma en esa partida de dominó en el Bolas y en un desesperado intento por recuperarla, le recordó al Rengo aquella coupecita De Carlo gris metalizada, la única que había en La Plata, y que supo ganarle una noche en una partida como la que acababan de jugar: alma contra alma, mano a mano y sin revancha.

- “Usted perdió mucho más que un auto. La perdió a ella también. Y no me venga con que es algo muerto y enterrado porque yo sé que no ha pasado un sólo día de su vida sin que usted no se haya detenido, aunque sea un segundo, a pensar en ella”, metió la daga el Diablo.


Se agarra la cabeza Romero cuando se acuerda del whisky aquel que le sirvieron al agente inmobiliario De Cano Funes, para celebrar con un cliente.

“Teníamos un mozo que andaba en patineta y cuando llega con los whiskys a la oficina de Decano Funes y se los va a servir ve que adentro de un vaso había un cascarudo. Se ve que se había caído en el camino, vaya a saber. Decano Funes nos llamó furioso. Le mandamos una botella nueva, cerrada y el mozo se la abrió delante de él y del cliente y por supuesto que no se la cobramos”.

PRECUELA Y SECUELA

Cuando esa pelea familiar decidió a don Aníbal Lima a vender “la mina de oro” que era el Bar y Billares Bolas, de 49 entre 8 y 9, intentaron convencerlo para que se metiera en el negocio de los taxis. Le decían que con lo que Alberto Romero, Tito Belinge y Quique Rodríguez Dorrego le habían pagado, se podía comprar unas cuantas licencias con sus respectivos Peugeot 404 cero kilómetro. Y que si cerraba la operación y se aguantaba un par de meses, ya estaban saliendo los 504.

“Pero no hubo forma de convencerlo. Solamente compró dos: el disco 1614 y el 2090, dos 404 gasoleros”, cuenta Aníbal, el hijo menor de don Lima y hermano de Amílcar y Amanda.

Aníbal no se ofende si le dicen que tiene más noches que la luna. Es desde ahí de donde le vienen la letra y la música para interpretar la balada que fue el Bolas y las cosas que pasaron antes, durante y después de que su padre decidiera venderlo. Una venta obligada por la necesidad de ponerle freno a una pelea entre sus hijos varones y el entonces marido de su hija, que podía terminar mal. Era tan grande su angustia, lo cruzaba de tal forma el dolor de ver que su familia se podía partir en pedazos por culpa de ese bar, que un día don Lima tomó la decisión. La señora Orazi, que le cobraba el alquiler, iba día por medio a advertirle: “Lima, no venda, hágame caso, no venda”, recuerda Aníbal hijo a quien de ahora en más y para evitar confusiones, llamaremos “Carretel”.

HINCHAS, NO BARRAS

El apodo le viene de los tiempos en que integró la hinchada pincha en los 70 y 80 cuando en el fútbol se hablaba más de “hinchadas” que de “barras”.

“Nosotros todos los días nos levantábamos para ir a laburar”, marca territorio Carretel, al que de tanta cargada porque arrastraba la erre al hablar, en la hinchada lo bautizaron así: Carretel.

De ese tiempo tiene mil anécdotas pero se queda en una: “Se peleaban los giles, los hinchas no. Nosotros con los de Gimnasia por ahí nos cruzábamos en un bar de 1 y 58. Por ahí estábamos con el Gordo Campante, con Tony Llanos, con el Osito López Osornio, con Coco El Diariero y caían los de Gimnasia: Wimpy, Fierro, Tabia y otros de esa época de ir en tren a todas las canchas. Y nos tomábamos un vino todos juntos. A Tabia una vez le regalé una bandera de Vélez”.

Cuenta que su abuelo fue primo hermano de Vicente Solano Lima, el vice de Héctor Cámpora en 1973 y que su padre, Aníbal, fue empleado telefónico, hizo fletes en el Mercado Viejo y tuvo su primer emprendimiento gastronómico con el buffet del Club Los Tolosanos, en 11 y 529, en la época en que salió cinco veces consecutivas campeón de la Liga Amateur Platense.

“Yo era un nene y me subía a dos cajones de Sidral y ayudaba a lavar los vasos. De pibe me decían Zoilo, porque era gauchito”.


Viéndose venir la oferta, el Rengo le dijo “usted ya no tiene nada que ofrecerme. Cuando María supo que yo había vuelto a jugar y que me había patinado la coupecita que tenía en venta para comprar los muebles, me enterró en vida. Mi alma quedó partida en dos desde aquella noche pero a diferencia suya, yo sigo teniendo una”, dijo el Rengo mientras limpiaba con chirlos cortos el pedazo de banda y de mesa en que el se había sentado. Los billares no se hicieron para sentarse.

“Con ella no puedo hacer nada pero si le interesa aquella coupecita, me puedo ocupar. En el Infierno no tenemos un Departamento Automotores pero capaz que algún colaborador mío la tiró en alguna agencia. Se la podría traer de vuelta”, propuso el Diablo, entusiasmado.


A Carretel se le caen los recuerdos. Y entre esos hay uno que le fue transferido por sus padres como prueba de que eran “peronistas hasta la médula”.

La cupecita y aquella noche de lluvia donde el Diablo se apareció

EL CASAMIENTO MUDO

Y cuenta que Aníbal Esteban Lima y Amanda Esther Pacheco se casaron un 26 de julio de 1952, el mismo día y apenas minutos antes de que las radios informaran que había muerto Evita. Tenían el salón y toda la comida lista para después de la Iglesia. Entonces, cuenta Aníbal, los novios saludaron en el atrio, se fueron para la fiesta y ahí los invitados comieron en silencio y Aníbal y Amanda se sacaron una foto bailando un vals, pero sin música.

“Se pusieron para la foto nomás, haciendo como que y no quisieron otra cosa. La gente comió, saludó y se fueron todos a llorar a Evita”.

Aníbal cuenta cómo fue el “antes” del Bolas de la calle 49 y baja hasta los años 60 cuando su padre abrió el bar Los Tolosanos, en 120 y 524 y más tarde el Bar Diagonal, en diagonal 74 y 115 y luego el Bar Pirulo, en 43 entre 1 y 2 en sociedad con dos amigos inseparables: el Chila Bovino y el Mono Cipolla, una institución en el ambiente de los Profesionales del Turf.

“El boliche andaba a los tumbos y un día viene Carlitos Dulau, el padre del conocido abogado y que cantaba en Tabaco y en Los Patas Peludas, y le dice a mi viejo: ´pone billares’. Mi viejo le dijo estás loco, acá a la vuelta está La Querencia, no va a andar”. Pero anduvo, porque convencieron a los campeonisimos hermanos Navarra para que apadrinaran el boliche e hicieran algunas exhibiciones y fantasías (como la Botellita, la Cortada o la Arrepentida) y, como si fuera poco, aceptaran desinteresadamente que al local le cambiaran el nombre de “Bar Pirulo” por el de “Billares Hermanos Navarra”.

“Hoy en día esas cosas no se ven, es todo a fuerza de plata”.

Osky

ZAPATO ROTO

En 1968 los dueños de la propiedad, una familia de apellido Marini, recibió del empresario Oscar Venturino una oferta irrechazable y decidieron vender. Lima buscó otro destino. Aparecería la Panadería Rojas, en 2 entre 42 y 43 donde Lima planeaba mudar los billares y en otro sector del local armar cuartos para una “amueblada”, como se conocía a los albergues transitorios.

Ya era 1975 y a ese proyecto lo partió al medio el llamado Rodrigazo.

Aníbal es un tipo duro que debe hacer un esfuerzo para no quebrarse cuando habla de su viejo. Y le brillan los ojos con la anécdota de los zapatos cortados por el tren.

“Mi viejo me había comprado un par de zapatos caros, unos Grimoldi con suela Vibram. Yo me puse a jugar al fútbol y un zapato se me salió y fue a parar a la vía del tren. Parece mentira pero pasó una locomotora y me lo partió en dos. Me quería morir. Pensaba en lo que pasaría cuando se enterara mi mamá. Mi viejo no me dijo una sola palabra. A la noche fui a ver la caja donde los guardaba y había dos zapatos sanos. Sin decir nada había ido a comprar un par nuevo y los había puesto ahí, en la caja, para que mamá no se avivara. Que se yo...son cosas que te quedan grabadas en el alma”.

Recuperados del golpe del Rodrigazo, pusieron todas las fichas en esa cochera que les habían ofrecido en 49 entre 8 y 9 y que, según Romerito , mucho tiempo atrás había tenido surtidores de nafta en la vereda.

“La transformamos en un salón de billares con 600 metros cuadrados de piso nuevo, mesas Barrientos con bandas calefaccionadas, tacos de primera calidad y bolas Aramic, de fabricación belga. Diez mesas de billar, una de Casín y una de Villa. Y diez ajedrez con reloj, diez dominó y diez generalas. Faltaba la ruleta y era un casino en miniatura”.

Ridríguez Dorrego

UN NOMBRE MÁS CHETO

Carretel dice que el nombre Bolas es de su autoría, por aquellas esferas belgas que habían comprado para los billares y “porque en el centro había que buscar un nombre más cheto que el de Billares Hermanos Navarra”.

Después de unos pocos años de esplendor, llegaron los problemas y no precisamente financieros.

Romerito

“En la colimba mi hermano se pescó una bronconeumonía tuberculosa y quedó muy enfermo. Mi cuñado manejaba el negocio de la noche y yo veía cosas que no me gustaban y otras que no vienen al caso contar, pero lo agarré en un par de renuncios. La cuestión es que las peleas con él eran cada vez más frecuentes. Yo tengo un carácter fuerte y mi viejo no quería que se rompiera la familia. Por eso un día dijo: si el problema es el Bolas, lo vendo”.

Aníbal fue tantas veces campeón de billar que ya casi que perdió la cuenta. Y advierte: “una cosa es el billar por plata y otra por deporte. El que juega por plata no juega y yo jugaba, me divertía”. Recuerda con gran afecto a quienes reconoce como sus tres grandes profesores: José Plaza , histórico mozo de Los Vascos, un campeón capaz de meter 500 ó 600 carambolas en serie americana; Pepe Boero y Juan Carlos Tocci, sub campeón del mundo en Fantasía Clásica. “Tocci había inventado una jugada imposible de igualar: hacía pegar la bola 12 veces en las bandas antes de hacer la carambola”.


- “Lo hecho, hecho está -dijo el Rengo desbordante de melancolía- supe que la coupecita la compró un tal Giménez. La vi algunas veces parada por ahí por 1 y 37, del otro lado de la vía. El tipo la tiene impecable, déjelo en paz”.

El Diablo caminó hasta la puerta eternamente sin llave que daba a la 49. La alfombra de cartones que habían puesto para no enchastrar el salón era, a esa altura de la noche y de la tormenta, una baba oscura. Cuando pasó frente al mostrador le causó gracia ver al mozo Oscarcito hacerse la señal de la cruz.

Lo vieron cruzar la calle y caminar por 49 hacia 9.

Llovía cada vez más fuerte y vio que Nautilus todavía no había cerrado.


Aníbal Lima, el padre de Carretel, acaso sea ejemplo de lo que le pasó a tantos argentinos y argentinas que se dejaron encandilar por ese espejismo que se llamó “La Plata Dulce” y sus decisiones financieras terminaron mal. Sin embargo alcanzó a invertir en algunas propiedades que fueron locales comerciales, en la zona de 8 entre 62 y 63. Pero esa maldita “bicicleta financiera”, fue un golpe letal.

EL DIA QUE SE QUEMÓ LA TELE

“Cuando se vendió el Bolas nos fuimos tres meses de vacaciones a Mar del Plata. Nunca habíamos ido de vacaciones”.

La vida siguió su curso. Llegaron los irrepetibles 80. Aquel cuñado de la discordia se perdió en un divorcio y lo reemplazó un nuevo compañero de su hermana “un pampeano, un tipo excepcional con el que formó una hermosa familia y viven en Mar del Plata”.

Con sus padres ya mayores, Aníbal “Carretel” nunca bajó los brazos: fue taxista, colectivero, carnicero y hasta levantador de quiniela. Un día volvería a la gastronomía con “Bar y Parrilla 41”, en 41 entre 3 y 4. De ese lugar tiene sabrosísimas anécdotas ambientadas en el inolvidable mundial de México 86 como que gracias a la honestidad del dueño de Center Hogar pudieron ver en una pantalla gigante, como nunca imaginaron, cuando Maradona pintaba en el Estadio Azteca una nueva Capilla Sixtina, a los 10’ del segundo tiempo y ante el asombro de los ingleses y del resto del mundo que se arrodillaba a sus pies.

“Se nos quemó el televisor que le habíamos comprado y no había más en stock. Yo me quería morir. Imaginate: un bar sin televisor en pleno mundial de fútbol. Ni los perros iban a entrar al boliche. El tipo me dijo: venga conmigo. Fuimos a la casa y me dio el televisor monstruoso que tenía él en el living. De esos comerciantes me parece que ya quedan muy pocos”.

Y recuerda que “inventamos el pan fugazza con forma de alpargata para los sándwiches de milanesa que pesaban 500 gramos y hacíamos una hamburguesa con una fórmula secreta que la probabas y era tocar el cielo. El lugar era un éxito”.

Pero en 1989 la hiperinflación y luego la convertibilidad, le pasarían por encima.

Tozudo, el Zoilo que lavaba copas sobre dos cajones de Sidral le vio la sota a otra forma de negocio y abrió un bar “de la noche”.

“Muchas chicas de la zona venían a la parrilla y cuando se enteraron me dijeron: Aníbal, nos venimos a trabajar con vos”.

Aníbal “Carretel” Lima. Campeonísimo de billar, histórico del Bolas y con más noche que la luna

MAS NOCHES QUE LA LUNA

Todo anduvo bien un tiempo, nomás.

“Abrieron Cat´s y nos mató”, resume, para aludir al emblemático “night club” de la zona del Distribuidor Benoit y agrega: “Contra el destino nadie la talla, dice el tango”.

Aníbal padre murió en 2019, Amanda tiene 95 años y vive con “Carretel” que la cuida con devoción en la casa que les quedó, en Punta Lara. Su hermano Amílcar, también vive y los visita, lo mismo que Amanda que se viene desde Mar del Plata.

En el garage guardan un VW Pointier que don Lima tenía desde cero kilómetro. Y recuerdos, muchos recuerdos.

“Antes que me lo preguntes: no me arrepiento de nada”, sonríe Carretel, a los 65 años.

Y lo dice con la sonrisa y el gesto que naturalmente les sale a los que tienen más noches que la luna.

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