El contacto físico con el otro, una necesidad biológica

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Así como los bebés prematuros ganan peso más rápidamente y se enferman menos cuando están en contacto con la piel de su mamá, también los adultos necesitamos del roce con otros para conservar la salud. El contacto físico, como se ha visto en investigaciones que tienen más de medio siglo, puede ser sanador.

“Cuando tenemos miedo o inseguridad, los abrazos nos hacen sentir protegidos y con mayor confianza. Además reducen la sensación de soledad, haciéndonos experimentar que formamos parte del otro y nos reconfortan cuando estamos tristes haciendo que nos sintamos apoyados y comprendidos”, explica la psicóloga Marta Robles.

Como afirma la especialista, los abrazos también mejoran la autoestima “al proporcionarnos la sensación de ser especiales y amados; nos ayudan a sellar una reconciliación sin palabras y nos permiten compartir una alegría, incrementando nuestra sensación de bienestar.

Pero sus efectos, señala, van más allá de lo emocional. “Ayudan a liberar la tensión del cuerpo, relajando los músculos, ralentizando la respiración y reduciendo la presión arterial, además fomentan que nuestro sistema nervioso libere sustancias que aumentan la sensación de bienestar, felicidad y el vínculo afectivo y emocional con otras personas”.

Abrazarnos también contribuye a reducir la producción orgánica de otras hormonas asociadas al enojo, la ansiedad y el estrés, estimula la oxigenación del organismo y fortalece el sistema inmunitario.

“El contacto físico estimula receptores sensoriales bajo la piel que envían mensajes a un nervio cerebral llamado vago. A medida que la actividad del vago se incrementa, el sistema nervioso se ralentiza, la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuyen y las ondas cerebrales muestran relajación”, explica la investigadora Tiffany Field desde el Instituto de Investigación del Tacto de la Universidad de Miami.

“Pero además disminuye la producción de cortisol (la “hormona del estrés”) y aumenta la de oxitocina (la que se segrega durante las relaciones sexuales, el parto y la lactancia)”, detalla la científica al explicar por qué la carencia prolongada de contacto físico con otras personas puede derivar tanto en un debilitamiento del sistema inmunológico como en cuadros de depresión.

Es por eso también que “cuando el contacto regular se interrumpe de manera repentina, como les sucedió a muchas personas con la llegada de la pandemia -señala-, sus cuerpos habituados a relacionarse con los demás a través del tacto pueden llegar a sufrir una suerte de síndrome de abstinencia y, en consecuencia, experimentar malestar, estrés, ansiedad, angustia y sensación de soledad”.

 

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