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Especialistas en salud mental advierten sobre el fuerte impacto que la carencia prolongada de contacto físico produce en nuestra salud y la importancia de zanjar el distanciamiento social con otras formas de expresar amor
El aislamiento social producto de la pandemia de COVID ha puesto a prueba muchas necesidades vinculadas a nuestra vida en sociedad, entre ellas nuestra capacidad de adaptarnos a nuevos hábitos en un contexto hasta ahora desconocido. Pero de todas ellas, una en particular ha tenido un fuerte impacto por tratarse de una necesidad básica que gran cantidad de personas hoy no encuentran forma de satisfacer: el contacto físico con otro, una carencia que se manifiesta en el aumento de los cuadros de ansiedad y depresión.
A lo largo del último año, diversos estudios alrededor del planeta evidenciaron un claro aumento de los casos de depresión relacionados con los efectos que tuvo la pandemia de COVID: el miedo a contagiarse o contagiar, la incertidumbre laboral y el encierro, pero también el distanciamiento físico con los demás. Son muchos los especialistas en salud mental que sostienen que existe una relación directa entre la carencia de abrazos y el aumento en los cuadros depresión.
Durante el confinamiento más estricto, pero también en la llamada “nueva normalidad”, muchas personas redujeron su contacto presencial con los demás hasta el punto de que tocar o ser tocadas por alguien se tornó una actividad infrecuente o directamente nula. No hablamos sólo de relaciones sexuales, sino de todo tipo de contacto piel con piel: abrazos, caricias, incluso roces. Es algo que les sucedió en particular a personas que viven solas, a adultos mayores y a pacientes hospitalizados sin posibilidad de recibir visitas durante largo tiempo.
Se ha visto que cuando se torna prolongada, esa carencia de contacto físico puede derivar en un síndrome neurológico conocido como “hambre de piel”, que abarca un amplio conjunto de perjuicios para la salud: desde el debilitamiento del sistema inmunológico a cuadros profundos de depresión.
“El contacto físico entre personas genera regulación emocional, mejor autoestima, aprobación, refuerzo y pertenencia al grupo. La pérdida de contacto físico causada por la pandemia tiene consecuencias a corto y largo plazo. Las de corto plazo ya las estamos viendo en un aumento de depresiones, las de largo plazo son en cambio difíciles de augurar”, señala la psicóloga Aurora López.
Lo mismo sostiene su colega Marta Robles: “es lógico que aumenten las cifras de depresiones por todo lo vivido y porque la carencia de contacto físico con nuestros seres queridos influye negativamente al privarnos de los numerosos beneficios, tanto físicos como emocionales, que nos proporciona dar o recibir un abrazo”.
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“Sabemos que la socialización se ha mostrado como el factor de protección más potente y eficaz frente a la patología depresiva, y no se trata sólo de la conexión social, sino que está comprobado que todos necesitamos el contacto físico para sentirnos bien, necesitamos la proximidad del otro”, recalca la especialista en salud mental.
Pero en medio de la pandemia ¿pueden sustituirse los abrazos reales por otras formas de expresión que tengan un efecto beneficioso y placentero similar? Para Robles no hoy dudas de que se puede con la mirada, las palabras, la sonrisa, los gestos y las nuevas tecnologías. Al menos en forma temporal.
“Ahora que necesitamos abrazarnos más que nunca, debemos buscar otras formas de hacerlo sin ponernos en riesgo –sostiene-. Y aunque nunca sean lo mismo que el contacto real, nos ayudan física y emocionalmente a sobrellevar esta situación”.
Con ese propósito, Robles ofrece algunos ejemplos: Si una persona querida siente miedo porque no sabe qué ocurrirá con su situación laboral, podemos utilizar las palabras y decirle “no te preocupes, todo va a salir bien”, ayudándola a reducir su inseguridad.
Si expresa cómo le pesa el tiempo de aislamiento que llevamos, podemos utilizar la mirada para conectar con su sentimiento y reforzar el vínculo afectivo que nos une, haciéndole sentir que no está solo y que le entendemos.
Si estamos compartiendo el tiempo con esa persona, manteniendo la distancia social, podemos tratar de mantener la sonrisa para contagiarle tranquilidad y esperanza y ayudarle a que se sienta mejor.
Si observamos su tristeza por la pérdida de alguien, podemos abrazarnos a nosotros mismos de forma enfática, haciéndole así sentir nuestro apoyo. Si muestra ansiedad porque debe permanecer en aislamiento, podemos enviarle un ‘gif’, por ejemplo de un abrazo de un personaje que le guste, transmitiéndole que, aunque sea en la distancia, le estamos acompañando.
“Estas formas de abrazarnos sin tocarnos, por sí solas o combinadas, ayudan a los demás y a nosotros mismos a protegernos emocionalmente”, señala Robles, para quien se trata de “algo temporal”, ya que “llegará el día en que podamos volver a abrazarnos: el abrazo real volverá, porque el contacto físico forma parte de nuestra esencia como humanidad”.
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“Sabemos que la socialización es el factor de protección más potente y eficaz frente a la patología depresiva, y no se trata sólo de la conexión social sino que está comprobado que todos necesitamos el contacto físico para sentirnos bien. Existe una relación directa entre la carencia duradera de abrazos y el aumento en los cuadros depresivos en el marco de la pandemia”. Marta Robles Psicóloga
“El contacto físico entre personas genera regulación emocional, mejor autoestima, aprobación, refuerzo y pertenencia al grupo. La pérdida de contacto físico causada por la pandemia tiene consecuencias a corto y largo plazo. Las de corto plazo ya las estamos viendo en un aumento de las depresiones; las de largo plazo son en cambio difíciles de augurar”. Aurora López Psicóloga
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